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Arte e Ideas

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Recuerdo de Las insólitas imágenes de Aurora

La estrella afónica y el puño en alto.

Al grupo anterior lo habían bajado del escenario a pedradas. No es exageración, aunque es cierto que también les aventaron otras cosas que no eran piedras… botellas de vidrio, sobre todo.

Eran los años 80. Unos quinientos chavos banda se habían reunido para un festival de rock en un inmenso gimnasio a las afueras de Puebla cuando semejante cosa era impensable en el lindo Mexiquito después del temible Avándaro, tan lleno de mariguana. Sí, habían venido Queen y Rod Stewart (y también les habían tocado botellazos), se hacían festivales de jazz y blues en el Auditorio Nacional en los que había portazo .

El grupo apedreado no sólo cometió los pecados de estar formado por una pareja linda, techno y fresa (emulaban a Mecano sin la guitarra), además se les habían cuatrapeado las secuencias y todo había salido fuera de sincronía. La audiencia esperaba disonancias a altos volúmenes, pero aquella cacofonía definitivamente no había entrado en sus ideas de lo que podía calificarse como música. Y los bajaron con lo que podríamos llamar malos modos .

Junto a mí, un joven que apenas tendría unos veinte años (yo no tenía más, claro, éramos amigos y vecinos desde la primaria) dijo, casi inaudible en medio del estruendo de aquel público que esperaba impaciente a que se conectaran los instrumentos del próximo grupo: Manuel, tengo miedo de subir a tocar .

Lo miré. Mi amigo Saúl Hernández vestía un traje de dos piezas, de rayitas celestes y blancas, tenía una melena larga, quebrada y limpia aunque no muy bien peinada. Tenía buenas razones para sentir que sería rechazado por aquella turba en la que abundaban los peinados de mohicano, los tatuajes, el cuero negro, los estoperoles. La verdad es que a nuestros ojos de muchachos de clase media aquellos eran unos punks que harían ver a los originales ingleses como muchachos mal portados

Aun así, le dije:

– No te preocupes, tu grupo suena bien. Además no tienen secuenciadores que se salgan sincronía...

– El grupo suena bien, pero yo estoy afónico –dijo tan fuerte como pudo, que no fue mucho–... Y soy el cantante –agregó innecesariamente pues nos conocíamos desde hacía años y habíamos tocado en el mismo grupo, Frac, donde también cantaba.

Tocó el siguiente grupo. Sus integrantes vestían igual que el público. Sonaron feo con pero bien recio, con guitarrazos, tamborazos y alaridos. El público se mostró bastante indiferente. Se bajaron aparentemente satisfechos por no haber sido apedreados.

Seguían Alejandro Marcovich, Alfonso André y Saúl.

– Ahora, con ustedes –aulló el presentador–: Las Insóooooolitas Imáaaaagenes de Auroraaaaaaaaaaaaa.

Se subieron al escenario, altos, galanes, con trajesitos new wave (sobre todo el de Saúl). Mientras, con aparente calma, conectaban sus instrumentos el público empezó a gritar: ¡Putos, putos, putos, putos…!

Con silenciosas miradas se dieron unos a otros a entender que ya estaban listos. Saúl fue hacia el micrófono. En lugar de acercárselo lo más posible a la boca para gimotear Un, do, tre, cua con su cascada de voz, se lo pegó al pecho al tiempo que levantaba con más fuerza emocional que física la otra mano convertida en un puño.

La sincronía fue perfecta, en cuanto su mano alcanzó el punto más alto, comenzó a sonar, demoledora la batería de André. Y quinientos puños se levantaron. Cuando entró la guitarra de Alejandro, un rugido multitudinario cimbró el techo del local. Saúl no había cantado una sola nota y ya tenía al público en uno de los bolsillos de su saquito a rayas.

A partir de entonces nada me sorprendió, que llenaran el Palacio de los Deportes y convirtieran su concierto ahí en una ceremonia mística, que levantaran al ecuánime palco de prensa en el Auditorio Nacional, que se hablara de ellos (y de Diego y Sabo en Caifanes) como intérpretes del inconsciente del mexicano, iluminados, mesías o, al menos, como la banda más importante de México y Latinoamérica, que tuvieran seguidores fanáticos, que la gente me mirara con admiración y envidia si llegaba a enterarse de que soy amigo de Saúl. Tampoco me sorprende que ahora hayan enloquecido a México con su reencuentro, su reconciliación.

No sé ustedes, yo voy a ir.

Lea más: Críticas "me valen madre": Saúl Hernández

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