Buscar
Arte e Ideas

Lectura 5:00 min

Las bodas de Fígaro, el complot de los sirvientes

El montaje de Richard Eyre destaca que ésta no es una obra fútil ni veleidosa o superficial, sino una ópera con fondo social.

Mientras la prodigiosa Obertura en re mayor se despliega en hermosos fraseos musicales llenos de gracia y sensualidad, una mujer en paños menores sale de una habitación. Detrás de ella aparece el Conde de Almaviva, quien se ajusta una bata muy elegante sobre su cuerpo desnudo. Estamos ante una de las mejores óperas de Mozart, Le nozze di Figaro, que trata del complot de los sirvientes en contra de un aristócrata empeñado en ejercer el derecho de pernada.

Esta escena es claramente un añadido que el productor Richard Eyre se permitió, a la manera de las licencias poéticas, para la nueva producción del Met de Nueva York de Las bodas de Fígaro de Mozart, que presenciamos el 18 de octubre en el Auditorio Nacional en transmisión en vivo. Puesta en escena asaz de graciosa, llena de situaciones chuscas, con diálogos ingeniosos, muchos enredos, voces admirables y música plena en ricas melodías muy bien dirigida por el maestro James Levine, quien tiene mucha experiencia en Mozart y en particular en esta ópera, que ha dirigido decenas de veces.

La obra original Le nozze di Figaro (libreto en italiano de Lorenzo da Ponte basado en la obra de teatro homónima de Pierre de Beaumarchais) empieza con Susana (Marlis Petersen) y Fígaro (Ildar Abdrazakov), sirvientes de la casa del Conde de Almaviva (Peter Mattei), quienes se encuentran discutiendo en una cuarto acerca de su próxima boda y de las intenciones sexuales del Conde hacia la mucama.

El agregado de Richard Eyre cumple la función de una escena de arranque . Este arranque tiene como propósito atrapar al espectador mediante imágenes impactantes que presenten la obra en términos de tono y trama. La ventaja de este recurso es que mete al espectador en situación en cuestión de segundos. Afortunadamente en este caso, la escena no deforma la obra de Mozart porque el fragmento carece de diálogos, monólogos o recitativos.

Algo más que destaca muy agradablemente en esta nueva producción es el ingenio mostrado en la escenografía a cargo de Rob Howell: un enorme cilindro giratorio en cuyos cuarterones o cuadrantes se ubican hasta cuatro escenarios distintos de buena manufactura, lo que hace que el tránsito de una recámara a una sala o a un jardín sea muy ágil y muy sencillo.

En esta primera parte de la ópera pudimos escuchar arias y duetos admirables por parte de la señora Petersen y del señor Abdrazakov. Por ejemplo, el duettino Cinco, dieci . Y el otro duettino con recitativo: Se acaso madama la notte ti Chiapa o la famosa cavatina de Fígaro Se vuol ballare signor contino .

Cuando el segundo acto abre nos sorprende con una pieza admirable: Porgi amor o también llamada el aria de la Condesa de Almaviva (Amanda Majeski), creación mozartiana bella, de gran plasticidad. Aquí la señora Majeski hace una interpretación bastante bien lograda, con una voz platinada, brillante, plena de giros manejados con maestría y sentimiento. Toda la ópera está llena de creaciones admirables en la que los cantantes participaron, unos más otros menos, manteniendo un buen nivel interpretativo.

El conflicto

No es una obra fútil ni veleidosa o superficial. Estamos ante una ópera con fondo social que tal vez ahora no se capte. El conflicto estalla porque el Conde de Almaviva quiere poseer a Susana, su sirvienta, justo el día de la boda. Para lo cual recurre a los usos y costumbres que se daban los nobles: el derecho de pernada. Aquí Mozart aprovecha su ingenio para burlarse de la aristocracia. Obviamente no tiene un fin revolucionario, solamente quiere hacer reír. Pero ya se sabe que el humor y sobre todo el sarcasmo son veneno para los gobernantes.

Esta ópera bufa fue estrenada en Viena en 1786, poco antes de la Revolución Francesa. Obviamente el ambiente europeo era prerrevolucionario. Pero antes había sido estrenada en París, en 1784, en su versión original para teatro escrita por Beaumarchais. Fígaro aparece como un pícaro e insolente sirviente que, ayudado por su novia, otros sirvientes y hasta por la Condesa de Almaviva, logra frenar las intenciones lascivas del conde con la única arma a su alcance: el ingenio. De este modo el Conde queda ridiculizado... aunque contento.

Pero ¿cuál es el mensaje latente? Que los sometidos, cuando se unen con inteligencia, pueden enfrentar a la nobleza. Sin embargo, el rey de Francia, Luis XVI, sí olió el peligro y prohibió durante unos años esta obra de teatro. Meses después, el emperador José II de Habsburgo concedió licencia, con sus asegunes, para que fuera representada, pero en su versión operística, en Viena, en el Burgtheater, por lo que Mozart y el libretista Da Ponte tuvieron que limpiar la ópera de cualquier alusión social o política.

ricardo.pacheco@eleconomista.mx

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí

Últimas noticias

Noticias Recomendadas

Suscríbete