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Philip Roth, escritor incómodo e incomodante
Philip Roth incomoda a las buenas conciencias y logra encender la mecha para que el relato íntimo y preciso sea el vehículo que permita al lector sumergirse en el lado oscuro de la cotidianidad.
A la entrada del Congreso de Literatura Wordloaf, durante un divertido capítulo de Los Simpson, cuelga una manta advirtiendo a todos que Philip Roth puede estar de malas .
La escena no forma parte de la realidad, claro está, al menos no de una realidad que conozcamos aún. Pero, por si las dudas, valdría la pena precaver a sus majestades y al resto de invitados a la ceremonia de entrega del Premio Príncipe de Asturias, pues los niveles de incomodidad que el escritor estadounidense es capaz de provocar lo ameritan.
Se ha insistido en que la obra de Philip Roth se ocupa únicamente de los avatares de la vida norteamericana del siglo XX, de la cultura judía de aquel país y que sus alcances literarios no rebasan las riberas del río Hudson. Nada más falso. Quien ha leído —y saboreado algo de la extensa narrativa de este feroz y descarnado autor sabe que, detrás de los nombres de calles y barrios de una determinada ciudad, de las referencias a ciertos hechos históricos y de su asombroso dominio de la lengua, siempre aparece la condición humana en su expresión más cruda y universal.
Roth jamás se ha andado con miramientos a la hora de acompañar a sus personajes desde dentro de sí mismos, como cuando utiliza su propio nombre —entre la ficción y la realidad— para explorar las partes más mezquinas y cobardes del amor, la sexualidad y la pasión erótica. A menudo parece regodearse con la crueldad de un destino que enfrenta al ser humano con aquello que más teme y odia de la vida.
Un padre amoroso, por ejemplo, tiene que esforzarse desesperadamente para entender qué fue lo que llevó a su adorada hija a convertirse en un ser odioso e irreversiblemente antisocial.
En otra ocasión, un maestro universitario, quien ha luchado toda su vida en contra de la discriminación y el autoritarismo, y en favor de la razón, el conocimiento y la ética, de pronto se ve absurdamente atrapado y arrastrado por las maquinaciones perversas de una mujer mediocre y resentida.
Philip Roth incomoda a las buenas conciencias y logra encender la mecha para que el relato íntimo y preciso sea el vehículo que permita al lector sumergirse en el lado oscuro de la cotidianidad.
Un tema recurrente son las enfermedades mentales, condición ubicua de casi todas sus novelas. Es difícil no toparse con uno o varios personajes que bien se podrían calificar como perturbados mentales graves.
Sin embargo, la mejor parte de su pensamiento crítico y mordaz lo reserva frecuentemente para enfatizar lo ridículo e inútil de la intervención psiquiátrica en la búsqueda de solución de los conflictos existenciales de sus personajes.
La verdad es que se me hace agua la boca sólo de imaginar el inmisericorde y genial discurso que Philip Roth estará escribiendo ahora en agradecimiento de su real premio, el Premio Príncipe de Asturias 2012.
rozanes@prodigy.net.mx