Lectura 5:00 min
El Sol, la Luna, la tierra y la libertad
“Tengo la profunda pena de poner en el superior conocimiento de usted, que hoy, como a la una y media de la tarde, fue asesinado el C. General en jefe, Emiliano Zapata, por tropas del llamado coronel Jesús M. Guajardo, quien, con toda premeditación, alevosía y ventaja, consumó la cobarde acción en San Juan Chinameca”. Eso decía el parte oficial, escrito por Salvador Reyes Avilés, girado desde el Campamento Revolucionario en Sauces, estado de Morelos y fechado el 10 de abril de 1919.
Así nomás, con tan ásperas palabras, lector querido, se reportaba una de las tragedias más dolorosas de la historia mexicana del siglo XX. Sin embargo, otros muchos dichos, opiniones y versiones empezaron a surgir por todos lados. No faltó quien hiciera cálculos y mirara a los cielos para decir que la causa de todas las gracias y desgracias de Emiliano Zapata eran culpa de la posición que habían tenido las estrellas la fecha de su nacimiento. Dijeron que los 10 planetas que existían entonces en el firmamento estaban en fila india el día que vino al mundo, el 8 de agosto de 1879. Y que como siete de ellos correspondían a signos de tierra y bajo el sino de la Luna Negra –es decir en un día en que la Luna se encontraba tan cerca del Sol que no podía ser vista desde la Tierra y estaba totalmente ausente del cielo– su destino marcado dictaba que asesinos ocultos provocarían su muerte.
Hijo de una humilde familia dedicada a labrar el campo, la leyenda cuenta que Emiliano trabajó como peón y aparcero. Y que no tardó mucho en darse cuenta de la evidente injusticia: los que trabajaban la tierra siempre recibían menos que los demás. Así, el coraje y la pobreza comenzaron a acompañarlo cada día. Tenía apenas veintitrés años cuando se unió a la causa de reivindicar la propiedad de las tierras de Morelos. Tomó las armas, ganó varios adeptos. Convencido de sus buenas razones y con la firme creencia de que el país necesitaba un cambio. Decidió pelear por ello así fuera a sangre y lumbre. Y así lo hizo. Los periódicos comenzaron a llamarlo con un sinfín de epítetos, a veces de espanto y a veces de encanto, pues todas sus acciones pesaban mucho en la prensa y la opinión pública. No faltaron tinterillos escandalizados que dijeron había sido uno de los jardineros favoritos de Porfirio Díaz y por eso estaba resentido. Y lo acusaron de querer quemar las haciendas de la “gente bien para después saquearlas”. Mucho se mascó y se escupió, pero con la bandera de la recuperación de las tierras decidió no detenerse. Salió al sur, tomó Cuautla y extendió su rebelión a todas las poblaciones aledañas. Y en sus discursos siempre convocaba a una revolución y a la caída del régimen. Primero al del dictador y después a la de alcaldes y gobernadores. No por nada entre todos los relatos de la vida del caudillo, resaltó el que en su defensa decía que Zapata no peleaba por "las tierritas" sino por la Madre Tierra. Y su lucha se arraigó en la gente. Tal vez porque su pelea era por el arraigo.
Sin embargo, ninguna de las alianzas de Zapata perduró. Ya con las armas en la mano y con el mejor apodo de el "Atila del Sur” fue nombrado general de las fuerzas morelenses. Se enteró de la firma de los Tratados de Ciudad Juárez en mayo de 1911, en los que se había acordado la paz entre revolucionarios y gobierno, pero no le hizo mella. El presidente Madero se entrevistó con él y no llegaron a ningún acuerdo pues. Zapata lo acusó de haber traicionado a la Revolución y regresó a la guerrilla. No habían pasado ni veinte días de la reunión y promulgó el Plan de Ayala. Un documento fundacional del movimiento zapatista, que desconocía al gobierno de Madero, exigía la redención de la raza indígena, la repartición de latifundios y remataba diciendo que la lucha –armada o no– sería su principal medio para obtener justicia. Y a partir de ese momento, ejércitos y facciones comenzaron a recorrer todo el estado de Morelos para cazarlo. Hasta que lo lograron.
Salvador Reyes Avilés acabaría convirtiendo el parte oficial en una entrañable carta, que detallaría la emboscada de la siguiente manera:
“La guardia parecía preparada a hacerle los honores. El clarín tocó tres veces la llamada de honor y al apagarse la última nota, al llegar el general en jefe al dintel de la puerta, de tal manera más alevosa, más cobarde, más villana, a quemarropa, sin dar tiempo para empuñar ni las pistolas, los soldados que presentaban armas descargaron dos veces sus fusiles, y nuestro general Zapata cayó para no levantarse más.”
A los que adoptaron su causa, creyeron en su palabra y a buena parte del país les quedó un indignado estupor y una profunda tristeza. No faltó quien dijera que aquel Sol que había tapado la Luna en el momento de su nacimiento era el brillo de Zapata que eclipsaba todo. Y que las patrañas de su carta astral solamente explicaban su lucha por la tierra y la libertad.