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Veinte años de El miedo a los animales
La novela de Enrique Serna no sólo resistió el paso del tiempo, sino que ha resultado ser la mejor ?ficción policiaca escrita en México desde El complot mongol.
Enrique Serna siempre ha tenido detractores. Es lógico. Se trata de un escritor de gran talento y oficio, cuyos cuentos, ensayos y novelas tienen algo rarísimo: lectores verdaderos. Nadie inventa que ha leído Amores de segunda mano, El seductor de la Patria o Las caricaturas me hacen llorar; la gente los ha leído. No necesitan respiración artificial de las instituciones culturales para vivir. Ni él tampoco. Cuando lo descubrí, hace dos décadas y media, supe que para ganar dinero escribía telenovelas y películas de narcos, en vez de estar haciendo relaciones públicas en el sórdido ambiente de la cultura mexicana.
Esa cultura entre comillas, que sólo es utilizada por los gobiernos y los medios de comunicación como una especie de edecán que viste mucho pero a nadie le importa realmente, es la que retrata El miedo a los animales, que fue publicada hace 20 años bajo el entrañable y hoy extinto sello editorial Joaquín Mortiz.
Cuando apareció por primera vez en las librerías, muchos pensaron (o tal vez desearon) que no pasaría nada con la novela. Era evidente que algunos de sus personajes estaban basados en hombres y mujeres de la vida real. A los detractores de Serna les pareció que el libro no era más que una venganza personal contra las instituciones culturales y quienes las manejan. (Iba a escribir manejaban , pero siguen siendo los mismos).
Se equivocaron. El miedo a los animales acaba de ser reeditada por Alfaguara y su vigencia permanece intacta. El hecho de que sus personajes manejen Cutlass y Spirits y que los teléfonos celulares sean artículos de lujo, la vuelve aún más entrañable. Como cuando volvemos a ver Blade Runner (película policiaca disfrazada de ciencia ficción) y los anuncios de cassettes TDK y demás marcas extintas añaden atemporalidad a la noche de Los Ángeles.
La novela de Serna se ubica en la Ciudad de México, pero las referencias a Los Ángeles son constantes. A fin de cuentas, ésa es la ciudad del gran detective creado por Raymond Chandler: Philip Marlowe. El protagonista de El miedo a los animales es una especie de Marlowe chilango. Se trata de Evaristo Reyes, un hombre que quiso ser escritor comprometido con las causas sociales y acabó siendo un policía judicial que no podía enfrentarse a la vida sin un whisky en la mano mientras viviera en total desacuerdo consigo mismo .
Un día, la siesta vespertina de Evaristo es interrumpida por su jefe, el temible Jesús Maytorena, quien le tiene un trabajito. Resulta que Maytorena iba rumbo a Pachuca en una misión , y a media carretera se tuvo que detener en una gasolinería para ir al baño. En vez de papel, había recortes de periódico, así que se puso a leer uno. Le tocó la reseña de una exposición de pintura en la que, a medio párrafo, el escritor le mienta la madre al presidente, y luego, como si nada, sigue hablando de acuarelas y aguafuertes. Maytorena ve en ese recorte una magnífica oportunidad para lucirse con el Procurador, así que manda a Evaristo (apodado El intelectual entre los judiciales) a investigar el paradero del autor de la injuria.
A partir de ese momento, Evaristo desciende a los infiernos de la cultura . Primero llega a un periódico que se está cayendo de viejo (imposible no pensar en el Excélsior de Regino Díaz Redondo). De ahí va a la colonia Peñón de los Baños a encontrarse con el autor de la reseña, un misántropo que, por decirles sus verdades a la cara a todos los escritores y funcionarios culturales, se ha convertido en un paria. Luego, Evaristo conoce el otro lado de la moneda en la presentación del libro de una tal Perla Tinoco, a quien dos jóvenes escritores alaban hasta el cansancio frente a los micrófonos, para luego, a sus espaldas, burlarse de sus poemas y llamarla Perla Tinaco.
Poco a poco, nuestro protagonista va descubriendo que el ambiente intelectual es tan turbio como el de los judiciales, pero más deshonesto. Uno ve a Maytorena y no le queda duda de que se trata de un asesino. En cambio, hay una escritora llamada Palmira Jackson, a quien Evaristo admira por estar comprometida con los que menos tienen. Pero Palmira Jackson es mucho más (o mucho menos) que eso. Digamos que, al imaginarla, uno no puede evitar ponerle la cara de una escritora de la vida real, con voz de pito, que según Gil Gamés ya no tiene lectores, sino seguidores .
Pero El miedo a los animales no deja de ser, nunca, una novela policiaca con todos los ingredientes. Hay un crimen y Evaristo tiene que encontrar al culpable, porque todas las evidencias apuntan hacia él. Hay una femme fatale que se acuesta con hombres y mujeres para que le publiquen un libro, y jamás le pasa por la cabeza que el libro podría ser malísimo. Y también hay, por supuesto, una prostituta con corazón de oro (que es abiertamente prostituta, no como la femme fatale, que lo es sin avisar).
Y Los Ángeles. Siempre Los Ángeles. Cuando Evaristo cree que la vida de alguien corre peligro, le dice que se vaya a Los Ángeles; cuando cree que él va a morir, sueña con fugarse a Los Ángeles. Y cuando está en su coche, oyendo Radio Capital y ve por el retrovisor a la femme fatale llegando a su casa, suena L.A. Woman de los Doors.
Para muchos, la sorpresa es que El miedo a los animales siga vigente después de 20 años. Para mí, lo inconcebible es que no se haya filmado. Tiene todo para ser una gran película o una miniserie: sexo, violencia, mujeres bellas, asesinos temibles, tugurios sórdidos y palacetes faraónicos. Pero detrás de toda esa fachada divertidísima, Enrique Serna pone el dedo en una llaga muy dolorosa: en un país sin educación, existen funcionarios culturales infatuados con el relumbrón de sus cargos , con una tendencia a confundir el escalafón burocrático con la jerarquía intelectual .
Un clásico contemporáneo.
El miedo a los animales,
reedición de aniversario,
de Enrique Serna.
?Editorial: Punto de?lectura.
?Precio: $120