Penderecki, aclamado en la Sala Nezahualcóyotl

Ante el entusiasmo desatado en la Sala Nezahualcóyotl después del concierto del domingo, poco faltó para que el compositor Krzysztof Penderecki fuera sacado en hombros como gran triunfador de la tarde; tales eran las muestras de cariño que despertó este enorme músico polaco, quien no sólo es uno de los más grandes compositores del mundo, sino que desborda ternura, talento, eso que la gente llama carisma, gracia, don.

Ante una Sala Neza repleta de gente joven, el 30 de marzo, Penderecki fue el director huésped al frente de la Orquesta Filarmónica de la UNAM, que esta vez se vio funcionando a cien por ciento.

UNA HISTORIA CRUENTA

El compositor y director primero ofreció su pieza Chacona (estrenada en el 2005), que pertenece a la obra mayor Réquiem Polaco que comenzara a componer en 1930.

Este réquiem es una música de raigambre religiosa, es una música para difuntos, como también se le conoce, de ahí su profundo espíritu luctuoso. Dedicó esta obra monumental a diferentes episodios dolorosos de la vida polaca, entre ellos, a los obreros muertos en los astilleros de Gdansk, asesinados por el régimen proletario instaurado en Polonia por los soviéticos; también lo dedicó a los héroes del Ghetto de Varsovia (primera sublevación judía en Europa) en la lucha contra los nazis, y a las víctimas de la matanza del Bosque de Katyn, en 1940, en la que murieron miles de oficiales del ejército polaco, intelectuales y civiles, en una sangrienta maniobra orquestada por Beria, el jefe de la policía secreta de Stalin, para descremar de sus dirigentes a un pueblo, a una clase social.

La historia de la Chacona para cuerdas es menos cruenta, aunque no por eso menos dolorosa, sin faltar, claro, sus toques de esperanza expresados en esos fraseos cadenciosos, en esos pasajes tonales, sonoros clústeres y cromatismos polifónicos: fue compuesta en memoria del papa Juan Pablo II, uno de los héroes polacos del siglo XX.

Esto como un primer platillo gourmet, en que Penderecki combina de manera asombrosa la música tradicional con la contemporánea, creando atmósferas de gran belleza y expresividad melódica. Uno se siente acariciado por ese fraseo melancólico de las cuerdas, por esa música que surge de sitios del instrumento que el espectador no esperaría, por ejemplo en las cuerdas más bajas, que transcurre en siete minutos que pasan volando rotundos como un poema de ese otro gran polaco, Zbigniew Herbert, y que uno desearía que durara más.

PENDERECKI POR PENDERECKI

Luego, Penderecki pasó a dirigir otra de sus grandes obras, la Sinfonietta núm. 2 (que se anunció en el programa como estreno en México). Se comprobó que es un gran acierto eso de escuchar la música de Penderecki dirigida por Penderecki. En efecto, en cada uno de los cuatro movimientos de la obra, el maestro polaco demostró también sus cualidades como director, quien supo mantener el control de la orquesta en los límites de esa sutil melancolía, desde el Notturno-Adaggio hasta el Abschied-Larghetto… cadencias rotas con gran vigor y estruendo sólo con el final del Vivacissimo.

Hasta aquí la atmósfera creada era de gran espiritualidad porque dígase lo que se diga, Penderecki es un hombre religioso, místico, y esa condición se expresa muy claramente en su música y en el tempo y la delicadeza que pone al dirigir.

Después vendría Massimo Mercelli, quien nos ofreció una gran interpretación como solista en el Concierto para flauta en re mayor, op. 27 de Franz Xaver Pokorny.

La segunda parte del concierto estuvo dedicada a Antonín Dvoràk, con su Sinfonía núm. 7 en re menor, op. 70.

La sesión terminó con las muestras de cariño de un público entusiasta, aplaudidor. El éxito se notaba también en las caras de satisfacción de los músicos de la OFUNAM y en el propio Penderecki.

ricardo.pacheco@eleconomista.mx