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Orozco, su pintura y su verdad
El Antiguo Colegio de San Ildefonso presenta la retrospectiva más importante que se ha hecho en los últimos 30 años sobre el artista mexicano. El recorrido está conformado por 34 núcleos temáticos que desmenuzan su carrera.
De los tres grandes muralistas, Rivera, Siqueiros y Orozco, es la obra de éste último la que parece aguantar mejor el tiempo. Uno ve sus trabajos monumentales como El hombre de fuego en la cúpula del Hospicio Cabañas, en Guadalajara, su natal Jalisco, o La trinchera , quizá su obra más famosa, en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, y siente que está viendo arte inmortal, sin tiempo, sin ideología errante ni objetivos subrepticios.
Sin embargo, Orozco es también el más olvidado del trío.
Quizá por eso mismo: mientras Siqueiros y Rivera tenían una muy clara agenda ideológica, Orozco optó por dejar que su pintura hablara ella misma. No se puede negar su interés por el poder y sus injusticias pero no tomaba partido tan fácilmente. O Mejor dicho: su partido siempre fue el de las víctimas, jamás el de los poderosos, fueran verdes, azules o rojos.
Arte y su verdad, nada más. Por eso no podría tener mejor titulo la magnífica retrospectiva de Orozco: Pintura y verdad.
La exposición originalmente estuvo en el Hospicio Cabañas, sede como ya se dijo de los mejores murales de Orozco. En Guadalajara fue un éxito contundente, atrayendo a más de 80 mil visitantes. Es perfecta su mudanza al DF precisamente al otro hogar de los murales orozquistas: el Antiguo Colegio de San Ildefonso.
El recorrido está conformado por 14 salas con 34 núcleos temáticos que desmenuzan la carrera de José Clemente Orozco en orden cronológico. El paseo es larguísimo, hay que hacerlo con calma, pero jamás resulta aburrido.
Primero conocemos los inicios de Orozco como caricaturista en la prensa jalisciense, un dibujante muy influido por el trabajo de José Guadalupe Posada. Esa influencia cómica y siniestra se siente presente en toda su obra: un autor con una enorme capacidad para la burla es Orozco.
Después, ya un adulto hecho y derecho, comenzó a pintar. Es fantástico ver como se desenvuelve una visión única. De ser un excelente dibujante con formación técnica en el dibujo arquitectónico a ser un retratista de formas fluidas, que desafiaban la educación academicista de sus coetáneos.
Lo que más le interesaba a Orozco no era, sin embargo, la experimentación en la forma (aunque nunca la abandonó, y acabó siendo un genio vanguardista tan importante como los pintores europeos de su generación) sino el retrato de la vida cotidiana. Son maravillosas las aguatintas en las que retrata escenas de la vida nocturna: alegres prostitutas, borrachines, pleitos, soldados y gente de a pie bebiendo juntos.
Pero no es sólo esta algarabía la que interesaba a Orozco. Entre las obras más impactantes del recorrido están sus retratos de la brutalidad militar y en general ejercida por los poderosos como Nación pequeña, un cuadro expresionista en el que tres soldados se disputan a una mujer desnuda. Formalmente jamás abandonó tampoco el expresionismo.
Por supuesto la parte estelar del recorrido son los murales de San Ildefonso, pero no sólo como obra ya terminada.
Observar los planes y dibujos previos para cada uno de sus murales los de San Ildefonso, los del Hospicio Cabañas, los de Bellas Artes, los del Congreso Jalisciense, etcétera es meterse en la intimidad no de obras miles de veces vistas (sí, sin duda son las caracterizaciones que hizo Orozco de la Revolución las primeras que le vienen a la mente a cualquier mexicano) y también en la de la mente de un creador extraordinario.
cmoreno@eleconomista.com.mx