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Opinión

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30 años de El Circo de Maldita Vecindad y los Hijos del 5to Patio

El 24 de septiembre de 1991 ocurrieron tres explosiones musicales. En Estados Unidos Nirvana, el trío de Aberdeen, Washington, editó su segundo álbum, Nevermind, que masificó la explosión del rock alternativo, un sonido que llevaba más de una década gestándose en los circuitos subterráneos. En el Reino Unido la banda de Glasgow Primal Scream lanzó Screamadelica, su tercer álbum que intencionalmente mezclaba el rock guitarroso de los años setenta con la naciente música electrónica. En la Ciudad de México, La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio editaron El Circo, su segundo álbum de estudio y que representaba un viaje musical por un México imaginario construido a partir de una mezcolanza de estilos, influencias y referencias de la cultura popular.

En El Circo, Roco, Aldo, Pato, Sax, Lobito y Pacho trataban de evocar un México que ya no existía o comenzaba a desaparecer en la última década del siglo XX. Aquella ciudad sumergida en esmog que había sido idealizada y construida por la iconografía del Cine de Oro, nutrida por los cómics de Kalimán de Rafael Cutberto Navarro y Modesto Vázquez González y embriagada en los antiguos salones de baile capitalinos.

En este universo coexisten los pachucos de Tin Tán con los jóvenes punks. Hay juglares urbanos que tocan su trompeta por toda la ciudad, mientras los fenómenos del circo y los olvidados deambulan por las calles. Y en los salones de baile de otra época, como el Balalaika y el Waikiki, se congregan los patas de perro. Se aparecen las crónicas urbanas de Carlos Monsiváis y hasta unas bombas yucatecas con el maestro Armando Manzanero. Está la música de Juan Gabriel imaginada como un frenético ska y la cruda realidad del México que, en palabras de Cristina Pacheco, es el lugar en el que “aquí nos tocó vivir”. Ese era el circo urbano que capturó Maldita Vecindad en su segundo álbum.

El Circo fue grabado en los estudios Crystal de la extinta Polygram Records, ubicados en el barrio de Coyoacán donde hoy hay una concesionaria automotriz. La banda, acompañada de los productores Gustavo Santaolalla y Aníbal Kerpel, creó un disco que no encajaba en su totalidad con la etiqueta del rock mexicano. Maldita Vecindad no eran los Caifanes, no sonaban al art rock de Fobia y su Mundo Feliz, editado en ese mismo año. Tampoco encajaban realmente con el irreverente guacarrock de la Botellita de Jerez, con los rockeros de la periferia subterránea o con el pop de La Gente Normal. El disco debut de Café Tacvba y La Invasión de los blátidos de la banda tapatía La Cuca, que también proyectaba mucha influencia de la música vernácula mexicana, llegaron un año después. Aunque había mucho humor en la música de la Maldita, había también fuertes convicciones de retratar y documentar una realidad urbana consciente de su entorno.

La antigua Carpa Astros de la Ciudad de México, que por varias décadas albergó al legendario Circo Atayde Hermanos, fue el sitio donde la banda presentó el álbum un 13 de septiembre de 1991. Al igual que la iconografía del disco, su música sumergía al escucha dentro de un circo musical por donde desfilan personajes fuera de este mundo y de otro tiempo.

La explosión musical ocurrida en 1991 con La Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio se sigue sintiendo hoy en artistas que regresan a la música vernácula mexicana para encontrar su propia identidad musical y construir su propio imaginario, lleno de contradicciones como la propia cultura que los vio nacer.  

A 30 años de su lanzamiento, el México retratado en El Circo se ha transformado. Esa ciudad yace oculta ahora como algún templo prehispánico sobre el cual se construyó una catedral colonial y después un restaurante de comida rápida. Los paisajes de aquella ciudad han sido reemplazados por centros comerciales y rascacielos habitacionales. El smog nos sigue ahogando, pero en las calles puedes seguir viendo a esos mismos personajes del circo que habitan la gran ciudad.

antonio.becerril@eleconomista.mx 

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Coordinador de Operaciones Online. Periodista. Desde el 2019 escribe la columna semanal sobre música “Mixtape” en El Economista. Ha sido reportero de tecnología y negocios, startups, cultura pop, y coeditor del suplemento de The Washington Post y RIPE.

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