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Triunfó el talento en la Plaza México

Los toreros mexicanos dieron una muestra de tenacidad y valor al enfrentarse a ejemplares que no fueron gran reto para ellos, aunque la actuación de rivera y aguilar les valieron orejas a cada uno.

La trasmisión, el temple y valor fueron los ingredientes que les correspondió poner a los matadores mexicanos dentro de la séptima corrida de la Temporada Grande en la Plaza México, pues los toros de Villa Carmela estuvieron débiles, aplomados y faltos de transmisión.

Fermín Rivera hizo gala de los recursos que posee al jugarse la vida metiéndose en los terrenos de sus dos enemigos hasta conseguir pases donde parecía no haberlos y así saludar en el tercio en su primero y cortarle la oreja a su segundo.

Mario Aguilar no se quedó atrás, escuchó ovación en su primero y aprovechó las condiciones del sexto de la tarde para llevarse un apéndice, el segundo en su espuerta dentro de este serial.

La presentación del español Daniel Luque en la campaña pasó desapercibida, los momentos de lucidez fueron efímeros y el balance de su actuación fue palmas tras despachar a su primero y división de opiniones luego de matar a su segundo.

Fermín Rivera llegó más asentado a su quinta comparecencia al inmueble de la colonia Nochebuena, vivió momentos de toreo reposado en su primero, sufrió un achuchón sin consecuencias que lamentar y mató con eficiencia para salir a saludar en el tercio.

Con su segundo, débil y aplomado, sacó lo mejor de su quehacer taurino y sacó pases muy lentos y templados, coronados con un estoconazo que por sí solo valía la oreja que le fue concedida.

Mario Aguilar inició con lances variados, siguió con toreo en redondo en la faena de muleta pero, ante la poca colaboración del astado, abrevió para ser ovacionado.

Con su segundo, por mucho el menos malo del encierro, dejó entrever que no se iría de la plaza sin tocar pelo, los lances a la verónica y un espeluznante quite por chicuelinas, por lo ceñido de su elaboración, calaron hondo en la gente que de inmediato respondió al hidrocálido.

Los estatuarios al inicio de la faena de muleta fueron coreados en gritos de júbilo y el pase de trinchera que los coronó, podría adornar un cuadro de cualquier afamado pintor.

A esto siguió un toreo en redondo, lento, con temple y en el que Aguilar hacía desplantes en los que estuvo a punto de ser cornado para el final de la faena, pero respondió con una buena estocada que le valió el apéndice buscado.

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