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Arte e Ideas

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Una serie escultórica por la amistad México-Japón

El trabajo Historia-Corazón, de los artistas Jorge Ismael Rodríguez y Ryuichi Yahagi se instalará en el país asiático en octubre próximo.

El vínculo entre el escultor Jorge Ismael Rodríguez con el arte y la vida en Japón tiene ya su historia. En el 2003, el artista había trabajado en la instalación de un parque en la comunidad rural de Echigo-Tsumari, en la prefectura de Niigata, al noroeste del país asiático, donde el centro de la obra, un espejo esfera de obsidiana de enorme tamaño, se pensó para detonar ahí un proceso de identidad en una población que padecía por la desmesurada inmigración de los jóvenes a otras ciudades, en una región donde apenas y quedaban nueve niños.

Ahora, a partir del próximo 12 de octubre, el mexicano volverá a Japón, a la ciudad de Otaki, en la costa este del país, para instalar la serie de piezas escultóricas titulada Historia-Corazón. Fueron trabajadas en colaboración con el maestro escultor japonés Ryuichi Yahagi, en un ejercicio de ensamblaje de granito oriental y obsidiana mexicana, para conmemorar los más de 400 años del rescate de la tripulación que naufragó en el galeón San Francisco en costas japonesas, hecho que da origen a las relaciones de amistad entre México y Japón.

“Ryuichi es un gran escultor. Actualmente es maestro investigador de la Universidad Veracruzana. Tiene 20 años en México, ha sido una suerte de embajador de México en  Japón y ha generado un montón de intercambios culturales. Desde que nos hicimos amigos, siempre platicábamos sobre hacer algo juntos. De pronto, apareció la propuesta de Japón para hacer el monumento conmemorativo de la amistad con México, a 410 años de un contacto que se quiere tomar como referencia”, dijo el artista.

En septiembre de 1609, el galeón San Francisco venía del puerto de Manila, en Filipinas, que entonces era parte del virreinato de la Nueva España, con rumbo al puerto de Acapulco y 373 hombres a bordo, entre ellos el gobernador de Filipinas, Rodrigo de Vivero. Sin embargo, un tifón en las costas japonesas impidió la continuidad de la nave. Su naufragio cobró la vida de 56 tripulantes. El resto, 317 náufragos, fueron rescatados por pescadores de la aldea de Onjuku y acogidos en la mencionada población cercana de Otaki, aunque más tarde se distribuyeron a otras poblaciones del país oriental. Ahí, la mayoría permaneció por aproximadamente un año, arropada por la cultura japonesa.

Desde y por una amistad

“Un historiador y curador importante japonés le propuso al presidente municipal de Otaki que se conmemorara la amistad con México (con una pieza escultórica). Este curador conocía a Ryuichi Yahagi, sabía que estaba en México y resolvió que era el artista adecuado. Entonces habló con Yahagi y éste le dijo que sería adecuado que la hiciéramos él y yo. Entonces empezamos a trabajar en un proyecto partiendo de nuestras propias imágenes. Ryuichi había trabajado antes con barcos y yo con la obsidiana. Fuimos construyendo la propuesta de pieza, cada quien por su lado”, relató.

Detalló que debido a que el proyecto no podía ser por asignación directa sino a través de un concurso, la fuerza de cohesión de su propuesta les permitió ganar la licitación.

El resultado, cuatro barcazas de granito blanco, cada una con una figura de obsidiana espejo perfectamente bien pulida y de tamaño inusual, además de una gran pieza con tallado en obsidiana con formas más complejas, como las de un corazón que se instalará al centro de este conjunto de esculturas colaborativas.

El artista llama a sus piezas “universos de obsidiana”. Apunta que su relación es fuerte y a veces agresiva con el material, por la delicadeza del corte y lo dañino que puede resultar el polvo que produce su corte con disco de diamante y esmeril.

“Hacer una pieza de obsidiana es lesionarme, implica pagar un precio muy alto. Entonces, le exijo muchísimo al material. Ese diálogo con la obsidiana tiene que valer la pena; para ser maravillosa depende de ti”, arguyó.

Las piezas a instalarse son además el monumento a la amistad entre el escultor mexicano y el japonés, reflexionó Rodríguez: “Él ama México porque ha vivido aquí por 20 años; yo amo Japón porque he vivido en México y allá. Los dos queremos al otro lado, comprendemos el otro lado. No es una chamba, no vamos por la lana, no fuimos a ganar un concurso. El mundo es mejor si las cosas las haces de corazón”.

La inauguración de la instalación se llevará a cabo el 12 de octubre con autoridades japonesas y de la Embajada de México en Japón.

ricardo.quiroga@eleconomista.mx

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