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Obsceno, irónico, avasallador
El arte de Dix nos anuncia lo que no queremos saber: que el mundo es un lugar oscuro; es la primera gran muestra del artista en México.
Filósofos y artistas saben desde siempre eso que los políticos y los empresarios quieren negar: que el mundo es un lugar lleno de oscuridad.
Otto Dix (1891-1969, alemán) por supuesto que lo supo siempre, como lector apasionado de Frederic Nietzsche desde la adolescencia, como soldado en la Primera Guerra Mundial, como artista perseguido por los nazis. Su obra no sugiere, golpea; es rotunda, inminente. Imposible sentirse indiferente ante ella.
En el Museo Nacional de Arte (Munal) se exhibe Otto Dix. Violencia y pasión, la primera gran exposición del artista alemán en México.
Dix pertenece a la historia del expresionismo alemán, pero el mejor consejo que esta reseñista puede darle es éste: recorra sin ideas preconcebidas. Déjese llevar por la cadencia del extraordinario guión curatorial. Va a llegar un punto en que será difícil seguir viendo: avance, explore, no se detenga. De dejarse golpear, de la imaginación está conformada la experiencia artística, sobre todo en un arte de denuncia como el de Dix.
Podemos sentirnos ahí, en la trinchera, en los bares, en las calles empobrecidas de la Alemania de entre guerras. Dix nos obliga a mirar el horror para que, parece gritarnos, no se nos vuelva cotidiano. La indignación y el cambio vienen cuando damos un paso atrás ante nuestra inminente desgracia y soltamos un alarido. De pena, de dolor. De nobleza. Sí, el arte de Dix es obsceno, irónico, avasallador, pero también es noble, cargado de significados elevados.
Dix y Nietzsche son espíritus paralelos. En cada obra de Dix se encuentran nociones del existencialismo nietzscheano.
Es decir: libertad, ¡dios ha muerto. Es decir: justicia, ¡abracemos la realidad tal cual es! O sea: el hombre es su propio destino,?¡denunciemos al poder!
La guerra, sus múltiples pesadillas
Dix fue pintor, pero las obras más impresionantes de Violencia y pasión son sus grabados litográficos y sus aguafuertes. El aguafuerte, por cierto, fue el vehículo favorito de Francisco de Goya, a quien Dix reconoce como mentor y a quien dedicó una de sus obras.
La exposición es muy amplia. No vaya con prisa. Si sólo puede ver en paz un grupo de obras que sea la serie de grabados bélicos titulada simplemente así: La Guerra.
Obra que el texto curatorial compara con Los desastres de la guerra de Francisco de Goya, la serie de Dix es una mirada al mismo tiempo descarnada y torva sobre su experiencia en la brutal Primera Guerra Mundial. Soldado de trinchera que acumuló varios grados y condecoraciones, Dix dibuja como poseído escenas que parecen fantasía pero que, gasp, sabemos que son reales: los campos sembrados de cadáveres como los de Tarde en la llanura de Wijschate , o los desgraciados de Baile de la muerte, 17 DC . Es difícil pasa por cada una de esas imágenes sin sentir una gran pena. Aunque Dix no siente lástima por sus sujetos, el espectador puede llegar a ese vértice donde la pena y la conmiseración se encuentran con la ternura. Queremos proteger a esos soldados, a esas prostitutas, a las víctimas de una casa destruida por un bombardeo. Es un modo de protegernos a nosotros mismos.
De prostitutas carnívoras
Después de la guerra, de cuyos recuerdos (cómo podría ser de otra manera) nunca logró librarse, Dix regresó a Alemania. Le toca vivir la reinvención de su patria como la República de Weimar, atestigua el cambio de chaquetas de los políticos y la desigualdad social cada vez mayor entre burgueses y clase popular. A documentar la vida de los veteranos de guerra y los arrabales se dedica con fruición. Son obras brutales: asesinatos, violaciones, mujeres degolladas, destripadas. Rostros deformados por el alcohol y el miedo. Violencia que convive con postales más serenas, como las de la vida en las cantinas, los billares y los lupanares.
Las prostitutas son personajes principales: son ninfas de amplias carnes y tetas caídas que son, no obstante, atractivos juguetes sexuales. Significan al mismo tiempo libertad erótica y esclavitud mercantil. No son retratos bellos ni delicados los que hace de ellas. Son monstruosas, dan miedo, en especial las madames, proxenetas sin ningún sentimentalismo, damas carnívoras.
Otto Dix. Violencia y pasión se completa con una larga y fabulosa colección de pintura y de exploraciones técnicas, desde la acuarela hasta el óleo. Dix nunca quiso encasillarse en ningún dogma estético, pero se rinde ante sus maestros históricos, como el propio Goya o Van Gogh, así como el arte religioso del Renacimiento.
Una de las mejores exposiciones del año. No se la pierda.