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Arte e Ideas

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Réquiem por el alma desgarrada de Amy Winehouse

Toda ella era como un personaje de otra era más heroica y más emocionante, una estrella de la vieja escuela del soul.

Usaba el cabello en forma de ojiva nuclear y así acabó explotando, como todos sabíamos que iba a pasar. Amy Winehouse se murió de una probable sobredosis después de que le gritara al mundo que jamás iría a rehabilitación, no, no, no.

Y nosotros la celebramos, la convertimos en una diva, la adoramos por su voz, por su estilo arrabalero, por sus letras de puta cínica; también por darnos una historia que discutir, por causarnos la sensación de que la edad de los mitos románticos decadentes no había terminado. Por darnos algo de leyenda en una época más bien agotada de leyendas.

Toda ella era como un personaje de otra era más heroica y más emocionante, una estrella de la vieja escuela del soul. Como la realidad parece ficción cuando es demasiado perfecta, Amy Winehouse fue siempre como la protagonista de una telenovela oscura y cursilona con dos fines previsibles: o una redención al estilo hollywoodense o una muerte desolada antes de envejecer. Y la realidad quiso ser perfecta: muerta a los 27 años como Robert Johnson, Kurt Cobain, Janis Joplin, Jim Morrison y Jimmy Hendrix. Todos adictos, todos flamígeros, todos legendarios.

Es fácil, cruelmente fácil, decir que la tragedia de Amy Winehouse es una balada que ya todos nos sabíamos de memoria, que un cliché no es una tragedia de verdad. Total, el que se muere por su gusto hasta la muerte le sabe.

Pero el hecho es que sí fue a rehabilitación, una y varias veces. Fue cuando era famosa y antes de serlo, fue obligada por el juez y chantajeada por su familia, fue, incluso, voluntariamente. Fue y lo intentó muchas veces. Se divorció de Blake Fielder-Civil, ese esposo al que todos señalaron como su guía en el infierno de la heroína.

Amy hacía planes repetidos de volver, de grabar el esperadísimo tercer disco y hacer una gira mundial que nos dejaría a todos con los pelos de punta. Su último intento de resucitar fue el mes pasado cuando quiso iniciar una gira europea en Belgrado. No pudo: solo la rápida reacción de su guitarrista pudo evitar que se desplomara del escenario de tan drogada que estaba. Para hacer más completa la fábula, la última canción que trató de cantar fue "Rehab", su himno y profecía. Como Alex, el protagonista de La naranja mecánica, Amy Winehouse llevó su naturaleza hasta la última consecuencia.

En fin, el hecho es que una parte de Amy Winehouse, no importa que tan infinitesimal, intentaba vivir y con eso debería bastar para hacer de su muerte una tristeza.

Es increíble lo rápido que puede destruirse una vida, no importa qué tanto éxito y genio encierre. A Amy alguien le apretó el detonador de la autodestrucción muy temprano. Desde los 12 o 13 años, según cuentan los tabloides ingleses (que lo saben todo de uno, si uno es una celebridad) ya tenía problemas con el alcohol. 14 años, ni siquiera década y media, le bastaron para acabar consigo misma.

¿Alguna vez descansará en paz alguien como Amy Winehouse? Sólo puedo desear que así sea, que allá adonde haya ido ya no se odie tanto. Ojalá la muerte sea al fin el consuelo que nunca halló en su música.

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