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Arte e Ideas

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Tú Tarzán, y yo Chita

Las quimeras, al igual que los animales transgénicos (con genes humanos), son usados en estudios biomédicos en los que los simuladores electrónicos o los cultivos celulares no sirven para el desarrollo de nuevos tratamientos.

Mentía, sin jamás percatarse de que mentía, y cuando se le hacía ver, proclamaba la belleza de las mentiras. Era un idealista .

Servidumbre Humana, Somerset Maugham

Las quimeras eran engendros mitológicos dotados de tres cabezas. Las quimeras actuales ya no son espantosas, han perdido su encanto mitológico. Sin embargo, para la ciencia resultan invaluables. Ahora son animalitos con injertos de células humanas usados en investigaciones que, por cuestiones éticas o prácticas, no se hacen en seres humanos.

Las quimeras, al igual que los animales transgénicos (con genes humanos), son usados en estudios biomédicos en los que los simuladores electrónicos o los cultivos celulares no sirven para el desarrollo de nuevos tratamientos. Aun cuando hasta la fecha se han producido miles de estos animales humanizados al incorporárseles sustancias químicas y funciones exclusivas de nuestra especie, a simple vista, siguen pareciendo simples ratoncitos o cabras.

Si ignoramos a aquellos personajes de ciencia ficción mitad humanos/mitad bestias, que novelistas y cineastas han dramatizado artísticamente desde hace mucho tiempo, lo cierto es que la investigación con animales ha sido escasamente expuesta al público.

El asunto es sin duda delicado desde el punto de vista bioético, pero más cuando se utilizan primates que -querámoslo o no- tanto se nos parecen. No está por demás hacernos algunas preguntas inquietantes. ¿Hasta qué punto es posible introducir células humanas en el cerebro de un chango antes de que aparezcan rasgos similares a nosotros en dicho animal? ¿En qué momento debe detenerse la transposición de genes y tejidos? ¿Cómo determinar los beneficios e intereses éticos, sociales y científicos de la mayoría a largo plazo? Sólo hace falta imaginar lo que sucedería si llegaran a sustituirse las suficientes neuronas especializadas en el cerebro de un chimpancé o un orangután, y se comenzaran a reconocer determinadas capacidades intelectuales que –hasta el día de hoy– hemos creído exclusivas del homo sapiens. ¿Cómo nos sentiríamos frente a unos animales con una cada vez mayor apariencia y comportamiento humanos? Otra frontera imaginable sería llevar el proceso inverso, al incorporar genes y células animales pero ahora en personas. ¿Qué características musculares podría desarrollar alguien dotado de tejidos de gorila, por ejemplo? ¿Seguiría teniendo sentido el uso de anabólicos esteroides?

Hace poco se anunció la muerte de un chimpancé que supuestamente fue Chita, fiel compañero cinematográfico de Tarzán. A pesar de lo improbable del hecho, puesto que estos simios no viven 80 años como se aseguraba en la nota, no deja de ser curioso que, hasta mediados de diciembre pasado, en Estados Unidos aún estaba permitida la libre experimentación con chimpancés. La Unión Europea la prohibió apenas en el 2010. Aunque los estadounidenses habían disminuido desde hace años el número de primates en los laboratorios, hacía falta un decreto legal que acotara el uso de chimpancés. Actualmente, sólo serán usados en situaciones excepcionales y con técnicas mínimamente invasivas para evitar cualquier dolor o malestar.

Los símbolos adquieren una extraña conjunción. Chita ha muerto y los chimpancés cada vez son más humanos.

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