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Se apaga la gran voz de Robles
Germán Robles nació en Gijón, España, y a los 17 años emigró a México, donde hizo toda su carrera actoral. Debutó en el cine en 1957 con El vampiro, el largometraje que le daría fama mundial y que junto con El ataúd del vampiro le harían recibir invitaciones y homenajes en diversos festivales dedicados al terror hasta los últimos años de su vida.
Participó en más de 90 películas, entre ellas El jardín de la Tía Isabel, El arte de engañar, El jinete de la divina providencia y Fray Bartolomé de las Casas.
En teatro participó en Los hermanos Karamazov, La dama de las Camelias, Luces de Bohemia, y La dama de negro, obra en la que interpretó durante 13 años al personaje de Arthur Kipps y que este año alcanzó los 21 años en cartelera.
También actor de doblaje y considerado pionero de la televisión, trabajó en 600 teleteatros. Prestó su voz para el doblaje de cintas extranjeras como El Padrino, La historia sin fin y Terminator.
Un actor para la posteridad
Para el investigador y crítico de cine Rafael Aviña, el mayor legado de Germán Robles, fallecido el sábado tras permanecer internado 12 días en un hospital capitalino, es que más allá de ser un actor carismático, interpretó personajes que se quedarán para la posteridad, como sus protagónicos en las cintas El vampiro y El ataúd del vampiro (1958).
A diferencia de sus contemporáneos Arturo de Córdova y Pedro Armendáriz, Germán hacía películas de bajo presupuesto pero con personajes que se quedaban en el inconsciente colectivo popular, lo que significa que su trabajo era apreciado en cines populares y de barriada, lo que provocaba que el público acudiera en masa , expuso Aviña en entrevista con Notimex.
Robles es un actor trascendental, icónico y de culto por sus actuaciones en ambas cintas de terror; sin embargo, su talento lo llevó a interpretar a versátiles personajes. Sus interpretaciones vampíricas tienen nueva vida gracias al interés por el cine de terror.
Sus vampiros se están trayendo a colación en festivales como Mórbido y Macabro , concluyó Aviña.