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Servir a los que se quedan: la felicidad de trabajar en una funeraria
Nadie les dijo que fuera fácil, pero muchos empleados ven la parte luminosa de una tarea envuelta en el dolor. Embalsamar los cuerpos para que parezca que duermen, trasladarlos al panteón mientras sus familias les cuentan cómo eran en vida, es el día a día de unos 20.000 trabajadores en más de 4.900 funerarias en todo el país.
Lauro Uribe había pasado por esto desde hace más de 20 años. Recibir personas sin vida, ordenar el embalsamado del cuerpo, coordinar los trámites legales y rezar por su eterno descanso. Esa noche fue diferente. El dueño de la funeraria Uribe Vargas velaba a su hijo.
El trabajo en un negocio como ese está rodeado del dolor ajeno y tarde o temprano será del propio, dice entero el empresario de 80 años. No obstante, aclara, la satisfacción de servir a que las familias solo se dediquen a vivir la muerte de su ser amado sobrepasa cualquier sentimiento de tristeza.
En México, el mercado de las funerarias representa 14.000 millones de pesos al año, de acuerdo con el Consejo Mexicano de Empresas de Servicios Funerarios (Comesef). De las casi 5.000 mil empresas, 40 por ciento son irregulares, apunta Tomás Romero, director jurídico de ese organismo.
Que no sepan que vienen a una funeraria
Quizá el negocio de las exequias debería considerarse en un lugar muy aparte del resto de las empresas, piensa en voz alta Jaime Herrera Feria, gerente corporativo de Recursos Humanos en J. García López, la compañía que brinda más servicios del ramo dentro de la Ciudad de México.
Al final de su cavilación concluye que no, pues uno de los objetivos de todas es desarrollar al personal para que la compañía crezca. Entonces, al igual que muchas organizaciones, afronta retos en la atracción y retención de empleados. El detalle es que casi nadie estudia con la ilusión de algún día trabajar en una funeraria, dice sincero el ejecutivo.
“Nuestro trabajo en recursos humanos es encantar a la gente, como no se encantan por la funeraria en sí, pues…”. Cuando los candidatos llegan por algún extraño motivo los atrapan con un programa de inducción: “hacemos que quieran a la empresa en cuatro horas”, explicándoles la función de servicio que da J. García López a las personas que atraviesan esa situación crítica.
El encanto lo tienen que seguir los jefes, agrega. El resultado del proceso que comienza en RH es que habrá clientes conformes, quienes “a pesar de estar en el peor momento de su vida, querrán regresar aquí cuando les vuelva a suceder”. Hace unos años Herrera Feria creía que incluso era más conveniente que al publicar una vacante “no supieran que era en una funeraria. Ahora las personas saben y quieren trabajar con nosotros”, afirma el gerente.
El artista
Cristian Gustavo Bermúdez Hernández llegó hace seis meses a la funeraria Uribe Vargas quizá no ilusionado, pero sí convencido del puesto que quería: embalsamador. Se presentó con un diploma del Instituto de Expertos Forenses (Imexo), donde estudió un curso para preparar cadáveres.
En el país, solo la Universidad Veracruzana (UV) ofrece una carrera profesional. Los egresados obtienen el título de técnico superior universitario histotecnólogo y embalsamador. El Instituto Politécnico Nacional (IPN) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) imparten diplomados.
El joven de 25 años quería ser médico. No logró su sueño de preservar vidas, pero se siente complacido de preservar cuerpos para que soporten unas horas más el rito funerario.
“El agradecimiento de las personas a mi trabajo es invaluable, cuando ven a su ser querido con una apariencia de que solo duerme me bendicen mucho. Me han dicho que soy un artista”, cuenta mientras encoge los hombros.
En un inicio, lo que le atrajo del oficio fue la propaganda, admite. Una amiga suya, criminóloga, solía compartir en Facebook publicaciones del Imexo. “Ya sabes, te lo venden como que vas a ganar bien y no se requiere invertir tantas horas. Me pareció buena idea”.
A la semana, un embalsamador percibe entre 1.700 y 3.500 pesos. Algunas funerarias les pagan “por cadáver”. Cristian Gustavo Bermúdez ha llegado a cobrar 5 mil pesos semanales.
Pedir permiso
“Quien te diga que la primera vez no le dio miedo, está mintiendo o a lo mejor, pues, no está bien”, advierte el embalsamador señalando su cabeza con el dedo índice. Con el primero, el segundo, el tercero, el cuarto cadáver “te da algo raro. Pero alguien lo tiene que hacer”.
Y lo que hacen es un drenado yugular de la sangre, líquidos y gases intestinales y la aplicación de una inyección por la vía carótida de químicos conservadores, relata de corrido y mecánicamente. Cambia el tono cuando cuenta cómo pide permiso a las personas fallecidas para preparar su cuerpo. No comienza haciendo una incisión, sino encendiendo un cirio, luego hace alguna oración y les solicita su consentimiento para comenzar.
“Mi hijo Rubén, que en paz descanse, les enseñó a los embalsamadores a prender una vela y hablarles con respeto y dignidad. Ahora todos los que llegan deben replicar ese trato”, interviene Lauro Uribe. “Él les ponía además un taparrabos. Mire, a veces nos llegan jovencitas, hay que tenerles respeto y guardar su pudor”.
Una empresa familiar
Rubén Uribe, fallecido en 2002, y Juan Jaime Uribe, quien ahora dirige la compañía, aprendieron desde la pubertad el oficio de su padre, don Lauro, quien fue el pionero de la familia. Casi la mitad de sus 80 años la ha dedicado a este negocio. A los 45, el sueldo de obrero en una fábrica no daba lo suficiente para mantener a su esposa, dos niños y una niña, comenzó entonces a trabajar los fines de semana con un compadre suyo, quien tenía una funeraria fundada por sus abuelos.
Hacía de todo, desde “rescatar los cadáveres en el forense, cargarlos, maquillarlos, recibir a las familias, hacer las diligencias legales para el entierro. Todo aprendí”. Con unos ahorros dejó la fábrica y abrió una refaccionaria en la colonia Progreso, muy cerca de su casa, en la colonia Guadalupe Proletaria. A su compadre le gustó la ubicación del local para abrir una nueva funeraria. “¡Claro, cómo no se me ocurrió a mí!”, se reprochó Lauro Uribe, pero enseguida inició su propia empresa. Era el año 1983.
El primer mes “no cayó nada”, pero aguantó hasta que por fin el primer cliente se asomó triste por la entrada. Actualmente la familia Uribe es dueña de tres funerarias, dos en la Ciudad de México y una en Mérida, Yucatán y da empleo directo a 60 personas. En 2019 iniciarán los trámites para abrir una sucursal en Nueva York. La Comesef estima que de las 4.900 funerarias que existen en el país, 80 por ciento son comercios familiares de varias generaciones.
El capital humano de J. García López
Dos años antes, en 1981, la familia García López también emprendía en este sector con su primer velatorio. Ahora tiene nueve sucursales en la capital del país, donde colaboran 560 personas, 53 por ciento mujeres y 47 por ciento, hombres. Tienen convenios con funerarias en varios estados y extendieron sus inversiones a restaurantes, tiendas de ropa y hoteles.
El porcentaje de rotación de personal es de 6 por ciento anual afirma Jaime Herrera Feria, gerente corporativo de Recursos Humanos en J. García López. La permanencia de los empleados “es alta”, como Antonio Victorino Luna, quien lleva 18 años en la organización, o María de la Cruz Monroy, con 11 años.
Capacitación, sueldos de entre 5 y 10 por ciento arriba del mercado y buen ambiente de trabajo son la receta para crecer, según dice.
El reto en RH de las funerarias es profesionalizar a los empleados y tener manuales de buenas prácticas, comenta Tomás Romero, director jurídico de Comesef. Tener instalaciones, equipos y vehículos en buen estado, así como servicios administrativos y técnicos capacitados son los aspectos fundamentales para elevar los estándares de calidad, sostiene.
Escuela de funerales
“Hay un vacío” en la oferta académica en este sector, indica Romero. Para subsanarlo, J. García López creará una “universidad corporativa”, enfocada en los principales puestos de operaciones funerarias, anuncia Jaime Herrera.
Las clases serán solo para sus trabajadores. Quienes ingresen podrán ascender de puesto y al mismo tiempo la empresa ganará en mejorar la calidad de sus servicios. Aún no hay fecha para la primera generación, esperan que sea a mediados de 2019.
Actualmente, 47 por ciento de su personal de operaciones tiene estudios de bachillerato, 37 por ciento cursó hasta la secundaria y 16 por ciento una licenciatura.
Cada año invierten 3 millones de pesos en capacitación y aprovechan al personal que ha alcanzado cierto grado de conocimiento en alguna área para que imparta cursos. “Tratamos de ser prácticos”, comenta el ejecutivo. “Es una forma de reconocer a quien hace algo muy bien”.
Además, los mandos medios y directivos participan en un programa de liderazgo, pues “Si contamos con líderes que motiven, cuiden y ayuden a desarrollar a su gente podemos hacer muchas cosas”.
Huéspedes finados
Jaime Herrera Feria no viene de una familia de funerarios. Luego de haber dirigido el área de talento en empresas de tecnología, finanzas y hotelería, vio en J. García López otra oportunidad para seguir diversificando su currículo. Tan pronto inició, se dio cuenta que este negocio es parecido al de los hoteles.
En un hotel, dice, las personas esperan que su estancia sea resuelta en muchos sentidos, que la atención les haga sentir tranquilos. En una funeraria la gente estará un momento en el que también necesita que alguien más se haga cargo de sus necesidades, esperan un buen trato.
Con un tono de voz siempre reposado y ecualizado, como si hablara para la radio, cuenta que siempre se había considerado que la empatía es una cualidad necesaria para un cargo como el suyo, pero el negocio de las exequias le hizo acrecentarla.
Ahora más que nunca sabe de la necesidad de cuidar del personal, “el hecho de trabajar todos los días en un ambiente como éste puede ser complicado y somos sensibles a eso”. Cada año aplican encuestas para saber el nivel de estrés “y si tenemos que hablar con quienes no la están pasando bien, o hacer actividades para que se integren, lo hacemos”.
Tacto para escuchar
“No, no es fácil este trabajo, pero es satisfactorio”, comenta Antonio Victorino Luna, coordinador de operaciones de J. García López. Hace 18 años, cuando tenía 21, pasaba por dificultades que le hicieron abandonar la universidad y buscar “cualquier trabajo”.
El primer año era chofer y trasladaba los cuerpos desde los hospitales o domicilios al velatorio y luego los llevaba al panteón. No es que te acostumbres, pero en un momento comienzas a verlo casi como una misión, una labor de la que alguien se debe encargar, apunta.
Valorar la vida ha sido parte del aprendizaje de estos años. “Antes no valoraba tanto, pero cuando ves que gente muere mientras se estaba bañando, al salir a la calle de paseo o a la tienda, ves que somos afortunados por estar bien”.
El perfil de un empleado funerario lo resume así: “hay que tener tacto para escuchar”. Quien lo reclutó hace casi dos décadas dudó un poco de Victorino, le parecía que por haber dejado la escuela podría ser alguien inestable, pero le dio la oportunidad, “quizá vio que podía con esto”, imagina.
En esa empresa el reclutamiento, además de pruebas psicométricas y de confianza, lo realizan con entrevistas por competencias, “que ayudan a clasificar ciertas formas de ser de la gente. Buscamos personas nobles”, indica Jaime Herrera, gente de RH. ¿Cómo saber si lo es? “Es parte de la experiencia, después de entrevistar mucho tiempo a la gente lo sientes”.
Como ángeles
Vaya que a Lauro Uribe ha tenido paciencia para escuchar. Una ocasión, mientras trabajaba en su oficina de la funeraria de la colonia Roma, un hombre alto y corpulento irrumpió en su despacho. Le reclamaba el costo del funeral de su madre, quien yacía en el segundo piso del edificio.
“Dejé que se desahogara, expliqué lo que pude explicar y me aguanté todos los insultos. Luego, sin más, se fue”. En un rato bajó la hija de ese hombre, traía disculpas de su padre y le pidió que lo entendiera, él no era así. La muerte de su abuela lo había hecho perder los estribos.
El incidente no detuvo a Lauro para que llevara a cabo la ceremonia que realiza en cada funeral. Pone un CD en el que se oye una oración escrita por él mismo: “Cuando me vaya, déjenme ir (…) Si tienen que lamentar, lamenten un momento (…) La vida sigue adelante”. Luego, una alabanza que se suele escuchar en las iglesias: “Entre Tus manos / está mi vida, Señor. Entre Tus manos / pongo mi existir. Hay que morir, para vivir”.
Para Jaime Herrera, gerente de RH de J. García López, quienes trabajan en una funeraria “son como ángeles que ayudan a la gente”.