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Arte e Ideas

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De Alberto Montt, una carta ilustrada de amor para México

En su reciente publicación, “México, la obra maestra del diablo”, el humorista gráfico ecuatoriano-chileno confiesa su fascinación por este país desde muy pequeño y dibuja el masoquismo del mexicano, sus excesos, la negación, la vanidad, la pasión y sus pecados.

Foto: Cortesía

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El diseñador y humorista gráfico ecuatoriano-chileno Alberto Montt ha hecho una declaración de amor por México, una muy particular: más allá de adulaciones sobre las nubes, reconoce el erotismo y al mismo tiempo el duelo que es reconocerse y desconocerse en este país, y lo hace como mejor le sale, con un libro ilustrado de nombre “México, la obra maestra del diablo”, editado por Planeta.

Con simpáticas ilustraciones, Montt relata cómo desde su infancia en Ecuador, como seguramente sucedió con millones de niñas y niños en todo el continente, estaba fascinado por series como “Los Polivoces” y “Capulina” o por las películas de Pedro Infante y Tin Tan; también sobre el ritual cada fin de semana de sintonizar el programa “Siempre en Domingo”, y cómo a partir de estos asomos a la industria mexicana del entretenimiento construyó una fantasía que, sin embargo, se transformó rotundamente cuando lo visitó por primera vez y le revolucionó la mente, el corazón, el estómago, en un shock cultural sin remedio.

A manera de prólogo, el humorista gráfico comparte la sensación de su primer contacto con esta geografía: “para mi sorpresa, la sensación que tuve al bajar del avión no fue la de alguien que llegaba sino la de alguien que volvía (…) Me sentía en casa (…) Como si hubiese crecido en sus calles y comido su comida desde pequeño, su gente era mi gente”.

Cada día, un ensayo del fin del mundo

Pero lo anterior es solamente la justificación del libro, las razones que motivaron a Montt a dedicar esta carta ilustrada de amor por México. Pero el resto, la pulpa de su publicación, podría considerarse un glosario ilustrado de curiosidades, por no decir manías, extravagancias o chifladeras mexicanas, pero chifladeras que cautivan y también pueden aterrar a los incautos.

Para ello, recurre a uno de sus personajes favoritos, el diablo, “para hablarles de México y su masoquismo, sus excesos, la negación, la vanidad, la pasión y sus pecados”. No es casualidad que nuestro acompañante en este relato gráfico inicie así: “Una de las delicias de México es la fascinación que tienen por sentir dolor”.

Será mejor que acudamos al autor de esta publicación, quien dispone generosos minutos para conversar con este diario, aprovechando su reciente presencia en la FIL Guadalajara.

“No sé si me estoy volviendo más resistente, más recatado o me importa menos”, analiza de inicio después de cruzar comentarios con un conocido, casi exultante, sobre la birria que se acaba de desayunar. Y más adelante comparte: “llegué ayer a las cuatro de la tarde a la Ciudad de México y a las 12 de la noche ya estaba en mi hotel en Guadalajara. En ese trayecto me comí 15 tacos, dos órdenes de guacamole con totopos y una sopa de tortilla. Yo ya copé mi cuota de maíz para los próximos seis meses”.

Y coincide cuando, desde esta perspectiva, se plantea que los mexicanos vivimos todos los días como si estuviéramos ensayando el fin del mundo en todo su espectro, a veces con pequeños contratiempos susceptibles a magnificarse y otras directamente con terribles cataclismos.

“Es exactamente eso. Se acostumbran al caos”, asiente. “Mis amigas y amigos mexicanos son gente que está constantemente haciéndome crecer, me hace cuestionar quién soy. Es gente que tiene una mirada del mundo que es siempre distinta, siempre urgente. Y eso es inspirador y terrorífico”.

En Ecuador lo que se consumía era México, confirma, sobre todo a través de la televisión. “Y uno lo consume a la distancia y, por lo tanto, lo que se tiene es una imagen trastocada e idealizada del país. Yo veía las tortas de jamón y el agua de jamaica en ‘El Chavo del 8’ y lo único que quería era venir y probar la torna y el agua. Pero cuando llegué aquí me encontré con que había cosas mucho mejores que eso. Mi primer acercamiento con México fue esa adoración idealizada de lo que es un país. Tenía tanto de mexicano en mí que cuando llegué y me vi reflejado en su gente, en su tierra, su comida, sus olores y su caos, se detonó un encuentro delicioso conmigo mismo”.

Recuerda su primer viaje al país, particularmente a la Ciudad de México. Cuenta que se hospedó en un hotel en la Roma muy próximo a un mercado. “A primera vista podría parecer cualquier mercadillo ecuatoriano, pero cuando me empecé a empapar de sus olores, el olor a taco, de que todo olía a maíz, de ver gente sentada en mesas comunes chorreando siete tipos de salsa sobre una tortilla, con los platos cubiertos de bolsas plásticas para evitar lavarlos, todo eso fue de principio shockeante, pero al reconocerme en ese caos, fue una maravilla. Es como aferrarse a la delicia. Y esto claro que tiene un costo enorme. Ésa es la bondad de venir una vez cada seis meses. Es como ser abuelo de un niño muy nefasto (risas), que llego, disfruto al niño un rato, pero me marcho. México es un dolor y un placer constantes. Me activa todo mi eros y todo mi tánatos. De aquí salgo profundamente devastado e inspirado”.

El masoquismo del mexicano

Después de todo, el México cotidiano es el que vale la pena vivirse, garantiza: “la relación con la calle, con la comida, el masoquismo del mexicano con la música, el dolor de amar el futbol y tener una selección como la que tienen, que es lo mismo que le pasa a los chilenos. No me cabe la menor duda de que todos aquí portan una buena dosis de masoquismo desde la cuna. Es decir, si creces con el ají (el chile) en la mamadera (la mamila), esto necesariamente te modifica la manera de ver la realidad”.

Sin embargo, admite: “yo ya no puedo comer sin picante, ni mis hijas. ¿Tú puedes comer sin picante? Yo sospecho de la gente que no come picante (risas)”.

Todo esto resumido en otras palabras, agrega Montt: “me voy a aventurar a decir que es como leer Harry Potter. O sea, llegas, lees esta cosa que se te hace familiar, pero al mismo tiempo no, y que hay una cierta magia detrás que te cuesta trabajo entender, pero una vez que la asimilas te das cuenta de que no era lo que creías que era la magia, pero ya estás enamorado de ella”.

México en América Latina

Se le plantea si más que un México fascinante, esta manera de vivir va más allá de sus fronteras cuando se habla de un bloque regional, de una América Latina que comparte lengua, procesos históricos y hasta traumas, pero Montt matiza:

“Siento que México mira poco hacia abajo. Me parece que para México, Perú o Ecuador no existen. Me he acercado a mexicanos para preguntarles algo sobre Bolivia y noto que más que prejuicio, no hay interés.

“Como dice el gran (Bernardo Fernández) Bef: ‘la mirada del mexicano siempre está puesta en Estados Unidos. Y sí, creo que es un tema político, geográfico, histórico, que es complejo, pero también es verdad que México es autovalente y autosuficiente, pero éste es un valor y un problema”.

Ahora bien, opina que “desde la utopía, América Latina debería ser un solo bloque. Claro, esto me lo robó (Hugo) Chávez (risas). Yo soy muy bolivariano en ese aspecto: creo que Latinoamérica unida sería imparable, pero la idiosincrasia nos juega más en contra que a favor: Pero estoy de acuerdo en que nuestra dolorosa historia debería unirnos más”.

Foto: Cortesía

Foto: Cortesía

“México, la obra maestra del diablo”

Alberto Montt

Editorial Planeta

2023

Páginas: 160

Precio impreso: 248 pesos

Precio digital: 179 pesos

Se divide en capítulos:

  • El masoquismo
  • Los excesos
  • La negación
  • La vanidad
  • La pasión
  • Los pecados

Los pecados

“Para ver y no creer” (2001)

“¿Quién es Montt?” (2013)

“Achiote” (2014)

“Soñar no cuesta nada” (2018)

“Solo necesito un gato” (2019)

“Sobredosis diarias” (2020)

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