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Arte e Ideas

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Todos somos Iron Maiden

Como en una ópera, la música doma a la multitud para prepararla a que reciba a la estrella. La voz de Bruce Dickinson nos posee a todos.

Llamémoslo el Mi-rey merol. Veintipocos años, piel blanca, barbado. Todo en él desprende un aire de vida cómoda, sometida al lujo de ser rudo y mugroso porque eso dicta esta noche: jeans caros pero rotos, botas Harley-Davidson, chaleco de mezclilla desgastada en el taller de algún diseñador. A gritos llama al vendedor de cervezas: Dame tres de una vez, mi rey .

Cuando uno está en la siempre ambicionada sección General A del Foro Sol, toparse con personajes así no es inesperado. No importa que este sea un concierto de heavy metal y que estemos esperando la llegada de Iron Maiden: hasta la mugre y la furia tienen sus aficionados VIP. No es que Iron Maiden, una de las máquinas mejor afinadas del rock, sea sólo mugre y furia. Es mugre, sí, pero del tipo que se hace un soldado en la guerra. Es sangre derramada en la guerra, es la adrenalina de una batalla de piratas, es la adrenalina que debe sentir el conquistador de la última frontera.

Iron Maiden es romanticismo de vieja escuela, de ese que ya hasta se ve mal en el rock de hoy. Épico hasta la cursilería, seductor hasta la desgracia: heavy metal del bueno.

Al menos eso sentimos los que estamos aquí o eso creía, porque aparece el Mi-rey merol, emborrachándose hasta las cachas, presumiendo una playera de una gira japonesa de Megadeth. Como que se antoja un Jägermeister, ¿no, papá? ¡Auuu! , grita sin dirigirse a nadie en particular.

Hermanos en el heavy metal

Al fondo se escuchan grandes clásicos del hard rock: el playlist que los miembros de Iron Maiden quieren oír antes de salir a escena. En las bocinas suena Doctor, Doctor de UFO y la gritería se generaliza. Todo fan de Maiden sabe que, en cuanto acabe, comenzará el show. 50 mil personas cantan Doctor, doctor, please… . Un escándalo destroza tímpanos. En ese momento en que termina la canción y suena el riff de guitarra con el que comienza Satellite 15… The Last Frontier . Iron Maiden está aquí.

Como en una ópera, la música doma a la multitud para prepararla a que reciba a la estrella. La voz de Bruce Dickinson nos posee a todos: ya nada es más importante, ni la cerveza, ni el Jägermeister, ni la pose.

Y a partir de ahí, el concierto se va muy rápido. The Last Frontier, el último disco de la banda, es visitado tan sólo en cinco ocasiones. El resto de la noche está conformado por los clásicos que todo maidenhead quiere escuchar: The Trooper , 2 Minutes to Midnight , Coming Home .

A medio concierto, Bruce Dickinson hace una pausa. Se ve muy emocionado. Dice: En este momento están pasando muchas cosas en el mundo. Tuvimos que cancelar nuestros conciertos en Japón, donde tenemos miles de fans que siempre han estado ahí para nosotros. En Libia, en Egipto, en todo Medio Oriente hay fans de Iron Maiden. Es difícil estar dando una gira mundial cuando el mundo está cambiando a tu alrededor .

Se detiene y mira a su grey: Ustedes lo saben, si son fans de Iron Maiden y toma aire para gritar: ¡Somos hermanos de sangre! .

Y la banda se arranca con una ejecución de Blood Brothers , pieza de su disco Brave New World. Todos cantamos porque le creemos a Bruce: allá donde el Ed Force One (el avión del grupo) toque tierra, allá donde alguien cante como nosotros, tenemos hermanos.

Y como hermanos, todos nos unimos cuando se escuchan los primeros acordes de Fear of the Dark , himno rock donde los haya. Entonces el Mi-rey merol tiene su gran momento de la noche: organiza un slam del que él es el único participante, pero pronto se le unen bailarines de todas las edades, desde un chavo de unos 12 años hasta un metalero de 50.

El Mi-rey merol está en trance: brinca, baila, empuja. Cuando termina la canción, ha perdido la playera: bañado en sudor, abraza a todos los que están cerca. ¡A huevo, papá Bruce! .

Imposible no unirse a su euforia, imposible no emocionarse con él. Dos horas de Iron Maiden a toda potencia sirven para hacernos hermanos eternos, aunque sea sólo hasta que salgamos del Foro Sol.

cmoreno@eleconomista.com.mx

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