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Arte e Ideas

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Las pantallas nos han robado la atención: Mario Campos

Entre las consecuencias de estar atento a celulares y tabletas electrónicas están una creciente ansiedad social, polarización y desinformación. Por eso hay que dar la batalla por la atención que hoy está concentrada en ellas, plantea.

“Batalla por la atención. Cómo dejar de perderse entre pantallas y redes sociales”, editorial Aguilar. Foto EE: Cortesía

“Batalla por la atención. Cómo dejar de perderse entre pantallas y redes sociales”, editorial Aguilar. Foto EE: Cortesía

El impacto que la tecnología y las redes sociales es tal que, actualmente, casi nadie es capaz de concentrarse en una tarea durante períodos prolongados. El problema es que nuestra atención es el nuevo campo de batalla que se disputan las grandes empresas tecnológicas. El consumidor se ha vuelto el producto y eso tiene consecuencias, plantea Mario Campos .

En entrevista, el autor del libro, “ Batalla por la atención. Cómo dejar de perderse entre pantallas y redes sociales ”, editado por Aguilar , que circula desde hace unos meses en librerías del país, señala que estar atento a las pantallas de los celulares y tabletas electrónicas ha generado una creciente ansiedad social, polarización y desinformación. Todo eso a cambio de un mundo de gratificaciones instantáneas.

Por eso, el académico y periodista indica que es natural preguntarse si esta situación puede ser revertida y si podemos ser capaces de volver a ser dueños de nuestra atención.

En su opinión, la respuesta es compleja y resulta necesario comprender cómo los gigantes tecnológicos han perfeccionado los métodos para captar y retener la atención de los usuarios, usando, desde algoritmos de recomendación y notificaciones, hasta diseños de interfaz cada vez más atractivos.

Cuenta que desde hace años ese libro habitaba su cabeza, sin pagar renta a través de la idea de que la batalla por la atención se volvió el gran desafío en todos los espacios.

Lo vivía desde la academia, donde dar clase a alumnos que siempre traen un dispositivo móvil en la mano, es como hacer una reunión de alcohólicos anónimos en un bar: tú estás tratando de captar su atención y ellos tienen a millas de personas subiendo videos a TikTok o Instagram .

Los salones de clase se convierten en escenarios de viajes astrales, porque ahí están los cuerpos, pero quienes los habitan están en otro lado de todo el tiempo.

Lo mismo ocurre en las casas, donde cada uno de los miembros de las familias están metidos en sus aparatos en los que, temas que uno pensaría que pueden cimbrar a la opinión pública, duran horas o minutos oa veces ni siquiera eso.

El autor pone en perspectiva el asunto. “Estamos ante la maquinaria de formación de hábitos más potentes de la humanidad, pues nunca habíamos tenido un sistema que nos hiciera desarrollar un hábito, que repetimos como ningún otro”.

Si vas al gimnasio una vez al día y a la iglesia una vez a la semana, al teléfono vas cientos de veces al día. Eso tiene que ver con el diseño con el que se construyó este ecosistema donde, de manera elocuente, queda confirmado que la repetición es la madre del hábito, abunda.

“Todo mundo ha construido una coartada para estar ahí”

Lo que ofrece Mario Campos es un libro que, para ponerlo en términos de adicciones, es escrito no por un adicto rehabilitado, sino en proceso de serlo o alguien que está reconstruyendo su relación con esas pantallas.

En ese camino ha caído en cuenta que la mayoría de los adictos a esos aparatos dice: es que por mi trabajo tengo que estar constantemente viendo el celular. No importando si se trata de alguien que vende esquites o es el director de un periódico.

“Todo mundo ha construido una coartada para estar ahí”.

Llama la atención que eso de despegarse un poco del celular es una batalla que se da en colectivo, ya sea con los amigos, con la familia o los compañeros de trabajo que empujan a establecer reglas y entonces sí poder aspirar a tener una relación más sana.

Campos ha encontrado algunas. Por eso se trata de un libro que ofrece herramientas para recuperar el control del tiempo dedicado a redes sociales y plataformas y así disfrutar una experiencia digital más consciente y equilibrada.

Plantea que para identificarlas habría que preguntarse cuál ha sido el costo de haber perdido la batalla por hacia dónde orientamos nuestros ojos y oídos todos los días.

Además, si nos asomamos a qué es aquello, a lo que le ponemos tanta atención en esos aparatos, en realidad nos daremos cuenta de que estamos construyendo un mundo que cada vez más se parece a nosotros mismos.

Y en eso, el algoritmo juega en serio. Si te ve que estás viendo en Facebook a tu primo, parece que te susurra al oído: “tu primo es aburrido; mira, tengo un video de gatitos para ti…”

Es en ese preciso momento en el que cambia la manera en que se construyen los contenidos, porque empieza a edificarse un mundo donde las redes sociales pasaron de ser ventana a ser espejos, explica.

Antes servían para asomarse a otras realidades; hoy están diseñadas para darle a la gente lo que quiere ver.”

Indica que eso tiene efectos en lo personal. Sino ―incita―, pregúntense si alguna vez han querido decirle a alguien podrías hablar en 2x, para acelerar cualquier cosa que quiera decir, igual y como se le hace ahora en WhatsApp para escuchar en un tiempo más corto algún audio o conversación.

Eso que parece broma, tiene que ver con la impaciencia, con la falta de empatía y eso también tiene efectos en lo público. Eso es una de las consecuencias de la adicción en cuestión, comparte.

Por otra parte, Mario Campos menciona que en este ecosistema hay varios jugadores. Están las plataformas de redes sociales; los que son el soporte (empresas de celulares, por ejemplo) y otras industrias que replican estas prácticas como las empresas de viajes, con aplicaciones de economía de la conducta que tienen perfectamente claro que los usuarios no son seres tan racionales como debieran y que responden a este tipo de señales.

También están los medios de comunicación tradicionales, a quienes les han arrebatado la definición de la agenda y que, si bien, siguen siendo muy importantes, han batallado con ese tema.

Luego, están los que no se han adecuado a ese entorno, como los servicios educativos o los que tratan de comunicar algo y que batallan por capturar la atención.

Efectos: cámaras de eco y pérdida de reflexión

Al referirse a los efectos de esta forma de asomarse al celular, menciona que pueden dividirse en dos grandes campos: uno que tiene que ver con las llamadas cámara de eco (yo me reúno con gente que piensa como yo), las burbujas informativas y los sesgos de confirmación.  Hay mucha evidencia de que los algoritmos no muestran algo que pueda ocasionar que dejes de poner atención. La premisa con la que está diseñado este ecosistema es que tú pases la mayor cantidad de tiempo ante la pantalla, detalla.

En ese sentido, señala que los periódicos tienen la vocación de ofrecer elementos para que el lector tome mejores decisiones; el periodismo busca ofrecer diferentes perspectivas para que haya una mejor comprensión.

En tanto, la red social lo que busca es confirmar tus creencias o bien, provocar una respuesta emocional e inmediata. Eso lleva a que redes sociales virtuales como X sea un espacio de polarización que con frecuencia se va radicalizando.

El otro efecto de la exposición al momento es que se está perdiendo la capacidad de procesar la emoción y la reflexión, no la emoción inmediata del estímulo de la red, sino el qué significa lo que acabo de ver. No hay respiro.

En ese aspecto, explica cómo funciona TikTok. Esa red social te pide que decidas a quién quieres seguir, pero te manda una serie de sugerencias. En cada interacción la plataforma obtiene información de tus gustos y preferencias. Con esa información que le das, más la que tiene de gente que se parece a ti, encuentra el tipo de contenido que se vuelve relevante para ti.

Lo importante no es la fama previa, sino lo relevante del mensaje para cada usuario. “TikTok sabe más de ti que el terapeuta que llevas viendo cada semana”.

Hay algo que hacer

Para Mario Campos, estamos ante una batalla que hemos perdido rotundamente. Estamos enganchadísimos a las pantallas de los celulares; Sin embargo, refiere, como sociedad, estamos discutiéndolo y eso es alentador.

Soy optimista en el sentido de que estoy viendo que el mundo está haciendo la mirada crítica en lo que nos dejamos ir de cabeza hace 10 años.

En ese tenor, menciona que hay cosas que sí podemos decidir, como sacar las pantallas fuera de la hora de la comida oa qué hora y dónde dejarlas antes de ir a dormir.

Lo importante, subraya, es que debe haber una deliberación pública en el asunto y para ello es importante tener un terreno común.

En ese sentido, considera que el periodismo es un terreno común porque ese sí tiene la vocación de verificar la información.

Y ya casi al final de la entrevista, cuenta algo bueno que le ha dejado estar con la nariz apuntando a las pantallas. Escuchó en un podcast que “los hechos son la verdad y la verdad nos lleva a la confianza”. Reflexiona sobre eso y dice que solo si somos capaces de distinguir lo verdadero de lo falso, podremos debatir.

Si no recuperamos la capacidad de entender las consecuencias de lo que estamos viendo, no vamos a poder discutir temas enormes como el calentamiento global y el cambio climático, que hoy exigen nuestra atención casi siempre puesta en las pantallas.

Licenciado en Economía por la Universidad de Guadalajara. Estudió el Master de Periodismo en El País, en la Universidad Autónoma de Madrid en 1994, y una especialización en periodismo económico en la Universidad de Columbia en Nueva York. Ha sido reportero, editor de negocios y director editorial del diario PÚBLICO de Guadalajara, y ha trabajado en los periódicos Siglo 21 y Milenio. Se ha especializado en periodismo económico y en periodismo de investigación, y ha realizado estancias profesionales en Cinco Días de Madrid y San Antonio Express News, de San Antonio, Texas.

Periodista mexicano, originario de Amealco, Hidalgo. Editor del suplemento Los Políticos de El Economista. Estudié Sociología Política en la Universidad Autónoma Metropolitana. En tres ocasiones he ganado el Premio Nacional de Periodismo La Pluma de Plata que entrega el gobierno federal. También fui reconocido con el Premio Canadá a Voces que otorga la Comisión Canadiense de Turismo, así como otros que otorgan los gobiernos de Estados Unidos y Perú.

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