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La mano de Meza acaricia la final

Con estrategia táctica, el Ojitos, que ha sido tres veces campeón con Diablos, obliga a Aguilas a ganar por tres goles en la Bombonera.

Sólo el silbatazo final permitió que Enrique Meza esbozara una sonrisa. La conclusión del partido de ida entre América y Toluca significó la oportunidad para que el entrenador de Diablos respirara hondo, le diera descanso a sus brazos, a su garganta. El Ojitos se dirigió con pasos lentos al vestuario, sabiéndose muy cerca de otra final más en su carrera, tras llevarse el 2-0 como visitante que obliga a Águilas a hacer dos anotaciones en La Bombonera.

Anoche, Meza debió grabarse la distancia de un extremo a otro de su área técnica. El Profe la recorrió una vez tras otra, con las manos entrelazadas en su espalda, para luego extenderlas abruptamente para ordenar a su equipo o llamar a alguno de sus pupilos para darle indicaciones.

El experimentado entrenador que ya ganó tres títulos con Toluca apenas se daba un descanso cuando pedía a su auxiliar una opinión y juntos en una pizarra rediseñaban la estrategia para emparejar a un Águilas que había sido mucho más equipo que Diablos.

Ahí, en ese pedazo de plástico con fichas que simulan a los jugadores en la cancha, se gestó la estrategia que le dio a Meza el triunfo. El Ojitos llamó Édgar Benítez, Edy Brambila y a Francisco Gamboa. Con todos fue enérgico, insistente a la hora de señalarles lo que tenían que hacer en la pizarra. Apenas terminó de dar indicaciones en distintos lapsos, el veterano estratega regresó a su rutina, con las manos ahora en los bolsillos, siempre yendo de un lado a otro de un área técnica que le quedó pequeña.

Anoche, Meza no había dado señales de alegría ni con el gol de Lucas Silva, quien al 55’ con un cabezazo abrió el marcador. No. El hombre que parece estar destinado para triunfar en Toluca salió de su rutina hasta el 90, cuando en un contraataque, Diablos puso pie y medio en la final con un disparo de Edgar Benítez, el mismo al que Ojitos le dio tantas indicaciones antes de comenzar el segundo tiempo.

Con este tanto, Enrique se permitió perder la serenidad y alcanzó a levantar los brazos, con los puños apretados para, finalmente, con el silbatazo final, al fin, soltar una sonrisa, mirar hacia donde estaba la porra roja, saludarlos e irse con pasos lentos al vestuario, sabiéndose muy cerca de la final, todo gracias a esos incontables recorridos en su área técnica y a la pizarra que apenas se asoma cuando es necesario, pero que siempre termina siendo fundamental en los éxitos del entrenador.

carlos.herrera@eleconomista.mx

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