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La importancia de nombrar a quienes yacen en fosas comunes
La escritora ganadora del Pulitzer ofreció una conferencia en El Colegio Nacional donde abordó el tema de sus ancestros sepultados en fosas comunes a partir de su libro Autobiografía del algodón.

¿Cómo llevar a cabo ese duelo cuando no hay nombres o cuando no hay cuerpos o cuando todo lo que queda es un sitio donde se aglomeran un montón de esqueletos confundidos?, se cuestiona Rivera Garza.
El cierre del ciclo “Táctil”, de El Colegio Nacional, presentó la última charla denominada “¿Qué significa ser descendiente de una fosa común”?, dictada por la escritora Cristina Rivera Garza. El título sin duda no puede ser indiferente a quiénes hemos conocido del reciente descubrimiento de las fosas en Teuchitlán, Jalisco, un tema que duele como sociedad, pues se siente poco atendido e incluso demeritado por las autoridades.
Aunque Rivera Garza fue clara y aseguró que su charla se trata de las pesquisas que realizó para escribir su libro Autobiografía del algodón, donde da nombre a sus ancestros enterrados en fosas comunes, aseguró que también los cuerpos que llenan las fosas clandestinas aparecidas en México en los últimos días, estuvieron presentes durante esta última conferencia.
“Lo que voy a tratar aquí está, por supuesto, relacionado con fosas comunes, pero no es un trabajo ni un ensayo acerca de Teuchitlán. Yo creo que eso merece mucho tiempo, merece mucha atención, por supuesto, y como todos, supongo, estoy poniendo toda la atención del caso y participando de un duelo que nos toca a todos muy de cerca también”.
Sobre el tema, refirió que la exhumación de un cadáver no presupone “un cierre de cuentas”, por el contrario, significa “un nuevo comienzo”.
Y vinieron más reflexiones. Rivera Garza citó a Walter Benjamin: “Tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza y ese enemigo no ha dejado de vencer”. Para la colegiada, “tal vez nunca como en nuestra época de la desaparición generalizada, cuando la devastación no sólo alcanza a los vivos, sino que se ensaña con particular crueldad contra los muertos haya sido tan certera esta declaración”.
Pero también Juan Rulfo lo dijo a su manera “en esa novela de muertos que es Pedro Páramo: ‘Vamos a estar mucho tiempo enterrados y en ese tiempo pueden pasar tantas cosas, incluso el morir de nueva cuenta, el caer otra vez en las garras de nuevos o viejos asesinos para descubrirse con los huesos triturados o los restos hechos cenizas’”.
Ante esa situación, la escritora recordó a Christina Sharpe, quién habló de “defender a nuestros muertos” y así rendirles duelo. Sin embargo, cuestionó, “¿cómo llevar a cabo ese duelo cuando no hay nombres o cuando no hay cuerpos o cuando todo lo que queda es un sitio donde se aglomeran un montón de esqueletos confundidos?”.
“¿De qué manera los que encuentran un último refugio en una fosa común nos conmina a continuar en diálogo con ellos, no solo alargando su estancia entre nosotros sino también lanzándole al mundo las preguntas sobre los restos que son, de manera inescapable, preguntas sobre la producción de desaparición, pobreza y muerte?”, agregó.
Rivera Garza señaló después que “la versión burocrática y autoglorificante del Estado mexicano” insiste en que la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas y no Localizadas, que se estableció el 7 de noviembre del 2017, fue resultado de “una iniciativa gubernamental para atender la problemática de las desapariciones forzadas”.
Sin embargo, recordó, “antes y después de esta iniciativa, estuvieron los familiares de las víctimas, especialmente sus madres, esposas, hermanas o amigas que, organizadas en colectivos independientes, se han dado a la tarea de escarbar la tierra. Horadándola con distintos instrumentos caseros, oliéndola de cerca con tal de dar con los restos de sus seres queridos. Y antes de los familiares, estuvieron ellos, uno cerca del otro, entrelazados tal vez en esas fosas comunes que guardan a los más de 100 mil desaparecidos que según los datos del Registro Nacional de Personas Desaparecidas existen en México hoy en día”.
Referenciando a la antropóloga forense y escritora Alexa Hagerty, Rivera Garza afirmó que cuando se exhuma un cadáver, “el encuentro material de los huesos, la identificación que presupone un nombre y con el nombre una historia completa, revitaliza y reanima tanto a los vivos como a los muertos”.
Autobiografía del algodón
Volviendo al texto previsto, la colegiada se refirió a esos sitios “que se producen cuando las familias no tienen suficientes recursos para poder financiar una tumba individual”. Lugares con los que se topó al investigar y escribir su libro publicado en 2020.
Compartió que en el otoño de 2019, cuando trabajaba para ese libro, una tarde descubrió que muchos de sus familiares de inicios del siglo XX habían sido enterrados en fosas comunes. En ese momento “abrí la ventana de par en par, entonces los escuché. Los árboles no sólo bailaban una danza de siglos, sino que, entre movimiento y movimiento, mientras se tocaban con delicadeza, incluso con cautela, algo se susurraban”.
Eso coincidió con una caída que le pulverizó la muñeca y le rompió el codo en varios pedazos. “Me operaron esa misma tarde".
Fue entonces que se revelaron sus muertos: “En esas horas que pasé entrando y saliendo de un sueño pesado, sin escapatoria alguna, como si me encontrara dentro de una casa tapiada o en el fondo de una noria profunda, balbuceé los nombres de algunos de mis deudos; tal vez pronuncié los nombres de Florentino y Amado, que murieron a inicios del siglo XX”.
“En los breves momentos de lucidez, quise contar sus historias, sólo para derrumbarme una vez más en la oscuridad de la amnesia. Florentino, Amado, los dos habían sido enterrados en la sección de fosas comunes de cementerios del norte de México, porque sus padres, mis abuelos, no tuvieron el dinero necesario para pagar por una sepultura particular”, reveló.
“¿Qué significa ser descendiente directa de hombres y mujeres que fueron enterrados en fosas comunes? ¿Cómo honrar sus vidas individuales si al aproximarnos a su última morada sus huesos se confunden con otros huesos? ¿Cómo escuchar las preguntas que nos lanzan en ese montón de susurros que nos llegan, confundidos ya entre tantos otros desde lejos? ¿Será posible contestarlas? ¿Será posible exhumarlos, aunque sea con palabras, y enterrarlos ahora con dignidad?”
Rivera Garza reflexionó sobre su abuelo que no conoció, luego habló sobre Florentino, el primer hijo de sus abuelos, José María y María Asunción: “Tuve que hacer espacio para Florentino, aquí a mi lado, su nombre, que no sólo fue expulsado del relato nacional, sino incluso del familiar, me condujo a uno de los eventos más significativos en la historia de la resistencia indígena durante la época colonial en San Luis Potosí, y abrió también el ángulo más íntimo de la violencia originaria, que es la pobreza extrema en México”.
“No tenía que haber sido así, me digo, repitiendo las palabras de Alexa Hagerty: ‘Lo que las víctimas de esta multiplicidad de violencia nos enseñan es que el mundo puede y tiene que ser de otra manera’”, concluyó.