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Geopolítica

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El humo de los incendios forestales daña la salud, aunque el fuego esté a cientos de kilómetros

Foto: Archivo

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Christopher T. Migliaccio, University of Montana

El humo de los más de 100 incendios forestales que queman Canadá estos días ha llegado a ciudades norteamericanas alejadas de las llamas. Nueva York y Detroit figuran entre las cinco ciudades más contaminadas del mundo a causa de los incendios del 7 de junio de 2023. El humo ha provocado alertas sobre la calidad del aire en varios estados en las últimas semanas.

Cuando hablamos de calidad del aire, a menudo nos referimos a las PM2,5. Se trata de partículas de 2,5 micras o menos, lo suficientemente pequeñas como para penetrar en los pulmones.

La exposición a las PM2,5 procedentes del humo u otro tipo de contaminación atmosférica, como las emisiones de los vehículos, puede agravar problemas de salud como el asma y reducir la función pulmonar de forma que puede empeorar los problemas respiratorios existentes e incluso las cardiopatías.

Pero el término PM2,5 sólo indica el tamaño, no la composición: lo que se quema puede marcar una diferencia significativa en la química.

En las Montañas Rocosas septentrionales, donde yo vivo, la mayoría de los incendios son provocados por la vegetación, pero no toda la vegetación es igual. Si el incendio se produce en la interfaz urbano-forestal, también pueden estar ardiendo combustibles manufacturados procedentes de viviendas y vehículos, y eso también va a crear su propia química tóxica.

Los químicos suelen hablar de compuestos orgánicos volátiles (COV), monóxido de carbono y hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP) producidos cuando la biomasa y otras materias arden teniendo el potencial de dañar la salud humana.

¿Cómo perjudica a la salud humana la inhalación de humo de incendios forestales?

Si alguna vez ha estado cerca de una hoguera y le ha dado una ráfaga de humo en la cara, probablemente sufriera alguna irritación. Con la exposición al humo de los incendios forestales, es posible que se produzca cierta irritación en la nariz y la garganta y tal vez cierta inflamación. Si está bien de salud, su cuerpo podrá soportarlo.

Como ocurre con muchas cosas, la dosis hace el veneno: casi todo puede ser nocivo a una dosis determinada.

Por lo general, las células de los pulmones llamadas macrófagos alveolares recogen las partículas y las eliminan, a dosis razonables. Es cuando el sistema se ve desbordado cuando se puede tener un problema.

Una riesgo es que el humo puede suprimir la función de los macrófagos, alterándola lo suficiente como para que uno se vuelva más susceptible a las infecciones respiratorias. Un colega que analizó el retardo en el efecto de la exposición al humo de los incendios forestales descubrió un aumento de los casos de gripe tras una mala temporada de incendios.

Estudios realizados en países en vías de desarrollo también han encontrado aumentos de infecciones respiratorias en personas que cocinan en fuegos abiertos en sus hogares.

El estrés de una respuesta inflamatoria también puede agravar los problemas de salud existentes. Estar expuesto al humo de leña no provocará de forma independiente que alguien sufra un infarto, pero si tiene factores de riesgo subyacentes, como una acumulación importante de placa, el estrés añadido puede aumentar el riesgo.

Los investigadores también están estudiando los posibles efectos sobre el cerebro y el sistema nervioso de las partículas inhaladas.

Cuando el humo se propaga a grandes distancias, ¿cambia su toxicidad?

Sabemos que la química del humo de los incendios forestales cambia. Cuanto más tiempo esté en la atmósfera, más se alterará la química por la luz ultravioleta, pero aún nos queda mucho por aprender.

Los investigadores han descubierto que parece haber un mayor nivel de oxidación, es decir, que se generan más oxidantes y radicales libres cuanto más tiempo está el humo en el aire. Los efectos específicos sobre la salud aún no están claros, pero hay indicios de que una mayor exposición conlleva mayores efectos sobre la salud.

La suposición es que se generan más radicales libres cuanto más tiempo está expuesto el humo a la luz UV, por lo que hay un mayor potencial de daño para la salud. Gran parte de esto, de nuevo, se reduce a la dosis.

Lo más probable es que, si usted es una persona sana, dar un paseo en bici o hacer senderismo con poca niebla no sea un gran problema y su cuerpo pueda recuperarse.

Sin embargo, si lo hace todos los días durante un mes en medio del humo de un incendio forestal, la situación es más preocupante. He trabajado en estudios con residentes de Seeley Lake, en Montana, que estuvieron expuestos a niveles peligrosos de PM2,5 procedentes del humo de incendios forestales durante 49 días en 2017. Encontramos una disminución de la función pulmonar un año después. Nadie estaba con oxígeno, pero hubo una caída significativa.

Esta es un área de investigación relativamente nueva, y aún estamos aprendiendo mucho, especialmente con el aumento de la actividad de los incendios forestales a medida que el planeta se calienta.

¿Qué precauciones puede tomar la gente para reducir el riesgo que supone el humo de los incendios forestales?

Si hay humo en el aire, conviene reducir la exposición.

¿Puede evitar el humo por completo? No, a menos que esté en una casa herméticamente cerrada. Los niveles de PM no son muy diferentes en el interior y en el exterior a menos que tenga un sistema HVAC muy bueno, como los que tienen MERV 15 o mejores filtros. Pero entrar en casa disminuye su actividad, por lo que su ritmo respiratorio es más lento y la cantidad de humo que está inhalando es probablemente menor.

También solemos aconsejar a la gente que si pertenece a un grupo susceptible, como los asmáticos, cree un espacio seguro en casa y en la oficina con un sistema de filtración de aire autónomo de alto nivel para crear un espacio con aire más limpio.

Algunas mascarillas pueden ayudar. No está de más tener una mascarilla N95 de alta calidad. Sin embargo, llevar una mascarilla de tela no sirve de mucho.

Christopher T. Migliaccio, Research Associate Professor in Toxicology, University of Montana

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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