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Griezmann, el francés que creció junto a los hijos del mate

El delantero encontró con los sudamericanos el apoyo que necesitaba, luego de separarse de sus padres a los 14 años, edad en la que llegó a la Real Sociedad para iniciar su carrera como futbolista. En Rusia, encuentra a los uruguayos como rivales a vencer para conseguir avanzar a las semifinales.

SOCCER-WORLDCUP-FRA/

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-Te voy a contar algo.

-¿Qué pasa, Antoine?

-Me voy a convertir en delantero y jugaré un Mundial. Seré titular con la selección francesa. Ya lo verás...

Martín Lasarte, entonces entrenador de la Real Sociedad, no sabía qué pensar sobre el deseo de su menudo mediocampista. “Tenía una autoestima y confianza tremenda”, recuerda.

Pero en un principio no fue así. En sus primeros días con el cuadro español era tímido, penoso y casi no hablaba. Lasarte cree que le faltaba tomar confianza, pero también había otro factor que hacía que se comportara de esa manera: extrañaba a sus padres.

Griezmann, de entonces 18 años, vivía sólo en San Sebastián, donde entrenaba con el cuadro vasco, que pertenecía a la Segunda División.

“Al principio ni siquiera era titular, pero aprovechó que se lesionó un compañero y lo sustituyó. Luego, nunca más dejó la titularidad”.

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La selección uruguaya disputaba sus últimos partidos de la eliminatoria para Sudáfrica 2010. La celeste estaba en riesgo de perderse el Mundial y la situación no pasaba inadvertida en el vestuario de la Real Sociedad.

¿Cómo iba a hacerlo? Si todo el cuerpo técnico de Lasarte era uruguayo, al igual que Carlos Bueno, el centro delantero del equipo.

“Llegábamos al vestuario y hablábamos un buen rato sobre lo que pasó en el partido de Uruguay. Todos éramos extrovertidos, intensos para defender nuestros argumentos y la plática la acompañábamos con mate (un té que se consume principalmente en Uruguay y Argentina). Antoine nos observaba y fue ahí que se interesó por la cultura uruguaya por primera vez”, cuenta Lasarte.

La personalidad extrovertida de los uruguayos encajó con la del francés. Comenzó a reunirse con ellos, salían juntos, se animó a hacer bromas y sentó las bases para hacer una amistad con Lasarte.

“Los jugadores vascos y franceses son fríos por naturaleza; los uruguayos, no. Por eso congenió tan bien con nosotros. Carlos Bueno lo indujo a que viera los juegos del Peñarol y le gustó tanto el espíritu del equipo que con los años se hizo socio”.

La relación de Griezmann con los uruguayos continuó cuando emigró al Atlético de Madrid, en el que coincidió con Diego Godín, José María Giménez y Cristian Cebolla Rodríguez. Con ellos hizo amistad y, en el caso de Godín, lo hizo miembro de su familia cuando lo convirtió en padrino de Mía, su hija.

“Con nuestra personalidad logramos que no se sintiera tan sólo por la ausencia de sus padres. Por eso le tiene tanto cariño a los uruguayos”.

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El 21 de marzo de 1991, Alain —entonces un consejero político— llevó a su esposa Isabelle, una empleada de limpieza que trabajaba en hospitales, a internarla en un hospital de Macon, una ciudad al sureste de París, porque tenía contracciones. Horas más tarde de ese mismo día nació Griezmann, el segundo de sus tres hijos.

Al niño siempre le gustó el futbol, lo llevaba en la sangre. Amaro Lopes, su abuelo materno, fue un defensa central que jugó en la Primera División de Portugal con el Vasco da Gama de PaÇos de Ferreira. Lopes era un defensa central portugués, duro y con buen juego aéreo, quien cuando rebasó los 30 años de edad se mudó a Francia, donde se casó y procreó a Isabelle y a cuatro hijos más.

Cuando Griezmann cumplió siete años observó cómo la generación de Zinedine Zidane, Thierry Henry y Patrick Vieira impulsó a la selección francesa a ganar el Mundial de 1998. Ahí se enganchó con el futbol y le pidió a su padre que lo inscribiera en una academia.

Alain aceptó. Lo llevó a probarse a las divisiones infantiles del Olympique de Lyon, Sochaux, Saint-Étienne, Metz y Auxerre. Todos lo rechazaron. Los entrenadores argumentaron que era demasiado bajo de estatura y no tenía la complexión física adecuada para jugar.

“Me dieron ganas de dejar el futbol”, reconoció él mismo en Detrás de una sonrisa, su autobiografía.

Pero lo volvió a intentar. En el 2005 se integró a las divisiones juveniles del Macon, el equipo de su ciudad, con el que fue a jugar un torneo a Montpellier. Ganó el campeonato, fue el mejor jugador del torneo y llamó la atención de un visor de la Real Sociedad, quien observaba el certamen.

El scout le propuso a su padre que lo dejara hacer una prueba en las instalaciones del club, que quedaban a más de 800 kilómetros de su hogar. Alain aceptó porque le ayudaría a cumplir el sueño a su hijo.

“Cuando se quedó definitivamente en el equipo, sus padres tomaron la decisión de dejarlo vivir sólo en San Sebastián con apenas 14 años. Sabían que era la única forma de impulsar su carrera y que ellos no sacrificarían su vida en Francia. Reorganizaron su dinámica familiar y cada dos o tres semanas lo visitaban, lo llamaban a diario y cuando llegué al club me lo encargaron. Tenía comunicación con ellos todos los días y les contaba cómo se encontraba”, expresa Lasarte.

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¿Ya mostraba condiciones de delantero en aquella época?

-No, pero tenía un hambre por mejorar como ningún otro en la plantilla.

¿Qué actitudes tenía?

-Le gustaba quedarse a practicar los disparos de fuera del área conmigo y con Claudio Bravo, el actual arquero de la selección chilena. Al tiempo, fue el que más mejoró en todo el plantel. Siempre fue un jugador que externaba las metas que quería cumplir.

¿En aquel tiempo cuáles eran?

-Siempre quería anotar más goles. Se proponía superar los que había hecho la temporada pasada, aunque sabía que iba a ser difícil porque en ese momento era mediocampista. Pero siempre lo logró. Para mí es una ironía lo que le pasa en este momento a Antoine.

¿Por qué?

-Por dos cosas. Primero porque los clubes siempre lo rechazaban por su estatura y ahora él se da el lujo de rechazarlos, como lo hizo con el Barcelona. Y en segundo lugar, porque jugará en un Mundial contra Uruguay, la nación que mediante sus hijos, lo cobijó cuando más le hacía falta, cuando estaba lejos de Francia.

alain.arenas@eleconomista.mx

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