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Hace 30 años
El auge económico de 1994, impulsado por la confianza tras reformas y reprivatización bancaria, derivó en burbuja crediticia, crisis bancaria y colapso cambiario.
En esta semana, el 19 y 20 de diciembre, se cumplen 30 años del estallido de la última crisis financiera que enfrentó México. Fue en ese fatídico diciembre de 1994. Hay ya varias generaciones para quienes esa crisis es solo un dato histórico. Pero para los que la vivimos, nos queda el recuerdo de las razones que la gestaron y el proceso exitoso de superación de esta. Va una muy breve reminiscencia para beneficio de las generaciones jóvenes.
Los cambios estructurales que llevó a cabo el gobierno de Salinas, incluida la reprivatización bancaria, generaron a partir de 1992, un impulso de confianza que se tradujo en 1994 en un auge económico con grandes entradas de capital, inversión y una expansión del crédito privado, pero que formó una burbuja crediticia. El esquema cambiario de “banda” vigente desde 1988 que acotó las volatilidades del tipo de cambio contribuyó al auge. Pero se fue gestando un debilitamiento de la solvencia del sistema bancario. Además, a lo largo de 1994, el país estuvo expuesto a una serie de choques políticos sin precedentes y a la incertidumbre sobre el nuevo gobierno que entraría a fin de año. Ello comenzó a reflejarse en salidas de capital y en presiones cambiarias que obligaron a utilizar las reservas internacionales del Banco de México para sostener al tipo de cambio que se pegó al techo de la banda durante casi todo el año. Con un nivel mínimo de reservas internacionales, finalmente, el sistema de banda colapsó el 19 de diciembre, ante fuertes salidas de capital, una crisis bancaria y la perspectiva de una recesión e inflación elevada en 1995. El 20 de diciembre se adoptó el régimen cambiario de libre flotación vigente hoy día y que ha sido un fuerte pilar para la solidez económica.
Con prácticamente nulas reservas líquidas en el banco central y fuentes para financiar un déficit en cuenta corriente del 8% del PIB, la emergencia era apremiante. Los 18 bancos del sistema quebraron y sus accionistas perdieron su capital. Pero, gracias al Fobaproa, ni un solo ahorrador perdió un peso y se evitó una corrida bancaria. Claro que ese rescate tuvo un gran costo fiscal, pero la alternativa de no hacer nada era peor. Las tasas de interés y la inflación en 1995 excedieron de 50% (después de 4% en 1994) y se tuvo una fuerte recesión. Ante la ausencia de financiamiento para el gobierno, se requería un paquete de rescate financiero internacional. Se logró negociar un apoyo por 50,000 millones de dólares (monto sin precedente en esa época) con la concurrencia del Tesoro de EU, el FMI, el BIS y Canadá. México, por su parte, se comprometió a un severo programa de estabilización. La situación comenzó a mejorar en 1996: la inflación empezó a ceder, la economía comenzó a crecer y la banca se reconfiguró y reestableció con nuevos dueños. En 1997 se prepagó el crédito de rescate y México logró regresar a los mercados internacionales de capitales. Aunque con un duro ajuste, se había superado la crisis en muy corto tiempo y con el reconocimiento internacional de su manejo.
Dicho manejo nos dejó varias enseñanzas: dos fundamentales son una regulación prudencial basada en riesgos de la banca, y el blindaje para evitar una crisis cambiaria y de balanza de pagos que otorga la libre flotación del tipo de cambio.