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11 años en 11 días
La caída del régimen de Bashar al-Assad en Siria marca un momento histórico que redefine el panorama geopolítico en Oriente Medio. El rápido avance de Hayat Tahrir al-Sham (HTS) en tan solo once días, culminando con la toma de Damasco, ha generado tanto esperanza como incertidumbre sobre el futuro del país y la región.
La designación como Primer Ministro de Mohammad al-Bashir un líder afín a HTS en Idlib, como figura clave en la nueva configuración política, representa solo el primer paso en un complejo proceso de reconstrucción nacional. Si bien HTS ha evolucionado desde sus orígenes vinculados a Al-Qaeda, distanciándose de aspiraciones extremistas y enfocándose en objetivos nacionales, el grupo enfrenta el desafío de demostrar su capacidad para gobernar y unificar un país fragmentado.
En una situación muy dinámica, Israel ya ha establecido una "zona defensiva estéril", mientras que Türkiye, que alberga la mayor población de refugiados sirios, se ha posicionado como mediador potencial, enfatizando su compromiso con la integridad territorial siria. Sin embargo, Ankara ha advertido firmemente contra el apoyo a grupos como el PKK y sus afiliados, considerándolos una amenaza directa a sus intereses.
Estados Unidos, por su parte, ha manifestado su respaldo a una transición liderada por los sirios, y el presidente electo Trump ha señalado que no existe un interés en involucrarse activamente. Esta postura podría limitar el alcance del apoyo occidental en un momento crítico para la estabilización del país.
Por su parte, China ha sufrido un revés significativo en su estrategia diplomática para Oriente Medio. Pese a sus recientes éxitos en la mediación entre Arabia Saudita e Irán, la caída de Assad, a quien Pekín consideraba un aliado crucial contra la injerencia externa y un socio potencial en la reconstrucción, ha expuesto los límites de su influencia regional. Se prevé que China mantenga una postura cautelosa, centrándose en apoyar la reconstrucción sin un compromiso político o militar sustancial.
La situación de Rusia e Irán merece especial atención. Para Teherán, la pérdida de Assad representa un golpe estratégico significativo, comprometiendo su corredor hacia el Mediterráneo y su capacidad para apoyar a Hezbollah en Líbano. Moscú, que invirtió considerables recursos militares y diplomáticos en sostener a Assad desde 2015, enfrenta ahora un desafío más complejo: preservar sus intereses estratégicos, particularmente sus bases militares establecidas bajo un acuerdo de arrendamiento por 49 años.
Es por esto que la posición rusa es especialmente delicada. Después de años combatiendo a grupos rebeldes, incluido HTS, Moscú debe ahora realizar un delicado ejercicio diplomático para salvaguardar sus activos en la región. La guerra en Ucrania ha limitado su capacidad de respuesta, como evidencia la huida masiva de diplomáticos rusos de Damasco, dejando en el aire el futuro de sus instalaciones militares, cruciales para su proyección en el Mediterráneo y África.
El éxito de la transición siria dependerá de la capacidad de las nuevas autoridades para equilibrar los intereses de múltiples actores mientras construyen instituciones inclusivas. Los siete millones de refugiados que anhelan regresar necesitarán garantías de estabilidad y seguridad. La comunidad internacional, especialmente aquellos actores con intereses directos en la región, deberá apoyar este proceso sin interferir en la autodeterminación del pueblo sirio. No obstante, la de por sí volátil dinámica internacional -de confrontación de proyectos globales- podría jugar en contra de la estabilidad siria.
El futuro inmediato plantea más preguntas que respuestas; el éxito del nuevo capítulo sirio dependerá, en igual medida, de la capacidad de todos los actores -domésticos a internacionales- para anteponer la estabilidad regional a sus ambiciones particulares.
*La autora es asociada COMEXI. Integrante de las UERs sobre Rusia y sobre Mediterráneo Oriental, Cáucaso y Asia Central.