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La normalización peligrosa
No hay nada que normalice más una conducta que el poder. El problema es que Doland Trump no es normal y no debería ser tratado como tal.
Primero sucede algo extraordinario, después de un tiempo, eso que nos sorprendió y desconcertó (o indignó) se empieza a percibir como normal. Uno de los primeros en hablar del fenómeno fue el filósofo francés?Michel Foucault, quien describió la normalización como un fenómeno que surgía de la construcción de parámetros de conducta idealizados.
Definimos que tal o cual es la conducta normal, y una vez determinada, la sociedad (o el poder ) recompensará o castigará a aquellos que se sujetan o no a la expectativa. Foucault lo llamó el poder de disciplina , y surgió inicialmente en todo tipo de microcosmos sociales durante el siglo XIX (la escuela, la industria, el ejército, etcétera) hasta que se volvió parte de la estructura social.
Una manera muy simple de referirse a la normalización sería aquella frase de ?Dostoievski que definía al hombre como el ser que se acostumbra a todo. No hay una definición de normal que se adhiera a nuestra idealización particular, la normalidad se refiere a lo más común. Nos adaptamos a situaciones inusuales hasta que nos dejan de sorprender y empiezan a conformar lo que consideramos habitual.
La normalización también se da como mecanismo de defensa para entender y procesar algo?particularmente doloroso. No podemos soportarlo como anomalía, por lo tanto podemos negar que existe o reconocerlo, pero quitándole importancia.
Este fenómeno se repite continuamente en la sociedad. Así es como esta puede volverse más tolerante, que sería un aspecto positivo, pero también es la manera en que adoptamos malos hábitos, nos acostumbramos a conductas destructivas; como se extiende la violencia doméstica y como encajamos situaciones políticas que reducen poco a poco las libertades de una sociedad en nombre de la seguridad, el progreso o una ideología.
Sucede algo extraordinario como Septiembre 11 y se adoptan medidas de seguridad originadas en la paranoia y el estrés postraumático provocado por el incidente. Tres lustros después, esas medidas son una norma aceptada y hasta necesaria en pos de la prevención y el bien común, a pesar de ser profundamente ineficaces. No importa si el discurso inicial de George W. Bush fuera algo así como nos odian por nuestras libertades , puesto que su solución fue renunciar a esas libertades para prevenir que nos lastimen de nuevo .
La normalización por el triunfo de Trump no se empezó a dar en el momento en que las tendencias de votación fueron inevitables. La normalización de su discurso violento se empezó a dar un año y medio antes, conforme los medios repetían sus disparates de sexismo, nacionalismo rancio y demás ocurrencias fascistas como elementos válidos de una postura política válida con la que se podía estar de acuerdo o no.
Este proceso se acelera con su triunfo. La misma Oprah Winfrey dijo en una entrevista que la visita de la semana pasada de Trump a la Casa?Blanca le daba esperanza de que el magnate hubiera recapacitado con humildad ante su encuentro con Obama.
Otros medios empezaron a matizar lo que días antes calificaban de insoportable. Frente al terror que expresaron los mercados financieros al conocer el resultado de la elección, opusieron publicaciones que oscilaban desde el perfil zalamero hasta la petición de un voto de confianza, morder la bala y darle chance al energúmeno de que nos pruebe equivocados. El propio discurso de los demócratas, desde Hillary Clinton hasta Obama iba por ese tenor.
El problema es que Trump no es normal y no debería ser tratado como tal. No importa lo que digan los políticos de la vieja guardia que sólo buscan estabilidad o los opinadores mediáticos que sólo buscan continuidad en su posición de élite mediática. Adam Johnson lo argumenta en AlterNet: Normalizar a Trump significa que puedes aplastar a las mujeres, a los homosexuales, a los discapacitados, los musulmanes, la gente de color, y no importa... mientras ganes.
No hay nada que normalice más una conducta que el poder.
El mismo Trump, cuando se le cuestionó si su retórica había ido demasiado lejos, respondió: No. Gané .
En su entrevista semanal con el New York Times, se declara extrañado de que los grupos neonazis se hayan identificado y entusiasmado con su discurso.
Si Brexit fue un adelanto del triunfo de Trump, quizá debiéramos ver con preocupación la ley que se acaba de aprobar en el reino unido. La ley, que originó en una propuesta del 2012 de, la ahora primer ministro, Teresa May, consiguió ser aprobada después de cuatro años de duros cuestionamientos. La ley obliga a los proveedores de servicios de Internet a guardar las búsquedas web de cada uno de sus clientes hasta por un año, dando acceso al gobierno a esos datos. Obliga también a que las compañías remuevan el encriptado de datos cuando se les solicite y autoriza a que los organismos de seguridad del estado hackeen cualquier dispositivo de un ciudadano (excepto periodistas y médicos que todavía tienen algunas protecciones). Es la ley de vigilancia más extrema jamás autorizada en una democracia.
Los anuncios de nombramientos que hace campamento de transición del presidente electo no son menos alarmantes. Trump ha ido seleccionando a lo peor de la ultraderecha para establecer las políticas públicas de su gobierno. Los grupos que debieron movilizarse antes del día de la elección, pero vieron la campaña como algo que no les concernía, están protestando en las calles; mientras que buena parte de los liberales que se rasgaban vestiduras una semana antes de noviembre 8, hoy llevan retratos de Trump a enmarcar en nombre de la democracia.