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Opinión

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200 años de la Novena Sinfonía de Beethoven, una obra de arte universal

El 7 de mayo de 1824 fue estrenada en Viena la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven. Esta obra de arte no sólo es una de las más altas cumbres de la música, sino, sobre todo, representa todo lo bello y noble del espíritu humano. Por eso es tan radicalmente importante.

Beethoven siempre sostuvo que la nobleza de una persona no está en su origen social, como la “realeza” creía entonces y los privilegiados creen ahora, sino en los méritos personales y en la calidad moral. No se agachaba ante la realeza, y lo digo literalmente, porque en cierta ocasión él y Goethe –otro gigante– caminaban por los alrededores de Viena cuando vieron que el séquito de la familia real se acercaba. Goethe soltó el brazo de Beethoven y corrió a hacer una reverencia mientras Beethoven permaneció de pie calándose el sobrero hasta los ojos. Cuando se cruzaron con la familia real, la emperatriz saludó a Beethoven y el archiduque Rodolfo, hermano del emperador, se levantó y se quitó el sombrero. Goethe seguía inclinado. Beethoven demostró que son los príncipes los que deben inclinarse ante los grandes, no al revés.

La música de Ludwig van Beethoven, particularmente su Novena Sinfonía, sintetiza su credo personal: la grandeza no está en la cuna, sino en el esfuerzo y en la bondad; el orden social no debe basarse en el privilegio de unos, sino en la fraternidad de todos.

Por primera vez en la historia, una sinfonía incorporaba la voz humana. Beethoven siempre rompía los esquemas. Veinte años antes expandió con su Tercera Sinfonía, la “Heroica”, la forma sonata. Superar aquella proeza parecía imposible, y aunque en las siguientes sinfonías encontramos maravillas como la Quinta, la Sexta y la Séptima, la “Heroica” seguía siendo su obra maestra. Pero con la Novena, Beethoven se superó a sí mismo, no sólo en lo artístico, que ya es decir bastante, sino en el terreno personal. Cuando Beethoven escribió la “Heroica”, en sus treintas, todavía escuchaba; dos décadas después compuso la Novena completamente sordo. ¿Puede usted imaginar lo que es componer una sinfonía sin oír? ¿Se imagina que Miguel Ángel hubiera pintado la Capilla Sixtina estando ciego? Que Beethoven haya escrito una obra tan monumental sin oír, no deja de sorprender, emocionar y conmover.

El primer movimiento (Allegro ma non troppo, un poco maestoso) es masivo y de un pathos que cimbra a quien lo escucha. La coda (final) es tremenda, como si se abriera la tierra, y es uno de los finales más impresionantes de todo el repertorio. El segundo movimiento es un Scherzo (scherzo significa broma en italiano) que introduce innovaciones técnicas sorprendentes, sobre todo en lo rítmico. El tercer movimiento (Adagio molto e cantabile) tiene una profundidad y una belleza que fácilmente lleva a las lágrimas a personas sensibles. El movimiento final, donde entra el coro mixto y cuatro solistas (soprano, alto, tenor y barítono), es la fiesta de la fraternidad.

Desde sus veintes, Beethoven tenía la idea de poner música al poema An die Freude (A la alegría), de Schiller. La idea de la fraternidad (Alle Menschen werden Brüder), de la amistad (Eines Freundes Freund zu sein), de la humanidad entera como una sola alma universal (wer auch nur eine Seele sein nennt auf dem Erdenrund), y de que todos somos hijos y nos nutrimos del seno de la naturaleza (Freunde trinken alle Wesen an den Bürsten der Natur), llevó a Beethoven a exclamar, con Schiller, que todos los humanos debemos abrazarnos y que la vida es ese Beso Divino para el mundo entero. Estas palabras resonaron en la mente de Beethoven durante más de treinta años, hasta que por fin escribió la Novena Sinfonía.

Al finalizar la primera ejecución de la Novena aquel 7 de mayo en Viena, la soprano solista se dirigió a Beethoven e hizo que se girara hacia el público. Todos en la sala estaban de pie, aplaudiendo, ondeando pañuelos, algunos llorando de alegría. Beethoven no podía escuchar aquella ovación, pero sabía, en el fondo de su alma, que su música era el triunfo del espíritu humano sobre la adversidad.

El arte trasciende a la vanagloria, a la riqueza, al poder. Trasciende el momento. Una y otra vez el Eclesiastés sentencia que “todo es vanidad”, pero creo que el gran arte no es vanidad. El gran arte redime de algún modo a la humanidad, hace que tengamos esperanza en ella. Beethoven y su Novena Sinfonía son prueba de ello. Por eso hay que celebrar el bicentenario de la Novena con alegría: “Alegría, bella chispa de la Divinidad, hija del Eliseo.” 

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