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Opinión

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Acapulco: desenlace de una mala planeación turística

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Aunque nadie pone en duda que el desastre social que vivió Acapulco por las tormentas Ingrid y Manuel se debe al desordenado crecimiento urbano, a la corrupción y a problemas de tenencia de la tierra, esta tragedia también tiene una parte de su origen en la falta de planeación turística.

La razón es que los múltiples problemas que aquejan a las ciudades mexicanas se agravan en nuestros destinos turísticos, ya que crecen dos y media veces más rápido que el resto de las ciudades. Lo anterior se debe a las inversiones públicas y privadas que reciben en sus etapas iniciales de desarrollo, lo que provoca que el desordenado crecimiento se convierta rápidamente en un caos.

Por ello, no es de sorprender que nuestros destinos turísticos crezcan a zonas con alto riesgo de inundación o de deslaves, así como a zonas que carecen de cualquier tipo de servicio público.

El problema es aún más complicado, pues los municipios turísticos deben atender la demanda no sólo de los servicios públicos municipales (agua, basura, alumbrado, vialidades y seguridad, entre otros) para la población local, sino para los turistas. Para algunos, esto se debería resolver con apoyos fiscales adicionales. Sin embargo, tras analizar las finanzas públicas de los 77 municipios turísticos más importantes del país, encontramos que a pesar de que el crecimiento del turismo representa cada año un costo adicional en servicios de 3%, el municipio puede recabar mayores ingresos para cubrir este costo a través de impuestos al hospedaje.

Por ejemplo, Quintana Roo, al igual que muchos otros estados, ha incorporado a su Ley de Hacienda un impuesto al hospedaje. Este año se estima que esta recaudación represente cerca de 22% de los ingresos propios del estado y que sólo el municipio de Benito Juárez recibirá un monto equivalente a 16% de su gasto en servicios municipales. En otras palabras, el dinero recabado cubrirá el costo incremental derivado del turismo cinco veces.

Por ello, dejar los activos turísticos de nuestros destinos (montañas, manglares, playas, ruinas y mercados, entre otros) a merced del desordenado crecimiento urbano no sólo implica ahuyentar a los viajeros, como le sucedió a Acapulco, que perdió 80% de sus turistas extranjeros, sino perder una de las pocas opciones para generar ingresos suficientes, para ordenar su crecimiento futuro.

rgallegos@eleconomista.com.mx

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