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Sin Vicente Rojo la vía pública hubiera palidecido
El incansable artista de creaciones volcánicas y voz templada permanece vivo a través de las obras monumentales que magnetizan el paisaje urbano; fue tímido en el andar pero radiante en el pensamiento.
Diseñador, pintor, escultor, escenógrafo, editor, Vicente Rojo Almazán, fallecido este miércoles a los 89 años, mexicano de procedencia española, entregó lo mejor de su obra a nuestro país prácticamente desde su llegada en 1949, cuando a los 17 años vino a reencontrarse con su padre después de 10 años de no verlo, procedente de la España franquista.
El trabajo de Rojo Almazán es vasto como el de pocos artistas; son siete décadas de imparable genio creativo. Fue prolífico en cualquier formato y magnitud. Su comunión con los colores dejó en el espacio público del país, y en especial de la Ciudad de México, varias obras fundamentales.
Ducho, sensible, el artista de voz pasiva legó al público arte que no deja de ser vigente, que genera comunión en la vida pública, recupera espacios y los resignifica, porque incide en el paseante, simpatiza y es fotogénica. Enlistar su obra pública es echar un vistazo a las tres últimas décadas en las que Rojo, un hombre rebosante de proyectos, dejó su huella aquí y allá.
Rojo el tímido, Rojo el monumental
En octubre del año pasado se inauguró el mural Jardín urbano en el costado poniente del Museo Kaluz, en el antiguo Hotel de Cortés, en el Centro de la Ciudad de México, un trabajo de formas verticales elaboradas con tipos de piedras distintos que dan la noción de un bosque que se extiende hacia la parte superior del edificio.
“La idea viene de la naturaleza porque el museo tiene una magnífica colección de arte mexicano y pensé que lo ideal era traerla a la calle. Son 10 árboles que planté aquí y espero que sigan siendo regados y puedan mantenerse muchos años”, declaró, tímido, el maestro el día de su inauguración.
En junio de 2019, como parte de los trabajos de remodelación y restauración de la sede matriz del Nacional Monte de Piedad, Rojo Almazán inauguró el vitral lumínico Versión celeste, instalado en el patio central del histórico edificio del primer cuadro del Centro Histórico e integrado por 275 cubos lumínicos coordinados con los que Rojo, a sus 87 años, debutó en la hechura de obra con movimiento.
“Mi idea fue que las personas que venían con algún problema pudieran sentirse acompañadas de una luz, de una vida, algo que fuera sensible y grato. La luz cambia los ambientes y podría darles una tranquilidad, seguridad”, afirmó entonces el artista.
¿Quién en Instagram no tiene una fotografía en Polanco frente a ese pasaje de coloridos marcos que pareciera que se extienden sin finitud? Es la Pérgola Ixca Cienfuegos, instalada por Rojo sobre el camellón de la Avenida Ejército Nacional en 2014 a manera de homenaje a quien fuera su amigo cercano, el escritor Carlos Fuentes, en particular por los 50 años de la publicación de La región más transparente.
Genio “volcánico” de carácter afable
Los volcanes fueron una forma recurrente de la obra de Vicente Rojo, tanto como estuvieron presentes en el trabajo de artistas pictóricos y escultores mexicanos desde el siglo XVIII, como José María Velasco, Dr. Atl y Luis Nishizawa. Los volcanes son colosos que escoltan los siglos que se avasallan sobre esta región, sí, otrora más transparente del aire. Son amigos silenciosos y dueños de nuestro destino.
La fuente País de volcanes, que flanquea la Avenida Juárez, instalada en 2003 en la explanada del Museo Memoria y Tolerancia y la Secretaría de Relaciones Exteriores, se convirtió en punto de referencia del centro de la ciudad producto del genio geométrico de Vicente Rojo, quien hizo instalar 1,034 figuras piramidales de color marrón perfectamente alineadas entre sí en una extensión aproximada de mil metros cuadrados.
Otra de las obras fundamentales es el antimural Escenario abierto, elaborado en el Centro Nacional de la Artes en el 2000, con el recubrimiento de miles de azulejos de colores en la fachada del Aula Magna José Vasconcelos, un diseño de formas geométricas que han dado al recinto su carácter emblemático.
“Lo llamé un antimural porque la palabra mural dentro de la cultura plástica mexicana tiene una presencia enorme, y yo de ninguna manera quería ni podía acercarme a esa esencia. Entonces lo llamé así porque plasmé imágenes no convencionales, sobre todo en la visión de los grandes muralistas”, declaró Rojo en 2017 sobre esta obra.