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Hay una ofensiva contra el periodismo y las libertades civiles: Edgar Morín
A escala mundial, gobiernos de todo signo ideológico atacan al mensajero, no al mensaje; en México la relación de la prensa y la llamada cuarta transformación es tirante, expone el autor del libro “Prensa inmunda. Breviario de engaños, crimen y propaganda”.
La propaganda es la principal herramienta que utilizan los gobiernos y entidades de poder para engañar, manipular y controlar a los ciudadanos, por ello éstos deben conocer cómo funciona, para no ser presa de ella, plantea Edgar Morín.
En entrevista, el autor del libro “Prensa inmunda. Breviario de engaños, crimen y propaganda”, editado por Grijalbo, expone que el escenario más propicio para que la propaganda funcione es aquel donde hay una sociedad polarizada, una narrativa de buenos y malos, presión, espionaje y vigilancia electrónica de todo tipo de actores sociales, incluidos los periodistas.
Asimismo, asegura que en todo el mundo hay una ofensiva contra el periodismo y las libertades civiles.
En 272 páginas, el académico del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM expone una serie de episodios de México y el mundo donde los poderes usaron o usan distintas estrategias, trucos y mañas para construir narrativas, controlar e incidir en las percepciones sobre los asuntos públicos.
—¿Para quién está pensado este libro y cuál es su objetivo?
—La intención del libro es que el ciudadano de a pie entienda cómo el poder manipula y cómo aprender a no dejarnos manipular.
La intención fue desde el ciudadano de a pie que consume noticias, que son información de interés público. El trabajo de la prensa es garantizar a los ciudadanos el derecho a la información de interés público y garantizar también las libertades civiles.
—¿Qué tanto los mexicanos están dispuestos a no dejarse manipular?
—Algunos sí, otros no. La herramienta histórica que se ha utilizado para manipular es la propaganda. Cuando los propagandistas son “buenos”, logran hacer que cambien las percepciones de las personas.
En este momento hay un punto de quiebre y una serie de escenarios en el país, que, por un lado, generan una lucha muy intensa de propaganda de distintos actores políticos y, por el otro, está la necesidad de muchos ciudadanos de tomar distancia de muchos actores políticos, porque hay cosas en estas narrativas que no terminan de convencer o que no se sostienen como sentido común.
—¿Cuál es el contexto más propicio para que la propaganda funcione?
—Una sociedad polarizada ayuda a que la propaganda sea eficaz. En el libro vienen algunos ejemplos, tanto para el caso mexicano como de otros momentos de la historia.
Una narrativa de buenos y malos también contribuye. Esta dinámica, que llamamos en el libro del “periodismo de guerra”, lo narramos en esta lógica maniquea de buenos contra malos, pero los buenos somos nosotros. Nos quedamos en la superficie.
Ahí hay un escenario que se va haciendo idóneo.
Otro es la presión, el espionaje, la vigilancia electrónica de todo tipo de actores sociales, incluidos los periodistas.
Una de las líneas del libro es la urgencia de poner límites a la vigilancia electrónica de los gobiernos, que es indiscriminada, que incluye el espacio público, los metadatos de los dispositivos móviles.
También ésta relación compleja entre el poder político y los editores y concesionarios de medios de comunicación, no con los periodistas, donde los periodistas han quedado sometidos o excluidos y controlados.
Y, por supuesto, un contexto donde hay impunidad, porque agredir periodistas lo hacen agentes del Estado a nivel, municipal, estatal y federal, pero también lo hacen otros actores que tienen poder: particulares o agentes que están más o menos identificados, a quienes no les gusta que su posición de poder sea sometida al escrutinio.
—¿Cómo evolucionó la prensa mexicana en este periodo de transición a la democracia con una serie de alternancias del partido en el gobierno y en los espacios legislativos?
—Hay un aporte muy importante de la prensa en el caso mexicano que va más atrás de los noventa. Digamos, esta tensión permanente entre la búsqueda la verdad y frente a una serie de presiones justamente de este sistema instituido, entre el poder político, entre editores y concesionarios, para someter a periodistas críticos, ya sea con sueldos de miseria, evadiendo pagos de seguridad social, escamoteándole prestaciones de ley.
Habría distintos momentos donde la prensa ha abonado para ampliar las libertades civiles para vigilar las mentiras del poder.
Lo que estaríamos viendo hasta el día de hoy es, justamente esta tensión entre distintas formas de hacer periodismo, porque no habría un solo tipo de periodista y eso tiene que ver con dinámicas internas del propio campo periodístico y las condiciones sociales para hacer periodismo.
La única continuidad es la precarización del trabajo periodístico. Lo que seguimos viendo es que ni el Estado ni las empresas de medios ni los empresarios han hecho mucho por la profesionalización y la dignificación de ese trabajo.
—En alguna parte del libro aborda el fenómeno de la posverdad. ¿Qué tanto los lectores y audiencias están dispuestos a poner atención a ideas que reten sus convicciones y no solamente aquellas que las reafirman?
—Desde mediados de los 80 se han hecho algunos estudios que muestran que la mayoría de las personas buscan informarse en un medio que les confirme sus creencias y prejuicios.
Esto es serio y grave porque se ha trasladado al internet. El internet es una amenaza muy seria al trabajo de los periodistas. Internet permitió que un montón de personas que no tienen la profesionalización que debe tener el periodista, que conozca códigos deontológicos, por ejemplo y otra serie de herramientas, ocupe espacio de una manera muy exitosa, y desplace a quien tiene ese conocimiento.
Hay varias razones de por qué esto ha pasado. Ahora cualquiera dice un disparate y otro peor lo cree.
—¿Cómo es la relación entre el gobierno federal y la llamada cuarta transformación con la prensa?
—Es una relación tirante. La relación entre los periodistas y el poder político nunca ha sido fácil. Digamos, como una relación sadomasoquista, tensa. Este gobierno la ha tensado todavía más.
A veces parecieran callejones sin salida: El gobierno tendría la capacidad de agudizar las contradicciones que hay en el campo periodístico y quebrarlos, pero no los acaba.
Pero tampoco asume una posición de Estado en la que diga, independientemente de cómo me lleve con tal o cual medio de comunicación, yo debo reconocer como Estado que el trabajo periodístico es fundamental y entonces crear un subsidio. Hay muchos países que lo tienen.
Se recurre a la descalificación constante. No se ha hecho mucho por cambiar las condiciones estructurales de esa relación. Se redujo el monto de la publicidad, pero solo la presidencial y sigue siendo repartida de manera discrecional.
—¿Cuál es el antídoto a la intención de engañar, manipular y de controlar?
—Del lado de los ciudadanos debemos entender el papel que tiene el periodismo. Su trabajo es importante porque nos debe garantizar como sociedad el acceso a la información de interés público.
El buen periodismo nos ayuda a no perder las libertades civiles.
En todo el mundo hay una ofensiva contra el periodismo y las libertades civiles de parte de gobiernos de todo signo ideológico que van contra el mensajero, no contra el mensaje.
Con el pretexto del crimen y del terror hay una intrusión en la vida privada de los ciudadanos y a las libertades civiles.
También debemos entender que la información cuesta mucho tiempo, trabajo y dinero y que si no pagamos por ello entonces el problema continúa. Se necesita pagar por los contenidos.
Del lado de los periodistas, habría que entender al lector o a las audiencias que son a quienes se deben en su trabajo.
En la dinámica del mercado periodístico actual los está haciendo cada vez más vulnerables y prescindibles.
Además, hay lectores que están dejando de leer el periódico y están creyendo en un youtuber, que no necesariamente sabe periodismo y no tiene códigos deontológicos.