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¿Quién es ése que anda ahí?
Antes de Cri-Cri, estaba Francisco Gabilondo Soler, el compositor infantil más importante que ha tenido México. Siendo el mayor de cuatro hermanos, Francisco nació el 6 de octubre de 1907 en Orizaba, Veracruz.

Gabilondo Soler compuso 210 piezas, de las cuales se conservan 207, las otras están perdidas.
Por supuesto que nació entre flores, cascadas de azúcar granulada, arroyos que en vez de piedras arrastraban colación, gran antojo de bombones y una enorme necesidad de cantar para explicarlo todo. Si no hubiera sido así el sobrenombre no le hubiera quedado tan natural, nadie le hubiera creído lo del grillito cantor y ni un sólo infante hubiera caído engañado pensando que un chapulín podía interpretar tan buenos danzones, tangos, mambos, sones, valses y marchas.
Si todavía viviera y el mundo no hubiera cambiado tanto, estaría enfrentándose a cosas que no le gustaban nada. A miles de niños disfrazados de gatitos, burritos, patitos y sapos cantando mal sus canciones, dirigidos por un enorme grillo de botarga verde. A toda una semana vería encabezados de periódico cambiándole el nombre y la apariencia y anunciando con jolgorio: ¡Cri-Cri cumple 110 años! Ya después, acabaría harto y salpicado con la tinta negra de incontables artículos que dirían lo mismo que está a punto de decir el texto que está usted leyendo ahora.
Antes de Cri-Cri, estaba Francisco Gabilondo Soler, el compositor infantil más importante que ha tenido México. Siendo el mayor de cuatro hermanos, Francisco nació el 6 de octubre de 1907 en Orizaba, Veracruz. Fue hijo de Tiburcio Gabilondo y de Emilia Soler, pero su infancia no fue la más feliz: un día su mamá no fue por él a la escuela y cuando regresó a su casa se enteró de que se había ido para siempre. Tenía nada más ocho años.
En cuanto a la escuela habría que decir lo que es puramente cierto: solamente llegó a sexto año de primaria, pero no porque fuera tonto sino porque se aburría. De hecho, le gustaba saber de muchas cosas pero no el método de cómo se las enseñaban. Él solito aprendió de matemáticas, de las estrellas y del movimiento de los planetas porque su verdadera vocación, solía decir siempre, no estaba en la música. Estaba en el espacio sideral.
Fue su abuelita –quizá la de su canción El Ropero, que destruye el ánimo de todo el mundo– que también se llamaba Emilia, la que le leía cuentos cada noche y le dio una base literaria a todas sus composiciones. Francisco adoraba a los hermanos Grimm a Salgari y a Julio Verne y muchos dijeron que por eso tenía tanto talento para contar con música historias infantiles. Sin embargo, él quería irse de la tierra a la luna, tener muchas aventuras, viajar más de 20 mil leguas bajo el agua o convertirse en pirata. Pero todo aquello no pasó. Cuando viajó de Veracruz a la ciudad de México, lo único que quería era estudiar astronomía pero no hubo manera. Trabajó en el Observatorio de Tacubaya un rato. Y así le pasó en la vida: quiso ser escritor pero acabó de linotipista. Practicó el boxeo y la natación. No se atrevió a ser torero porque al final había que matar al toro, eso no lo hacían los novilleros y la idea no le gustaba nada. Iba y venía de oficios y deportes. Pero, sin darse cuenta, tenía gran talento para la letra y la música, y un destino que lo llevaría a esa grandeza que sólo pueden otorgar los niños.
Cuentan que un muy buen día, el muy joven Francisco Gabilondo decidió aprender a tocar el piano. Iba a los baños públicos Mancera después de hacer ejercicio, y se animó a pedirle permiso a los dueños para tocar la pianola. Le dijeron que sí. Y otra vez, autodidacta como era, sin maestro ni lecciones, Francisco decidió aprender por sí mismo. Ponía en marcha el mecanismo y se fijaba dónde bajaban las teclas. Luego colocaba los dedos en el mismo lugar. Así, poco a poco, se aprendió de memoria muchas escalas y canciones y se convirtió en un excelente pianista. Poco después –corría el año de 1930– se pondría a componer sencillas obras: algunos valses, tangos y piezas de fox-trot (aquel inspirador baile gabacho caracterizado por su ritmo lento-lento-rápido-rápido), a los que además les puso letra. Y entonces decidió que quería mostrar sus canciones al gran público. El grillito cantor estaba por aparecer y la radio a punto de cambiarle la vida.
Antes de llegar a pedir trabajo a la XEW, la radiodifusora más importante de la capital en aquel entonces, Gabilondo Soler ya había participado en algunos programas. Todavía no descubría a su público. Salía al aire en la XYZ en un programa humorístico de crítica social donde tocaba el piano y para el que inventó canciones que nada tenían que ver con el Rey de Chocolate. Tonadas como “Vengan turistas” y “Su Majestad el chisme” que le hacían mucha gracia a todo el mundo y le regalaron su primer nombre artístico “El Guasón del Teclado”.
Pero Gabilondo ya no se conformaba. Y por eso fue a pedirle a Emilio Azcárraga una oportunidad. El empresario respondió que él realmente no podría competir con figuras como Agustín Lara o Gonzalo Curiel, pero que había notado que cuando él tocaba sus “tonterías”, los chamacos se pegaban a la radio. “Agarre usted la Marcha de Zacatecas y póngale letra para chamacos”, dicen que fue la frase que concluyó aquel encuentro. Sin rendirse, Gabilondo probó ir a ver a Othón Vélez con un número musical “más o menos aceptable”. Entonces él decidió brindarle una pequeña oportunidad en la XEW. El 15 de octubre de 1934, a la 1:15 de la tarde, Gabilondo presentó su nuevo programa, con duración de 15 minutos, sin patrocinio ni publicidad. Con poca paga y a prueba. Aquello acabó transformando su vida.
Fueron 27 años al aire. Primero nada más con su voz, un piano y mucha imaginación. Después haciendo los arreglos de una pequeña orquesta y escribiendo los cuentos que se leían antes de las canciones. (Cuentos que ya nadie conoce y que a lo mejor, por las palabras tan bien dichas, ni un millennial entendería). Fue en la XEW donde, inspirado en la palabra cricket, aparecería Cri- Cri, el Grillito Cantor, que se convertiría en el principal protagonista de las canciones de su programa. Después fueron del radio a la televisión, de la televisión al cine y de los discos de larga duración a los discos compactos.
Gabilondo Soler compuso 210 piezas, de las cuales se conservan 207 y tres están perdidas. Cantó con su propia voz prácticamente todas sus canciones en los programas de radio pero no grabó en estudio más que 116.Casi todas ellas las grabó una sola vez. Tres fueron grabadas por Tin Tan y una por Tilín y Raulito. En el cine sus canciones tuvieron muchas voces. El chorrito, la más famosa de todas, la cantaron en sus películas Rosita Quintana, Tin Tan, Libertad Lamarque, Piporro y Vicente Fernández; Pedro Infante cantó Conejo Blas y Bombón I; Resortes cantó La Patita y El Comal y la olla, y Los cochinitos dormilones personajes tan disímbolos como Miguel Aceves Mejía, Julissa y Libertad Lamarque.
Después de retirarse de la radio, Gabilondo Soler se despidió de los medios y los niños. En vez de un castillo con murallas de membrillo y sus torres de turrón, logró construir su propio observatorio y se dedicó a contemplar las estrellas, sin prisa. Tenía 30 mil 384 días, como le gustaba responder cuando le preguntaban su edad; cuando abandonó este mundo.