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AMLO manda al diablo los acuerdos legislativos
Las señales son inquietantes para lo que resta del sexenio. Elevar a rango constitucional la militarización de los órganos encargados de la seguridad pública, en lugar de unir al país, generaría una profunda división. Los cambios en materia electoral que el político tabasqueño plantea significarían un retroceso
El fracaso del presidente López Obrador en su intento por aprobar cambios constitucionales relacionados con la industria eléctrica no solo representa el mayor triunfo de la oposición en lo que va del actual gobierno; todo indica que se convertirá en un punto de quiebre de la 4T.
Después de la derrota legislativa del domingo de Pascua, lo razonable habría sido llamar a una retirada táctica y reagrupar tropas. Al gobierno del político tabasqueño aún le quedan dos años y medio por delante. Parecería que todavía es muy temprano para renunciar a la construcción de acuerdos políticos con la oposición, sin los cuales ningún cambio a la Constitución puede realizarse.
Sin embargo, la campaña de acoso contra los opositores a la llamada Ley Bartlett inició en los días previos a la votación en el recinto de San Lázaro. Desde su púlpito en Palacio Nacional, López Obrador llamó a los legisladores del PRI, PAN y PRD a rebelarse contra sus dirigencias para evitar convertirse en traidores a la patria.
Una vez consumada la derrota legislativa, el presidente López Obrador pasó del acoso al linchamiento mediático. En su conferencia de prensa matutina defendió la campaña orquestada por Morena en la que acusa de traidores a la patria a los legisladores de oposición que votaron en contra de su propuesta.
Cuestionado respecto a la forma en que afectaría la relación con el Poder Legislativo, el político tabasqueño mandó al diablo la construcción de acuerdos. “Ya basta de hipocresía, de acuerdos en lo oscurito”, dijo. En medio de una crisis política, predecible y fácil de evitar, el presidente López Obrador tira por la borda sus otras propuestas de cambio constitucional: la reforma electoral y la incorporación de la Guardia Nacional a la Secretaría de Defensa.
La reacción ante el fracaso dice mucho de la persona que los mexicanos eligieron para ocupar la silla presidencial. La opinión pública la pudo observar en directo a través de las cámaras que transmiten la conferencia matutina desde Palacio Nacional. Delante apareció un político inmaduro, incapaz de asimilar una derrota que nadie en su sano juicio consideraría catastrófica para su gobierno.
Cuesta trabajo creer que López Obrador, con toda su experiencia, no tiene la capacidad de tomar sus pérdidas y pasar a lo que sigue. Lleno de ira y menosprecio por sus críticos salió a dinamitar los puentes con la oposición. Necesitaba desatar una hecatombe política para humillar a sus detractores.
Las señales son inquietantes para lo que resta del sexenio, no porque las reformas que propone el presidente López Obrador sean necesarias. De hecho, elevar a rango constitucional la militarización de los órganos encargados de la seguridad pública, en lugar de unir al país, generaría una profunda división. Por otro lado, los cambios en materia electoral que el político tabasqueño plantea significarían un retroceso, pues limitarían el pluralismo político y aumentarían la concentración de poder.
La parte inquietante tiene que ve con la destrucción de los consensos básicos para el funcionamiento de la democracia. Los acuerdos para estar en desacuerdo necesariamente involucran a la oposición. Dentro de un año, la Cámara de Diputados tendrá que llevar a cabo la renovación parcial del Consejo General del INE, incluyendo la presidencia y tres consejerías. Se requieren mayorías calificadas de dos terceras partes.
La frustración y la arrogancia han llevado al presidente López Obrador a mandar al diablo los acuerdos legislativos. Sin embargo, México los necesita. Le corresponde a la oposición hacer gala de la madurez y el buen juicio que el presidente parece haber perdido.
*Profesor del CIDE.

