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La riqueza del lenguaje carcelario y de las calles
El slang o caló de la sociedad mexicana es vasto y permea en la lengua popular como una manera de ir defluyendo y comprendiendo el entorno, reflexiona el escritor J.M. Servín. Estas formas del habla se insertan en la cultura a partir de un contrapoder.
Bajón, campanear, chota, fusca, transa, tira. Son algunas de las palabras que seguramente usted identifica y, tal vez, use o haya usado en algunos contextos. Al menos, conoce el significado coloquial que hay detrás de ellas.
Son vocablos propios del slang mexicano, uno muy particular, que a lo largo de los años se ha ido gestando en las calles, entre las comunidades soterradas o bien entre grupos organizados con actividades, digamos, antagónicas a las normas.
Para sacudirnos de anglicismos, a esta alternativa del lenguaje se le conoce como caló o caliche, aunque la definición hoy en día es vagamente asimilada por las academias de la lengua, lo cual, en todo caso, es un rasgo muy propio de aquello que describen: un código de comunicación que se gestó entre grupos de personas que, en su momento, les permitía entenderse entre sí, al margen.
Sin embargo, los medios de comunicación, el arte gráfico, la literatura, el cine, la televisión, se han encargado de permear términos como ésos en toda la sociedad, hasta convertirlos en un código descifrable por el grueso de la población, aunque, muchos de ellos todavía suelen usarse en ciertos estratos sociales, incluso como símbolos de identidad. Algunas veces, uno que otro político emplea estos códigos para generar simpatía, y lo hará, por lo general, torpemente.
Algo de esto reflexiona en entrevista el escritor, cronista y periodista Juan Manuel Servín (Ciudad de México, 1962) conocido autoralmente como J.M. Servín, quien el próximo domingo participará de las actividades de la edición 2024 de la Fiesta del Libro y la Rosa, que este año lleva por tema “Los susurros de las lenguas: lenguajes y escrituras”. Servín formará parte de la mesa “Lenguaje en las cárceles como raíz del slang de la Ciudad de México”, junto con la escritora y editora Karina Sosa.
Un lenguaje cifrado que ha permeado
“El caló es un fenómeno cultural y social muy complejo que hay en este país y, en realidad, en cualquier país, propio de los bajos fondos. Me parece que la prisión, el hecho del encierro, sigue alimentando y sigue aportando una gran cantidad y variedad de términos y de palabras que en un inicio tienen como fundamento crear un blindaje, una protección contra las normatividades, contra la autoridad; es decir, es un lenguaje crítico cuya función básica es evitar la vigilancia, evitar que sea descifrado por el poder. Pero desde el momento en que ocurre en la cárcel, también traspasa sus muros para el uso cotidiano”, comenta el autor.
Este caló comienza a circular en las calles, añade, como una manera de oponerse al lenguaje oficial, ya no como un lenguaje de la prisión, sino como el lenguaje de la calle, un símbolo de identidad y resistencia. También puede suceder a la inversa, este tipo de códigos puede gestarse en las calles y llegar a las prisiones, donde se retroalimenta.
“El lenguaje de la calle es muy vivo. Yo diría que es prácticamente irregistrable en su variedad, en su riqueza, y simple y sencillamente vamos agarrando de aquí y de allá los vocablos que son de mayor uso común. Hay un cambio dinámico constante con esta manera de expresión”, añade el autor de obras como D.F. Confidencial y Cuartos para gente sola.
Términos como “el halcón” o “el encobijado”, detalla, “son parte de lenguajes sórdidos que implican acciones punitivas y obviamente se van insertando en la lengua popular como una manera de ir defluyendo y de ir comprendiendo la manera en la que vivimos. Todo esto me pone a pensar que ésta es una sociedad de un lenguaje necrófilo en muchos sentidos. Y hay que tomarlo en cuenta, porque esto no es gratuito. Pero, curiosamente, se cruza con esta manera de ser tan festiva, chacotera, de los mexicanos que se inventan un montón de términos que tienen que ver con la tragedia. Me parece que habría que hacer una investigación mucho más profunda de cómo la experiencia de lo proscrito aporta muchísimo al lenguaje”.
De los nichos para las masas
Los corridos tumbados, hoy en la cúspide de la industria musical en el mundo, entre otros géneros, guardan en sus fundamentos el caló de las comunidades a las que apelan. Al masificarse, dichos estilos musicales y sus letras alcanzan y cautivan a públicos que, de otra manera, serían totalmente imposibles de masificar.
¿La cultura es mucho más que una vía de comunión entre las sociedades y las instituciones? ¿La cultura también puede convertirse en un incentivo aspiracional que derive en lo ilícito? Esto se le plantea.
“La cultura prácticamente es lo que maneja los hábitos y costumbres en una sociedad, pero también ciertos lenguajes riquísimos, pero ríspidos, machistas, erotizados, son una manera de insertarse en la cultura popular mexicana a partir de un contrapoder. A final de cuentas, las culturas se van forjando de micropoderes que se dan en las calles”, responde y remata: “Estamos viviendo la era de la gastronomía y de ser rudo, es decir, puedes ser tragón y también parecer muy rudo, al grado de que esto ya es un emblema de estatus social”.
Para entrarle a J.M. Servín
- Mi vida no tan secreta (2022)
- Nada que perdonar: Crónicas facinerosas (2018)
- D.F. Confidencial: crónicas de delincuentes, vagos y demás gente sin futuro (2010)
- Por amor al dólar (2006)
- Cuartos para gente sola (1999)
¿Aquel tristerecuerdo de Acapulco?
J.M. Servín comparte que está trabajando en una novela, comenta a grandes rasgos, “tomada en cuenta con lo que pasó en Acapulco a partir de Otis. Es un recuento personal de todo lo que he vivido en Acapulco como turista y que percibo que no está del todo tocado en las letras mexicanas. Tiene que ver un poco con la historia del puerto y un poco con la historia personal”.
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