Buscar
Arte e Ideas

Lectura 5:00 min

Rusalka: el influjo de la noche

La profundidad de la obra del checo Antonín Dvorak cruza líneas con el Romanticismo europeo desde su concepción, sus símbolos, sus temas; en lo que tiene de poesía y en lo que tiene de música.

Si se trata de reducir a su mínima posibilidad expresiva, diríamos que la ópera Rusalka, del checo Antonín Dvorak, con la cual se inauguraron las actividades del 27 fmx, recupera (como si se tratara de un mito) el cuento de "La Sirenita", de Christian Andersen. Una reducción absurda. Pues si bien, el cuento hoy famosísimo fue una de las referencias del escritor Jaroslav Kvapil, autor del libreto, la profundidad de la obra cruza líneas con el Romanticismo europeo desde su concepción, sus símbolos, sus temas, en lo que tiene de poesía y en lo que tiene de música.

El libreto de Rusalka, escrito por Jaroslav Kvapil (1868-1950), se inspiró, sobre todo, en las leyendas y mitos de la tradición eslava. Además, fue concebida (música y libreto) en un momento fruto del auge nacionalista que abarcó toda la primera mitad del siglo XIX, cuando cada una de las disciplinas artísticas convergieron en un movimiento emancipatorio llamado Renacimiento Nacional Checo, que se suscitó en respuesta a la galopante germanización de las tradiciones.

En el montaje que tenemos aún la oportunidad de ver los próximos jueves y domingo en el Palacio de Bellas Artes, por un lado, brota en cada verso la pasión desbordada ante el hechizo dominante de la noche, la magia surge como espuma del mar y se derrama ante los ojos del espectador.

Por otro, la partitura seria, infinita y sumamente innovadora desvela la influencia del compositor romántico alemán Richard Wagner en la música de Dvorak. Todo sin olvidar que la ópera, contrariamente a su ilustrado afán de conformar un arte total, desde Mozart abrió una veta en la cual el símbolo daba poder a la imagen, y en ese sentido, reconstituía un tiempo ya no en código lineal sino experimental.

El espacio acuático en que habitan las náyades, entre ellas Rusalka, y su padre Vodník, el Espíritu de las Aguas, es muestra de ello: se sale del tiempo y abre un tiempo cíclico.

Consciente o inconscientemente, los talentosos Enrique Singer (director de escena) y Jorge Ballina (diseñador de escenografía), advirtieron este cruce de símbolos: ellos traducen de manera intensa y formidable el poder de la música y de la poesía propia de una lengua incapaz de penetrar en el oído mexicano, y logran un efecto contemporáneo en clave de pantalla. Los movimientos de los cantantes se sincronizan con el tempo de la música, las expresiones de sus rostros, sus pausas, llevan al límite el impulso de lo dicho. El mar que imagina Ballina es de una belleza, organicidad y textura simplemente asombrosas.

El tino de Jorge Ballina en esta ocasión es casi mágico. El imagina una escenografía a partir de tres elementos ejes: el mar, la tierra y, fundamentalmente, la luna, elementos que intercalan su importancia de acuerdo con su disposición en la escenografía a lo largo de la narración.

El mar (una especie de red ondulada que pende desde las alturas en dos especies de óvalos concéntricos que abarcan desde el fondo del escenario hasta el frente) marca los límites del espacio artístico, un mar que cerca el actuar de los cantantes y simboliza el existir aprisionado tanto de los hombres como de las divinidades. El mar creado por Ballina, en el sentido vertical, ora enguye a los personajes, ora queda a sus pies. La tierra ora es pasto, o algas. La Luna todo el tiempo vigila. En el escenario es un gran círculo (que algunos confunden con bola de béisbol), el cual se desliza vigilante de un lado al otro por la parte trasera.

La Luna y el canto que le dedica Rusalka al finalizar el primer acto (de tres que tiene la obra) es lo más romántico y al mismo tiempo lo menos. Una plegaria pasional que lleva al éxtasis: vida o muerte, ser náyade o mujer. Una aria que hoy por hoy podría extraerse tal cual para convertirse en una balada moderna, que hace pensar, salvando las diferencias, en la canción "Memories" del musical Cats. Luna que, no obstante, es el símbolo por excelencia del romanticismo: ese momento en que el hombre puede invocar su presencia y habitar en los derroteros de la noche, la embriaguez, la magia, la bestialidad, el sueño.

Los cantantes Elisabet Strid (Rusalka) y Alexander Teliga (Príncipe) descollan de un grupo en el que la mexicana Belem Rodríguez resulta impresionante: los colores que abarca su voz y la fuerza que impregna a su personaje, la bruja Jezibaba, le merecieron la ovación más jugosa de la velada.

La orquestación de Iván Anguélov es desequilibrada. La interpretación del coro dirigido por Xabier Ribes, que en una parte del segundo acto, cantó desde los balcones del Palacio, fue suntuosa y con brillo. El vestuario de Eloise Kazan es vanguardista. Y la iluminación de Víctor Zapatero, certera y audaz. Desentona con el conjunto el poco riesgo de los coreógrafos Laura Morelos y Carlos Carrillo, y, una vez más desde que se reabrió este teatro, la tardanza con la que se aplican los cambios escenográficos en los intermedios.

Rusalka

Palacio de Bellas Artes

Jueves 17 de marzo

20: 00 hrs

Domingo 20 de marzo

17:00 hrs

Boletos en taquilla y en el sistema Tickemaster

Rango de precios: De $124 a $937

aflores@eleconomista.com.mx

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí

Noticias Recomendadas

Suscríbete