“Hasta aquí llega, joven. Ya no nos van a dejar pasar más. Está lo del Cervantino y hay un evento en Pastitos". “Ni modo, cóbreme, por favor. ¿Cuánto es? ¿Setenta? Pero si es un tramito desde el centro". El taxista explica que es lo que se cobra, joven, del centro para acá. Se agradece lo de joven, así que no hay más reprimenda. Tome sus setenta pesotes. ¿Tiene cambio de doscientos? Gracias, caballerazo.
Por la noche, la zona de Pastitos, al poniente de Guanajuato, es el escenario perfecto para un tremendo bailazo. Las luces de las casas que revisten el Cerro del Gallo enterito parecen una decoración faraónica. Esa es la magia de esta ciudad patrimonial, la orografía siempre inquieta, ondulante, cubierta por casitas de colores cuyas luces cobijan los escenarios al aire libre dispuestos para el Festival Cervantino.
La superficie de Guanajuato está tomada por los peatones y aquellos obstinados en pasearse en su coche por las calles súper transitadas. Están ahí, detenidos en el tráfico… o avanzan a vuelta de rueda, con caras largas, en algunos casos, pero en otros llevan sus cumbias a todo volumen en su potente sistema de sonido, repartiendo la pachanga, y los entrados en copas que van caminando, se paran para bailar esos cumbiones bien ecualizados. Es la noche del Sonido La Changa y la ciudad lo sabe.
Cervezas y dorilocos
La Plaza de las Ranas, próxima a los Pastitos, sirve como barrera para control de la policía local, que se cuenta a raudales por todo el lugar y que ha cercado el descampado como mejor se ha podido para controlar el acceso a la presentación de uno de los sonideros más emblemáticos de América Latina.
Hace más de medio siglo, el tepiteño don Ramón Rojo, a quien desde niño apodaban así, “la changa", por un personaje de la radionovela “Chucho el roto", agarró su micrófono, puso unas cumbias y se fue convirtiendo en una leyenda, primero del barrio y rápidamente de todos los barrios. Ahora, además de “la changa", le reconocen como “el rey de reyes".
Pero, volvamos a la seguridad. El filtro de ingreso al espacio intimida. Para entrar hay que caminar por una pasarela flanqueada por al menos unos 20 polis que escrutan absolutamente todas las bolsas y mochilas. Van decomisando decenas de latas de cerveza y botellas de Fresca con tequila. Un par de polis se ayuda para retirar los decomisos, unos paquetes de latas de cerveza prácticamente nuevos. ¿Adónde irá a parar tanto alcohol decomisado?
Quienes esperan afuerita de la Plaza de las Ranas observan con recelo la severidad del operativo. ¿Cómo va a ser que vas a un baile de La Changa y no puedes echarte unos drinks? Eso dicen sus caras atónitas mientras muerden un hot dog o se enchilan con unos dorilocos de los puestos que se plantaron afuerita del evento.
Desfile de cumbiones
Tercera llamada, dice el sistema de sonido, como se dice en todo recital de alta cultura, y adentro ya está el griterío. Y qué manera de plantarse desde el segundo uno frente al público cumbianchero y también ante las decenas de curiosos, entre ellos uno que otro coreano que tarde o temprano terminará echándose sus pasos.
Serán tres horas de un desfile de rolas que no dejará exento a ningún cauto. Puros años de experiencia coleccionando cumbias de México, Colombia, Perú, Argentina, de donde sea que haya una buena canción para mover el botiquín. Estos tipos de los sonideros son unos melómanos absolutos. La cumbia nació en Colombia, pero su nacionalidad es latinoamericana.
De entrada, suena “La Cumbia Buena" (2017), del Grupo la Cumbia, de Puebla, Puebla, que quizás se ubica mucho mejor por ser la canción del Tik-Tok con el efecto que hace bailar involuntariamente a la gente, los michis y los perritos.
La gente que viene caminando hacia los Pastitos por el Jardín el Cantador apresura el paso. La sorpresa de La Changa es que lleva consigo a su apadrinado del Sonido Confirmación, que también se rifa con unas señoras canciones. “Tú las pides y yo las confirmo", es su lema. Noche de dos por uno de lujo.
La bailan allá en Chicago, la bailan en Nueva York, la bailan allá en Atlanta, Los Ángeles, California. Es la “Cumbia gabacha" (2006), otro de los temas que pegan con tubo, compuesto por don Alberto Pedraza, oriundo de San Juan de Aragón, y para cuanto esta suena ya el público está prendido, algunos aplican el baile de tres, los pasitos laterales y todas las variantes que han hecho tan famosos a los bailes de barrio, es puro arte con los pies.
El baño y la tienda
La gente viene bajando del barrio del Cerro del Gallo. Sobre todo, la chaviza que sí trae consigo sus cervecitas y sus preparados de tequila, y uno que otro churro de mota. Se intuye porque huele por todos lados entre el gentío. Los que vienen bajando de la Vieja Estación del Ferrocarril, en contraparte del cerro, también han podido colar sus chíngueres favoritos. Hay decenas de polis plantados por todo el lugar, pero al interior poco hacen por confiscar. Su labor parece ser únicamente de control y protección.
“Oiga, ¿no vende chelas?", pregunta un cuate mientras apura una promo de tres hot dogs por 50 pesos. Y el señor del puesto desconfirma con pesar. Pero informa que dandito la vuelta hay una tienda donde están vendiendo chelas.
En la tienda se cobra por entrar al baño y se organiza una fila para la venta del alcohol. Afuera hay un grupo de cinco o seis jovencitos, de verdad muy jóvenes, de entre nueve y once años a lo mucho, todavía con caras infantiles. Están armando un gallo, le dicen. Uno de ellos le dice al otro: “mochilas pa' los cuadernos". Y lo prenden y se lo fuman, y “aguas con los cuicos", dice uno, y se enfilan al baile alertas por la proximidad de un “cuico" que realmente va en son de paz ,con el impostergable apuro de usar el baño del establecimiento.
“Oigan, ¿pero no les van a detener con tanto chupe en la entrada?", se le pregunta a un grupo de chavos que se compra tres caguamas y un six y los meten a una mochila. “No, es que no te tienes que meter por ahí. Te metes acá atrás, por un callejoncito, y sales del otro lado y ahí ni hay quien esté revisando", es su respuesta.
Mientras esto sucede, a lo lejos se escucha a La Changa y Sonido Confirmación intercalando y rifándose con rolazas como la “Cumbia de los teclados", de la agrupación peruana Los Condors; “Negrita", de Los Kjarkas, bolivianos, y “En mi escritorio", de Sensación latina, del Ecuador. Pura cosa seria, pura cumbia fina.
El sonido que carga La Changa es impecable. Brinda otra dimensión a las canciones, la viejitas, las rebajadas, los nuevos hits. Este género no tiene edad. Sus bajos retumban en las caderas. Hasta la prensa, montada en una plataforma frente al escenario, se pone a echar el baile muy amateur, pero baile, la cosa es mover las piernas.
Saludos a Los Vatos Locos, a la colonia Sagitario, en Ecatepec; saludos a la gente de León y de los barrios de Guanajuato capital. Los saludos salen disparados para todos lados. De Tepito para el mundo.
Un poli que custodia el tumulto, saca su celular y, sonrisa de oreja a oreja, se pone a grabar a los magistrales pasos del club La Changa que pone el ambiente sobre el escenario.
Es la música contagiando voluntades. Es una expresión de pertenencia, de identidad y de gozo.
ricardo.quiroga@eleconomista.mx