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El tatuaje de Wawrinka, el otro suizo
El tatuaje de su brazo izquierdo ofrece una clave. Tiene un poema de Samuel Beckett que dice Siempre fallaste. No importa. Intenta de nuevo. Falla otra vez. Falla mejor .
Stanislas Wawrinka vivió a la sombra de Roger Federer hasta ayer. Los detalles que explican por qué perdía no importan. Ahora cuentan aquéllos que explican cómo el otro suizo pasó de ser un gran perdedor en partidos épicos a ser un campeón.
El tatuaje de su brazo izquierdo ofrece una clave. Tiene un poema de Samuel Beckett que dice Siempre fallaste. No importa. Intenta de nuevo. Falla otra vez. Falla mejor .
Esta vez no falló. Enfrente estaba Rafael Nadal. Dentro de su cabeza, una legión de demonios: las dudas. Nunca había ganado al español. Ni un partido ni un set. Se enfrentaron por primera vez en el 2007, en Australia. Después, 11 veces más. Siempre falló Hasta el 26 de enero del 2014.
En vez de fallar mejor, acertó. Venció contundentemente a las dos mejores raquetas del mundo. ¿Qué cambió? Todo, empezando por la cabeza.
Gran parte del mérito corresponde a Magnus Norman. Este sueco de 37 años es el entrenador de Wawrinka desde abril del 2013. Norman demostró que es el mejor entrenador del circuito. Brilló en un torneo donde todos los ojos estaban puestos en lo que otros entrenadores superestrellas podían hacer con sus pupilos superestrellas: Boris Becker con, Novak Djokovic, y Stefan Edberg, con Federer.
Norman cambió la mentalidad de Wawrinka. Lo convenció de que podía ganar a los mejores y no simplemente llevarlos al límite.
La escuela de tenis de Magnus Norman en Suecia se llama Good to Great. En el caso del suizo significa pasar del top 10 al top tres.
Además del trabajo del sueco, los insiders apuntan a Pierre Paganini, un preparador físico que trabajó con Federer desde que tenía 19 años.
Paganini ha cambiado en menos de dos años el cuerpo de Wawrinka. Sigue siendo fuerte, pero ahora es más rápido y resiste mejor. Los dos han sido claves en el segundo nacimiento de Stan. Sigue llevando el tatuaje, ahora quizá se pregunta: ¿por qué fallar mejor cuando se puede acabar con los propios demonios?