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Capital Humano

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Desempleo, bajos salarios e informalidad: la realidad laboral de las mujeres migrantes

Más que los hombres y también más que otras mujeres, las trabajadoras migrantes afrontan condiciones laborales precarias. El trabajo de cuidados no remunerado y la hipersexualización de la que son objeto agrava su situación.

Foto: Reuters

Foto: Reuters

Las probabilidades de empleo para las mujeres migrantes en América Latina son en promedio 22% menores a las que tienen los hombres migrantes. Y antes, en sus países natales, también experimentaron una mayor exclusión laboral, señala un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Además, a menudo se las asocia con una ocupación altamente estigmatizada, criminalizada y discriminada: el trabajo sexual. Las violencias y prejuicios en contra de quienes desempeñan esta actividad les impone obstáculos adicionales para obtener un empleo.

Más allá de las fronteras: Estigmas y desafíos en la integración de las mujeres migrantes en América Latina y el Caribe, edición 2024 es el nombre del reporte en el que BID presenta una amplia investigación al respecto. El objetivo es “desmitificar ciertas creencias que obstaculizan” su adaptación plena en las comunidades de acogida.

Y el primer mito es quizá “que la gran mayoría de los migrantes son hombres”. Sin embargo, “desde 1960, las mujeres representan casi la mitad de la población migrante”.

Hace años, una buena parte de ellas migraba como dependiente de sus cónyuges o familiares, pero cada vez hay más que lo hacen por su cuenta para estudiar o trabajar.

“Muchas se convierten en el principal sustento de sus familias en su país de origen o de acogida”. Las remesas que envían ayudan a sus familias “y contribuyen a la economía de sus comunidades de origen”, dice el reporte.

Trabajo de cuidados desequilibrado, una barrera

Cinco de cada 10 mujeres migrantes encuestadas por el BID reportaron haber tenido dificultades para encontrar empleo en los países a los llegaron.

Por ejemplo, en México, la diáspora venezolana es la que más dificultades ha enfrentado en su intento de inclusión laboral. Según el Instituto de Política Migratoria (MPI, por sus siglas en inglés), en este país es donde tienen las mayores tasas de desempleo.

Las principales barreras para encontrar trabajo remunerado fueron: un alto grado de competencia laboral, salarios más bajos y la distancia a los trabajos disponibles.

Nuevamente en el caso mexicano y más específicamente en la Ciudad de México, cada vez más personas migrantes provenientes de Haití se han asentado en las alcaldías Iztapalapa y Tláhuac. Estas áreas, alejadas de la centralidad de la capital del país y donde hay un mayor nivel de pobreza, les ofrece oportunidades de empleo limitadas.

Pero si además las migrantes son mamás, tienen menos posibilidades de desplazarse desde lugares lejanos para trabajar pues no existen instituciones públicas de cuidado de infancias. El tiempo disponible, por lo tanto, también se reduce. 

De acuerdo con la investigación del BID, mientras el 1% de los hombres no tenía un trabajo remunerado de tiempo completo debido a que no tenía toda la disponibilidad de horas, el 10% de las mujeres migrantes está en esa condición.

En los contextos de movilidad, las mujeres siguen haciéndose cargo de la mayor parte del trabajo de cuidados. De hecho, en estos casos el cuidado adquiere otra dimensión, pues sus vidas o su integridad pueden correr peligro.

Bajos salarios, informalidad y jornadas extensas

Otro de los obstáculos más importantes para acceder a un empleo decente (que en los términos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) esto significa que cuente con salario digno, seguridad social y libre de violencia) es la falta de documentos.

Al 56% de los hombres migrantes los rechazan por esta razón y al 50% de las mujeres migrantes, según el reporte del BID.

Sin embargo, hay otras barreras que experimentan las mujeres migrantes para encontrar un trabajo remunerado digno, uno de ellos es el salario. El 27% de las mujeres migrantes recibe ofertas con baja remuneración o malas condiciones, mientras que el 25% de los hombres migrantes padece esto.

Una de esas malas condiciones de trabajo son las jornadas extensas. La investigación del BID indica que cuatro de cada 10 mujeres migrantes empleadas “dedican más de 40 horas a la semana en trabajos remunerados y una de cada 10 trabaja incluso más de 55 horas semanales, cuatro puntos porcentuales más que las mujeres nativas”.

Frecuentemente, los empleos que les ofrecen o a los que pueden acceder son informales. “El 37 % de las migrantes con trabajos remunerados está en el sector informal, una proporción cinco puntos porcentuales por encima de los hombres migrantes, y 20.5 puntos porcentuales por encima de las mujeres nativas”.

Luego, los efectos de las desigualdades estructurales e históricas les persiguen a los lugares a donde migran. Un impedimento para el acceso al empleo es la dificultad para acreditar experiencia laboral o el contar con credenciales educativas. Esto afecta al 13% de las mujeres migrantes y al 10% de los hombres.

Sin embargo, “resulta contradictorio que las mujeres migrantes enfrentan, en promedio, peores condiciones laborales y económicas, a pesar de tener niveles educativos más altos”.

Opiniones erróneas

“Una de las concepciones en la opinión pública es la creencia de que las mujeres migrantes se dedican al trabajo sexual”. En un estudio liderado por el BID y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) se encontró que el 40% pensaba que “terminan involucradas en el trabajo sexual”.

Esta creencia “es resultado de una hipersexualización, mediante la cual se exageran o distorsionan las características de las mujeres migrantes, reduciéndolas a su dimensión sexual y exaltando su aspecto físico como único atributo”.

Ese estigma aumenta el riesgo de que se conviertan en víctimas de trata. Por ello es necesario abordar las percepciones distorsionadas y las condiciones que perpetúan su vulnerabilidad, dice el BID.

A la par, como han demandado las trabajadoras sexuales, es necesario descriminalizar el trabajo sexual y separarlo del delito de trata con fines de explotación sexual, en el cual las mujeres son forzadas a realizar acciones que ellas no consintieron.

También se deben cambiar las percepciones erróneas sobre la contribución económica y laboral de las mujeres migrantes en los países de destino, la cual suele ser invisibilizada, indica el BID.

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