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Calaveritas de azúcar: Dulcería Jiménez Hermanos, 90 años endulzando la muerte
El negocio familiar encabezado por Guillermo Jiménez elabora, año con año, más de 360 mil calaveritas de azúcar para la temporada de Día de Muertos.
Cada noviembre, las ofrendas en México se llenan de aromas, colores y sabores que desafían a la muerte con un toque de dulzura. Entre cempasúchil y papel picado, las calaveritas de azúcar de la familia Jiménez ocupan un lugar especial: pequeñas piezas de azúcar que buscan endulzar el amargo peso de la ausencia, recordándonos que la muerte, aunque inevitable, puede ser recibida con el corazón ligero y el sabor de la nostalgia.
La tradición de la Dulcería Jiménez Hermanos, como el azúcar que se derrite lentamente, ha fluido de generación en generación por casi 90 años, 74 de ellos en el Mercado de Dulces Ampudia en La Merced.
Lo que comenzó en 1940 en Contepec, Michoacán, como un oficio humilde, hoy se ha convertido en un negocio familiar que elabora más de 360 mil calaveritas al año y todo un símbolo de Día de Muertos en la Ciudad de México. En su taller y fábrica en la colonia Valle Gómez y en sus locales en La Merced, las manos de la familia siguen dando vida a estas calaveritas, una a una, manteniendo una tradición esencial en México.
Los ingredientes: azúcar, agua y limón...
La elaboración de cada calaverita en el taller de los Jiménez es un proceso que mezcla el oficio con décadas de tradición oral en cada grano de azúcar. Todo comienza con una mezcla de azúcar, agua y limón, que se cuece en cazos de cobre hasta alcanzar un punto de caramelo exacto, esencial para que las calaveritas conserven su forma sin romperse.
La mezcla se vierte en moldes de barro que han sido diseñados y elaborados especialmente para este propósito. Estos moldes son fundamentales para dar forma a las calaveritas y son una herencia que han sido preservados con el mismo respeto que la memoria de los ancestros. Cuando se enfrían, los moldes se vacían, dejando un cráneo ligero, casi etéreo, pero resistente.
Luego viene la decoración: las calaveritas reciben ojos de caramelo y papel brillante en un proceso delicado que no escatima en detalle. Un toque especial es el nombre escrito en la frente, personalización que convierte a cada calaverita en un homenaje único. Se dice que en los años 70, el padre de Guillermo Jiménez, influido por los colores vibrantes de la época, añadió detalles psicodélicos a las calaveritas, dando un giro inesperado que hoy es distintivo en el arte de la familia.
“Son dulces, pero también son recuerdos,” dice Daniel Jiménez, quien se encarga de la tienda en el Mercado de Dulces Ampudia de La Merced. “Cada calaverita es una forma de suavizar el peso de la partida”, asegura.
La Merced: donde el azúcar y los recuerdo se encuentran
En los locales 62, 63 y 64 de La Merced, Alfonso Román Díaz ha trabajado como despachador de la Dulcería Jiménez Hermanos por más de tres décadas. Él conoce bien el impacto de cada calaverita en la vida de quienes visitan la tienda cada año. "Solo aquí vendemos más de 100 mil calaveritas al año”, comenta Alfonso.
Para estar listos para la temporada, la producción de calaveritas arranca desde mayo, un proceso que toma varios meses para llegar a las estanterías en septiembre y octubre. Este ritmo de trabajo asegura que cada pieza esté perfectamente elaborada y disponible en la temporada alta del Día de Muertos, refiere Alfonso.
Las calaveritas más detalladas, que requieren hasta una hora y media de trabajo, pueden venderse entre 100 y 250 pesos. Alfonso explica que estas piezas son de las más buscadas porque en ellas se refleja la dedicación de la familia, "Cada pieza es única, lleva el toque del artesano que la hizo, especialmente para recordar a alguien especial”, asegura con una sonrisa.
Tradición que resiste el tiempo y los cambios
El camino de la familia Jiménez no ha sido fácil. Enfrentar el costo creciente de los insumos y la competencia de la producción industrial supone todo un reto, pero ellos mantienen la misma dedicación que les enseñaron sus maestros y la calidad es innegociable. La familia ha buscado formas de adaptarse sin sacrificar el detalle artesanal, explorando opciones como la compra directa a productores y la elaboración de dulces que puedan conservarse más tiempo, lo que les permitiría llevar este sabor de tradición a más lugares, sin perder su esencia.
Guillermo enfatiza que la tradición no se trata solo de mantener el negocio, sino de asegurar que su herencia alcance a las futuras generaciones, es por eso que durante la temporada del Día de Muertos, todos se involucran activamente en el negocio. Daniel, por ejemplo, quien atiende a los clientes en La Merced, ha ganado la lealtad de numerosos clientes que vuelven todos los años.
A pesar de que su negocio endulza la vida de muchos, la muerte alcanzó a los hermanos Jiménez y el pasado 28 de octubre despidieron a su madre, Alicia Jiménez Chavarría, alma y corazón de la Dulcería Jiménez Hermanos. Doña Alicia no solo fue un pilar en el taller, compartiendo su maestría en la elaboración de calaveritas, sino el lazo que mantenía unida a la familia y al negocio. De ahora en adelante, cada calaverita que salga de sus manos será un dulce homenaje a su legado, perpetuando la memoria de una de sus fundadoras.