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Woody Allen ?logra una cinta? sutil y magistral
El drama de una mujer que pasa de la riqueza a tener que convivir con los seres humanos comunes y corrientes es una de las mejores películas del director.
Blue Jasmine es probablemente la mejor película de Woody Allen en el género dramático, sutil, inteligente, elegante, muy humana (no me gusta la expresión, todo drama es muy humano, pero en este caso le queda)... y hasta política.
Jasmine (Cate Blanchett, insuperable) es una arruinada dama de muy alta sociedad que, después de un colapso nervioso a causa de la pérdida de sus bienes y del arresto y encarcelamiento de su marido, llega al modesto departamento de su hermana Ginger (Sally Hawkins), y desde antes de que se encuentren nos damos cuenta de que algo no va nada bien.
Antes de llegar a casa con su hermana, Ginger pasa a recoger a sus hijos a casa de su ex marido Augie (el comediante Andrew Dice Clay mostrando su versatilidad en el drama), quien le reclama que le dé asilo a Jeanette, el verdadero nombre que, por vulgar y común, fue sustituido por el del jazmín, la flor que suelta su delicado perfume en las noches.
Nunca te ayudó cuando era rica y ahora que no tiene dinero viene a que la ayudes , le avisa él, y le recuerda el dinero que ambos perdieron por dárselo a Hal, el marido de Jasmine (Alec Baldwin, magnífico en su papel de hombre de negocios con muy pocos escrúpulos para ganar dinero, pero amable y simpático en lo personal), a quien no baja de redomado ladrón y estafador.
Ganadores vs perdedores
Allen va contando la historia en dos tiempos. Por un lado vemos los intentos de Jasmine de adaptarse a la vida de los de a pie, de conseguir un trabajo, su dificultad para relacionarse con hombres que no sean multimillonarios ( perdedores , les dice ella), de llevarse con su hermana, que es cajera en un súper, y su novio, otro perdedor; por otro, vemos a Jasmine en su elemento, en su vida previa, junto al encantador Hal y su dinero, mientras se van acercando poco a poco a la debacle.
Qué tanto apreciamos a las personas por quienes son y por lo que compartimos con ellas y qué tanto porque nos convienen; hasta dónde estamos dispuestos a llegar por el dinero; cuánto de la buena imagen que tenemos de nosotros mismos depende de lo que tengamos y cuánto de quienes somos.
Los dilemas de la vida moderna, con sus tremendas inequidades, sus mezquindades y sus verdaderas o falsas alegrías son retratadas por Allen con sutileza y maestría.
manuel.lino@eleconomista.mx