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Capital Humano

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“Voy a luchar para que nadie viva lo que yo”: Abusos laborales con la visa TN en EU

En casi 10 años, el número de visas de trabajo TN otorgadas por Estados Unidos a profesionistas mexicanos y canadienses se ha triplicado. Junto con este incremento, también han aumentado los casos de explotación laboral, según información del CDM.

Foto: Especial

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Después de este grave traumatismo en el hombro, la situación en la granja va a cambiar, pensó Lila Ortiz. La explotación laboral y las amenazas van a parar. Por primera vez había defendido sus derechos como trabajadora migrante en Estados Unidos y había conseguido atención médica. Las cosas tenían que mejorar. Pero empeoraron.

En los últimos años, han aumentado exponencialmente los abusos laborales contra profesionistas que viajan de México a Estados Unidos con la visa TN, dice en entrevista Abigail Kerfoot, abogada senior del Centro de Derechos del Migrante (CDM).

“Hemos documentado que muchos empleadores en Estados Unidos aprovechan esta visa para reclutar a profesionales mexicanos haciéndoles creer que tendrán un trabajo relacionado con su carrera. Pero cuando llegan, encuentran que todo fue un engaño”, detalla.

La visa TN es un permiso para que profesionales de Canadá y México puedan trabajar en Estados Unidos de manera temporal. En 2013, las autoridades estadounidenses otorgaron cerca de 9,500 de estos permisos y en 2022, más de 33,000, según el CDM. El aumento es de 250% en casi 10 años.

“Es una visa poco supervisada, poco regulada. Y con este incremento, también han crecido los abusos que nos reportan”, comenta Abigail Kerfoot.

Trata de personas ¿en el trabajo?

“Cuando cuento mi historia puede ser que me vea normal, pero después me entran los recuerdos y me siento triste, ansiosa. Poco a poco lo he ido trabajando, quiero ser para otras personas lo que yo no tuve, eso me ayuda a sanar. Quiero luchar para que nadie viva lo que yo viví”.

Lila Ortiz, graduada de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), fue contratada como profesionista para trabajar en una granja de cerdos en Oklahoma.

Su sueño era estudiar un posgrado en Dubái para especializarse en camellos, pero tenía que hablar inglés. El programa de trabajo temporal TN no exige el dominio del inglés y, al contrario, se ofrece como una opción para aprender el idioma, así que sonaba como la mejor preparación.

“Terminé haciendo de todo, desde arreglar un foco y cargar bultos de comida hasta limpiar baños”, dice Lila Ortiz, quien se ha convertido en una importante activista contra los abusos de la visa TN en Estados Unidos.

Cada día debía realizar un mínimo de 400 castraciones en máximo seis horas, supervisar la alimentación de los cerdos, atender a los que enfermaban, hacer el registro de todo y luego, trabajar en la limpieza y reparación de la granja.

“Era muy mal visto que nos tomáramos el tiempo para comer o ir al baño. Si lo hacías, respondían con castigos, como ponerte más trabajo o hacerte ver como flojo ante todo el grupo. La violencia verbal era frecuente”.

Uno de los directores solía decirle que en México hay gente muriéndose y arrastrándose de hambre, que debía agradecer la oportunidad que tenía.

El brutal ritmo que llevaba, al castrar más de 400 cerdos al día, le provocó la rotura del labrum, una estructura que soporta el brazo y el hombro. El dolor era insoportable y su director no quería llevarla al hospital.

Lila Ortiz recordó que había anotado un par de números de ayuda cuando vio un reportaje televisivo sobre la trata de personas con fines de explotación sexual y parte de los testimonios espejearon su experiencia. “Qué horror, yo me siento así, ¿por qué? Sé que no me están tratando sexualmente, pero lo que dicen me checa”, pensó en aquel momento.

Uno de los números a los que llamó era del CDM. Le respondieron en seguida y cuando le estaban informando sobre qué derechos tenía y qué podía hacer, puso el teléfono en altavoz. Entonces, el director “salió y me dijo ‘oh, ya van a venir a llevarte al doctor’”.

Después de eso, “pensé que las cosas iban a mejorar, pero fue lo contrario”. A pesar de que se estaba recuperando de la grave lesión, seguían asignándole actividades peligrosas. “Un día me ordenaron poner un foco, parada en una tabla tan angosta que no cabían mis pies”. Cuando Lila se quejó le respondieron que a ella no le gustaba trabajar.

Hasta esta parte del relato seguramente habrá quien cuestione por qué no se fue de ese lugar, por qué no denunció.

El límite de la violencia laboral

Aunque su estancia es legal y son profesionistas, los empleadores se aprovechan de las vulnerabilidades que se cuelan: estar en otro país y que su estancia dependa de conservar el empleo, entre otras.

Pero en cualquier lugar del mundo, la violencia laboral opera igual. Quienes ejecutan las agresiones saben abrir heridas y utilizarlas. El trauma es tal, como lo ha documentado la investigadora en salud mental Érika Villavicencio Ayub, que las víctimas dudan de sí mismas.

“Tal vez estaba exagerando. Había trabajado en México con llamas y camellos, también tuve mi propio consultorio. Nunca había tenido un empleo tan difícil y quizá por eso me estaba sintiendo así”, todo eso pasaba en la cabeza de Lila Ortiz. Sus mecanismos de defensa se habían activado.

Pero siempre hay una gota que colma el vaso. Un día, la directora de Recursos Humanos de la empresa fue a la granja y le reclamó por el pago que tuvieron que desembolsar en el hospital, Lila intentó defenderse. “Me dijo que mejor me callara, porque mucha gente mataría por estar en mi lugar”. Mataría fue la palabra que usó.

Harta de escucharla, Lila se fue a su puesto de trabajo, pero su director la siguió para continuar los reclamos. “Mi cerebro ya estaba bloqueado, ya no lo escuchaba y él seguía hablando, hablando, hablando, hablando. Yo empecé a anotar los nacimientos de los puercos sin escucharlo”.

Pero una parte de ella sí lo oía. “Fue tanto mi estrés que vomité y me oriné”. El quebranto fue rotundo y renunció.

Ojalá esa historia no le hubiera vuelto a ocurrir, pero en su segunda estancia en Estados Unidos el patrón de violencia comenzaba a repetirse. Lila tenía su meta clara de aprender bien inglés, así que volvió a una granja donde no le pagaron el salario que prometían, ni las horas extras y le asignaban tareas que no tenían que ver con su contrato.

Esta vez actuó más pronto y ha podido ganar las dos demandas contra ambas empresas.

El CDM exige mayor supervisión a las empresas por parte de las autoridades estadounidenses y mayor acompañamiento del gobierno mexicano a quienes migran a ese país.

También se necesita información oportuna sobre el número de visas y la ubicación de las personas para tener contacto con ellas en caso de que lo necesiten, dice Abigail Kerfoot.

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