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Estadio Azul, ¿a quién le importan sus recuerdos?
Tres historias: un hombre carrancista, diplomático fue quien construyó el estadio, Modesto C. Rolland; su nieto trata de mantenerlo en la memoria y nadie del club se ha acercado para reconocerlo. Víctor Ramos jugó el primer partido oficial, tiene 91 años y los recuerdos muy frescos y los futbolistas que difícilmente hablaron del tema en el vestuario.
- Tenía seis años, era de noche y todo estaba oscuro. Llegamos en coche, creo que era un Oldsmobile Komando. yo me quedé adentro, mientras mi padre fue con mi abuelo para ver cosas del estadio. es lo que recuerdo muy lejanamente de la construcción, sería noviembre o diciembre de 1945.
No es fácil recordar cuando han pasado más de 70 años.
-El abuelo tenía prisa en la vida, era muy ambicioso, con una fama de carácter explosivo, de la fregada, muy serio, pero cuando tienes que coordinar a 10,000 hombres día y noche, así tienes que ser. "Hoy se habla muy poco de él”.
En el estadio Azul no hay ningún recuerdo de Modesto C. Rolland, el ingeniero que lo construyó. Fue carrancista, opositor a Zapata, decía que Villa era un bandolero; escribió sobre la ley laborista; propuso la creación de un instituto de planificación de ciudades... Modesto tuvo otros cargos políticos, trabajó como periodista, fue maestro de matemáticas en el Colegio Militar y frecuentemente aparecía en fotos cerca de Álvaro Obregón, Venustiano Carranza, Ávila Camacho y Pascual Ortiz Rubio.
Sin embargo, su principal motor eran los proyectos de infraestructura. A Modesto se le conoce como uno de los constructores del México moderno en la época porfirista. De mente inquieta, ideas grandes, científico, técnico en sus decisiones, no hacía las obras sin planearlas o estudiarlas. Por eso logró levantar en seis meses la Plaza de Toros y el estadio Azul, sin saber que más de medio siglo después estarían entre las construcciones deportivas más emblemáticas.
El olvido está a un tris de sepultar su recuerdo y Jorge, su nieto, sólo atina a decir: “Gracias por preguntar por Modesto C. Rolland”.
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El aire huele a cerveza, al césped se le han desprendido partes desde la raíz que es amarillenta con tierra negra y húmeda. En el perímetro de la cancha quedan algunos vasos que en su momento fueron proyectiles de los aficionados. Son aproximadamente ocho pasos los que separan la primera fila de la tribuna con la banca donde se sientan los entrenadores y jugadores. Se escuchan todos los gritos, silbidos, se ven rostros y señas. Los nueve cristales que cubren la banca se ven, en ocasiones, manchados o salpicados por las bebidas arrojadas desde las gradas.
El partido ha terminado, pasan de las 8 de la noche y quienes se han sentado en la parte Este y Sur del estadio podrán haber notado que detrás de la Plaza de Toros aparece un halo naranja en el cielo al llegar el atardecer, así sucedió durante 73 años.
Afuera, en las calles, la bocina de la taquilla organiza a los compradores. Los precios, números de las puertas, medidas de seguridad y escudos del Cemento Cruz Azul están pintados en una pared que tiene partes desprendidas por el tiempo. Huele a comida, bistec, pollo, longaniza asada. el humo cubre los cuerpos de los cocineros; los aficionados hacen fila para comer, se ven los refrescos en una bandeja de agua en el piso y mesas largas que se empiezan a desocupar cuando quedan pocos minutos de que inicie el partido.
Rostros apresurados, gente que choca hombro con hombro al caminar de prisa, jóvenes sin playera, pintados de la cara, con sus tambores y camisetas del equipo, niños que se abrazan a sus padres mientras se oye bullicio, policías entre la gente y otros haciendo guardia en las rejas y puertas del estadio. Ya empezó el juego, se escucha el sonido de una Máquina dentro del estadio que incita al grito de las porras, las mesas de los negocios de comida se vacían y la reventa deja de preguntar si ya tienes boleto.
Se acabó, esto ya no sucederá más.
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Por fin una alberca con olas en la capital. Conoce la Ciudad de los Deportes, donde hay también una alberca olímpica, frontón, canchas de tenis, una arena para box y lucha libre, boliches, cines, restaurantes. Está lejos del Zócalo, pero puedes venir a un partido de futbol americano en el Estadio Olímpico Universitario (sí, ése fue su primer nombre), que no tiene pista de tartán y es para 60,000 personas. Si ocupas un lugar en la planta alta, además de una posible sensación de vértigo, puedes mirar que a un lado está la Plaza de Toros. Un magno proyecto soñado por el empresario yucateco Neguib Simón y construido por el ingeniero Modesto C. Rolland. Ya tiene el visto bueno del presidente Manuel Ávila Camacho y del regente de la ciudad, Javier Rojo Gómez.
El viernes 28 de abril de 1944, El Excélsior y El Universal desplegaban un anuncio del gobierno de la ciudad:
Hoy a las 9:30 horas, se colocará la primera piedra de esta monumental obra en la principal arteria de nuestra metrópoli. la Avenida Insurgentes a la altura de la Colonia del Valle y en la cual quedarán representadas todas las actividades deportivas, culturales y de sano esparcimiento.
—¿Ha sentido alguna vez una sensación de atracción que lo traslada a otro lugar?
Era domingo 6 de octubre y a las 11 de la mañana comenzó el partido de inauguración del estadio. Dormí bien la noche anterior y me levanté con ganas de ir al juego, pero ya en medio de la cancha tuve que abandonar el miedo y concentrarme. Fue impactante ver el estadio lleno, me sentía muy pequeño, como volando, pues... como un sueño y todo se daba mecánicamente, era una sensación muy especial.
Yo soy Víctor Ramos y me gritaban por mi apodo Chamaco, que me lo puso el entrenador de Universidad, no por falta de experiencia, porque ya que tenía mis años jugando. Durante esa temporada usaba el número 31, pero más adelante, en un clásico Politécnico-Universidad, me fracturaron la pierna derecha, se me tronó la tibia y el peroné. Me recuperé y regresé a jugar en 1948 con el jersey número 21 y así hasta mi último juego profesional en 1951.
Víctor habla con soltura, ríe y no duda mucho de sus recuerdos. Tiene 91 años de edad, está lúcido y dice que es el único jugador de ese equipo que queda vivo, porque hace poco se enteró de que su compañero, el Pancho Vélez murió, y de los otros no volvió a saber.
—¿Qué le diría al Estadio Azul si pudiera escuchar y entender?
- Le diría que guardo muchos recuerdos de esas épocas, que lamento mucho que se derrumbe y que estoy agradecido de las memorias, porque me hace vivir recordando.
Vivir recordando...
Los boletos del día de la inauguración costaban desde 3 pesos en los lugares ubicados en fila, hasta 30 y 60 pesos por los palcos con tres o seis asientos.
Durante el mes previo, el cartel de invitación al juego llegaba a ocupar hasta una página del diario El Esto, con la leyenda incisiva: “Estadio Olímpico de México, un nuevo motivo de orgullo para los capitalinos”.
El 7 de octubre de 1946, día posterior al partido, Wilfrido Cruz escribió la crónica del primer partido de futbol americano del estadio en El Esto:
Qué espectáculo más imponente. En sus inmensas tribunas se congregaron 45,000 almas en la inauguración del Estadio Olímpico de México. El espectáculo fue majestuoso y quedará grabado en la mente de todos los que concurrieron deseosos de ver algo verdaderamente nuevo en las actividades deportivas de México. El Pentatlón Universitario ejecutó varios ejercicios militares antes de que el match principiara. El terreno de juego quedó libre para los conjuntos Universidad y Colegio Militar, que segundos después hicieron su aparición entre ensordecedora ovación.
Conservo recortes de periódico, fotografías, crónicas, todo lo tengo clasificado de todas las veces que jugué en diferentes lugares. Yo tenía 19 años, llegué con el equipo al estadio, muy emocionado porque lo íbamos a inaugurar. Siempre cantábamos el himno de la Universidad y el Goya al vestirnos, hacíamos el alboroto antes del juego. El ruido en la cancha se escuchaba claramente durante el calentamiento, en las patadas de despeje, pero mi concentración era automática, porque jugaba o me distraía.
Mi familia me fue a ver, mi papá era profesor de educación física, de esgrima y gimnasia, entonces no conocían reglas del juego ni sabían cuándo me iba a entrenar a Plan Sexenal después de la escuela. Se los ocultaba por los peligros que trae este deporte, por algún golpe y que yo quedara mal. Seguí jugando en el estadio de la Ciudad de los deportes, porque era una cosa formidable por el pasto acolchonadito y sabroso, algo que no tenía el estadio Nacional que era pura tierra y terminábamos con las rodillas y las manos raspadas.
—¿Considera que actualmente no se respeta el valor histórico?
Son puros recuerdos, se siente que se derrumba todo aquello.
Probablemente las nuevas generaciones se enteren de que sólo se va a demoler.
Hoy existen estadios espectaculares y quizá ya esto no sea importante.
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—Soy el único familiar que tiene información sobre el abuelo, publiqué un libro que lleva su nombre, he guardado planos, fotos, cartas y una autobiografía escrita a mano por él.
Modesto Rolland, dice su nieto Jorge M. Rolland, tiene en Baja California, La Paz, una calle con su nombre y en Jalapa, Veracruz, su nieto busca conseguirlo, pero del Cruz Azul nadie de las autoridades del club ha mostrado interés en conocer sobre la persona que diseñó el estadio.
—Acuérdese que la memoria es muy corta. He tenido que resucitar la memoria de mi abuelo. En Jalapa el estadio Heriberto Jara que construyó lo declararon patrimonio municipal y en el Estado está por declararse patrimonio cultural y artístico. Mi abuelo nunca ha tenido un reconocimiento a su labor. En la Ciudad de México no encuentro dónde tocar la puerta. Finalmente, los reconocimientos son efímeros, hay aplausos, pero el día de mañana ya no está.
¿Qué tanto importa la nostalgia del derrumbe del estadio? Pedro Caixinha es el último entrenador a cargo de un equipo de futbol que tuvo como casa el estadio, pero ante el cuestionamiento, explica más sobre los puntos que se necesitan para salvarse en la temporada que del Azul y su adiós.
“Sabemos que es el último semestre que se juega allí, pero ya hace mucho que no hablamos sobre eso”.
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Para el futuro:
Si han pasado muchos años y de casualidad lees esto, debes estar seguro que allí, entre las calles de Holbein, Carolina, Ávila Camacho e Indiana, estuvo un estadio que se llamaba Olímpico Universitario, Ciudad de los Deportes o Azul, donde jugaron grandes estrellas, ¿has escuchado de Maradona?, ¿de Carlos Hermosillo?, ¿de los clásicos de Pumas vs Poli?, pues en ese coloso estuvieron ellos y más.
No pretendemos que sepas todos los nombres, pero sí algunos, como el de Modesto C. Rolland, que lo construyó, o el de Víctor Ramos, que lo estrenó.
Que el olvido nunca lo consuma.