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¿Son las cicatrices en la infancia la causa de los problemas físicos y psicológicos en la vida adulta?
“Mamá ha tenido la costumbre de azotarme y pegarme casi todos los días. No tengo ningún recuerdo de haber sido besada por nadie, nunca me ha besado mamá. No recuerdo haber estado feliz en mi vida”.
Así da inicio la historia de Mary Ellen Wilson, una niña de 9 años brutalmente maltratada por sus tutores legales.
El primer caso mediático
Todo comenzó en 1874, cuando Etta Angell Wheeler, una activista de los derechos de los animales, notó signos de maltrato infantil en un vecindario de Nueva York. Incapaz de obtener ayuda de las autoridades locales debido a la falta de leyes de protección infantil en ese momento, Wheeler recurrió a la Sociedad de Prevención de Crueldad contra los Animales.
Sorprendentemente, el caso fue llevado a los tribunales bajo el argumento de que la crueldad hacia los animales y la crueldad hacia los niños estaban vinculadas. Es decir, Mary Ellen no fue objeto de un proceso judicial por ser una niña maltratada, sino por ser considerada parte del reino animal y merecedora, por tanto, de la protección de su integridad física y moral.
El suceso saltó enseguida a los titulares de los periódicos, y aquel mismo año se fundó la Sociedad de Prevención de Crueldad hacia los Niños de Nueva York, una de las primeras organizaciones dedicadas a la protección de los derechos infantiles en los Estados Unidos. El caso de Mary Ellen sentó las bases de la intervención y la protección de los niños que sufren abuso y llevó a cambios significativos en la legislación y en la conciencia pública sobre el tema.
¿Qué consecuencias tiene el maltrato infantil en la salud física y psicológica?
Décadas más tarde, en 1998, el Dr. Vincent Felitti y su equipo fueron más allá, examinando la relación entre las experiencias adversas en la infancia (ACEs) y su impacto en la salud física y psicológica a lo largo de la vida de una persona.
Más de 17 000 adultos fueron entrevistados, recopilándose información acerca de su historial médico y sus experiencias durante la infancia. Así se descubrió que ciertas ACEs, como el abuso sexual, la negligencia o la exposición a violencia doméstica, estaban significativamente relacionadas con un mayor riesgo de sufrir problemas en la edad adulta.
Los científicos encontraron que las consecuencias en la salud física incluían la diabetes tipo 2, el cáncer, la obesidad, cardiopatías isquémicas o enfermedades hepáticas. En el caso de la obesidad, los pacientes percibían una pérdida de peso significativa como una amenaza física o sexual, de forma que el exceso de grasa corporal los protegía emocionalmente, a pesar de representar un riesgo para su salud. Por paradójico esto que parezca, estas personas empleaban la obesidad como una estrategia inconsciente para afrontar la adversidad sufrida en la infancia.
El hecho de experimentar ACEs se asocia con un mayor número de estresores al día, una mayor gravedad de estos y un incremento de síntomas físicos. En concreto, el estrés crónico puede causar una desregulación (tanto una hiperactivación como una hipoactivación) del eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA). Esto se relaciona con alteraciones funcionales en regiones cerebrales vinculadas a la reactividad ante el estrés (debido al aumento o disminución de cortisol, “la hormona del estrés”), y a su vez, está conectado con el hecho de haber sufrido ACEs.
Mayoritariamente, los niveles reducidos de cortisol se asocian con distintas enfermedades (como el síndrome de fatiga crónica), así como con la incapacidad del organismo para estar preparado ante el estrés.
Además de la citada desregulación del eje HPA, el estrés crónico puede causar otras modificaciones estructurales y funcionales, como, por ejemplo, sobre los sistemas sensoriales o los circuitos implicados en la detección de las amenazas, la anticipación de la recompensa o la regulación emocional.
Un paso más en la protección de la infancia: ¿se puede superar la adversidad?
Dos décadas más tarde, el 5 de junio de 2021, se publicó en España la Ley Orgánica 8/2021 de Protección integral a la Infancia y la Adolescencia frente a la Violencia, popularmente conocida como “Ley Rhodes” en honor al pianista británico James Rhodes, quien en su autobiografía Instrumental detalla su experiencia de abuso sexual cuando era un niño:
“Todavía estoy pagando el precio de haber tenido esa infancia. He intentado suicidarme demasiadas veces y me he pasado también demasiados meses en instituciones psiquiátricas”.
Internado a la fuerza en un centro psiquiátrico por sus problemas con las drogas e intentos de suicidio, un día escuchó a Bach, y lo que los medicamentos no pudieron sanar lo hizo la música:
“La música me salvó la vida, es una droga milagrosa que siempre funciona”.
Pero ¿cómo es posible sobrepasar una experiencia tan dura como la sufrida por James Rhodes o Mary Ellen? ¿Se puede superar un trauma infantil?
Recientemente, la ciencia ha puesto de manifiesto que las emociones positivas coexisten con las negativas durante circunstancias estresantes y que pueden ayudar a reducir los niveles de angustia. Características como una madurez precoz, la autonomía o el sentido del humor son algunos de los rasgos que sustentarían la resiliencia. En consecuencia, la adversidad puede aumentar la empatía y la compasión hacia los demás en forma de crecimiento postraumático, lo que implica una revalorización y adaptación a una nueva realidad.
Por ello, el entrenamiento en estrategias positivas de afrontamiento, así como contar con un tutor de resiliencia, sea una persona o incluso una actividad o interés, como la música lo fue para James Rhodes, son la clave en el diseño de programas de intervención para superar la adversidad en la infancia.
Así pues, como dijo el psiquiatra Viktor Frankl (1905-1977):
“Una vez que le damos un significado a la vida, no solo nos sentimos un poco mejor, sino que, además, también hallamos la capacidad de lidiar con el sufrimiento”.
Este artículo fue finalista en la IV edición del certamen de divulgación joven organizado por la Fundación Lilly y The Conversation España.
Aitana Gomis Pomares, Profesora Ayudante Doctora. Psicología Evolutiva, Universitat Jaume I
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.