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Entre zozobra, los martillos siguen repicando en Texcoco
“La verdad me siento desanimado, sacado de onda, porque tendré trabajo hasta el último día de noviembre y después no sé qué voy a hacer”, dice Roberto, quien hace ocho meses llegó a trabajar como tubero en la construcción del edificio terminal del NAIM.
“La verdad me siento desanimado, sacado de onda, porque tendré trabajo hasta el último día de noviembre y después no sé qué voy a hacer”, dice Roberto, quien hace ocho meses llegó a trabajar como tubero en la construcción del edificio terminal del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM).
Es la víspera de Día de Muertos, tres días después que se anunció la cancelación de la obra a partir del 1 de diciembre. La obra que se pensó haría a México el mayor centro de conexión aéreo de Latinoamérica, el anhelado hub que costaría unos 285,000 millones de pesos, de los cuales faltan por conseguir 88,000 millones. El esquema financiero de la terminal marca que 90% de los recursos los aportará el sector privado.
Cubierto el rostro con un paliacate, Joaquín se dedica a unir estructuras metálicas, lo mismo que hacía en Tuxpan hasta el día que le sugirieron venir a participar en la principal infraestructura aeroportuaria de la historia de México. Llegó con cinco personas más y rentaron una vivienda en Texcoco. Su destino es incierto. Confía que en las siguientes semanas se evite la cancelación y tenga oportunidad de celebrar el fin de año con su familia.
“Yo no voy a bajar la guardia. Me gusta mi trabajo. Sé que hubo una consulta y se dijo que se tiene que cancelar la obra. La empresa que me contrató no me ha informado nada de eso y yo sigo y seguiré llegando a las 8 de la mañana para revisar los planos que me toquen”, comenta con cierto ánimo bajo los rayos del sol.
Este miércoles, el Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México (GACM) abrió las puertas a diversos medios de comunicación para mostrar que las tareas continúan, que las jornadas laborales siguen, que trabajarán hasta el último día para atender los compromisos contractuales con las 307 empresas con las que tienen relación y están a cargo de las pistas, la torre de control o instalación de infraestructura.
El límite para platicar con los trabajadores son las medidas de seguridad que no se relajan en ningún momento. Cámaras de video y de fotografía captan testimonios y rostros. Representantes del GACM afirman que actualmente se han generado 45,428 empleos, de los cuales 11,357 son directos.
La cotidianidad no es tal. Algo sucede. El comedor, adornado para celebrar a los muertos no genera entusiasmo, luce semivacío. En la zona de oficinas un par de letreros llaman la atención por sus mensajes: “La honestidad es una virtud, es una obligación” (Andrés Calamaro), y “Puede ser que ser honesto no te consiga amigos, pero siempre te conseguirá los correctos” (John Lennon).
La polémica por la cancelación inició con la afirmación de que hubo corrupción en la elección de las empresas (hasta el momento no documentada) y migró a temas ambientales. En privado, representantes del gobierno federal reconocen que faltó comunicar “las bondades” del aeropuerto. Angélica, supervisora de seguridad en los trabajos de la losa de cimentación del edificio terminal, pude hablar por mucho tiempo de sus tareas, del nuevo aeropuerto, de los controles que hay para que todo salga bien. Está a gusto con su trabajo y piensa que no hay que cancelar. No habla en nombre de una empresa. Responde a sus necesidades: es cabeza de familia que llegó de San Luis Potosí hace ocho meses y quiere tener un buen fin de año.
“La verdad, la losa se siente triste, tensa, apagada. Se acabó la música que algunos compañeros ponían. Había ruido. Yo les dijo que no se pierda la pasión por el trabajo, porque me comentaban ya para qué sigo si lo van a cerrar. No, hay que entregar calidad hasta el último día. Hay que terminar con la frente en alto”, refiere antes de seguir su jornada.
La incertidumbre vive en los días de muertos.