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Víctor González: Tuxpan, el primer gran pitcheo
A los 15 años, la naturalidad de sus lanzamientos rompientes llamó la atención del coach de pitcheo Luis Fernando Méndez. El camino inició en Nayarit.
Es un miércoles soleado a más de 30 grados, pero con una sensación de calor superior debido a la altura de apenas 10 metros sobre el nivel del mar, una característica geográfica de Tuxpan.
El pueblo entero espera con expectativa. Desde hace 15 minutos, los pobladores lanzan cohetes para anunciar que habrá juego. Son dos novenas de niños: una sucursal de los Diablos Rojos de México con sede en Tepic que está de visitante para enfrentar a la sucursal de los Algodoneros de Unión Laguna.
El municipio de Tuxpan representa menos del 2 por ciento de la extensión territorial del estado de Nayarit. En esa localidad, el beisbol es la mayor tradición, por lo que ir al estadio Lorenzo López Ibáñez es casi una obligación.
El juego está por comenzar, pero antes, hay algo que llama la atención de Luis Fernando Méndez, el coach de pitcheo de los Diablos: vio a un niño zurdo del equipo rival trotando, sin uniforme, lanzando en el calentamiento.
“Le pregunté si jugaba beisbol y me dijo que sí, de fielder y pitcher. Lo cité dos días después para ver sus tiros”.
Nueve años más adelante, ese “chamaco” que lanzaba sin uniforme en un estadio municipal juega una Serie Mundial con el uniforme de los Dodgers de Los Ángeles, la segunda plantilla más cara de la MLB. El nombre del niño: Víctor Aarón González Ortiz.
Un brazo deslumbrante
Tenía 15 años cuando se lo llevó la academia de los Diablos Rojos, franquicia de la Liga Mexicana de Beisbol (LMB). Su padre influyó en la decisión: “mi equipo favorito es Diablos Rojos y si mi hijo va a jugar en la liga, quiero que juegue ahí”, dijo con entusiasmo Guillermo González al coach Méndez, quien quedó asombrado con los tiros de 81 millas de Víctor: “a esa edad es muy difícil que alguien muestre tan buena rotación y esos lanzamientos rompientes.
“Era un chamaco muy flaco, pero fuerte; callado, casi no hablaba, le tenías que hacer plática”, agrega el coach en entrevista con El Economista.
Esa personalidad se agravó después de la muerte de su padre en 2005, apuñalado en su natal Tuxpan. Víctor cumplía con sus entrenamientos pero después se aislaba.
“Llegó a la academia con su abuelo, lo cual fue muy raro porque casi todos los muchachos que llegan a la academia llegan solos. El abuelo se quedó ahí una semana y cuando se fue me dijo: ‘ahí te lo encargo’”.
En la academia Alfredo Harp Helú, ubicada en el municipio de San Bartolo Coyotepec (Oaxaca), no hay tiempo para distracciones. Toda la jornada es para el beisbol.
Los alumnos comienzan sus actividades desde las 6:00 de la mañana y cierran con la comida a las 2:30 de la tarde. Los que tienen cosas por mejorar vuelven a entrenar de 5:00 a 7:00 pm; las jornadas solo cambian los lunes, cuando reciben permiso para ir al cine.
“Cuando estamos en la academia, les inculcamos que maduren a corta edad como personas. El mexicano a veces tarda un poquito en madurar, pero en su caso, Víctor maduró muy rápido. Trabajó muy duro para estar en donde está”, recuerda Méndez, quien vio al actual pitcher de los Dodgers por última vez en 2018 en el aeropuerto de la Ciudad de México. El jugador le dio un golpe por la espalda y le dijo: “¿quiúbole, Méndez”.
“En aquel entonces tenía vivo un dolor muy grande. Ahora pienso que para él lo más interesante es ganar la Serie Mundial y regalársela a su papá”.
Cuando Luis Fernando Méndez habla de Víctor González lo hace con voz nostálgica, pero tajante: “Cuando lo vi tirar por primera vez, supe que iba a ser un gran pitcher. Lo primero que me llamó la atención es que era zurdo y su físico, su estampa, estaba chamaquito pero ya se veía como jugador. Su curva era muy buena y la soltura de su brazo era muy natural”.
Tenía más de 10 años de experiencia como coach de pitcheo cuando descubrió a Víctor a los 15 años. Dice que a él y a todos los jóvenes a los que ha enseñado en la academia de los Diablos Rojos los ve como hijos. Pero a Víctor, en especial, lo recuerda cada vez que vuelve a Tuxpan, Nayarit, porque el abuelo y la familia González Ortiz en general lo reciben con camarones en ceviche.
“Siento mucha satisfacción de que lo poquito que pude ayudarlo en algo sirvió, eso me motiva a ayudar a más jóvenes para que en un futuro cercano tengamos muchos jugadores allá (en Grandes Ligas). Ahora que Víctor llegue a su pueblo, va a ser una fiesta. En Tuxpan, el beisbol es lo número uno, tiran cohetes desde 15 minutos antes de que empiecen los juegos”.
Así es la localidad de más de 30 grados donde un miércoles, durante el calentamiento, un coach de los Diablos Rojos de México descubrió al mexicano número 17 en jugar una Serie Mundial.