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Opinión

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Agosto todavía relampaguea

Jorge Ibarguengoita. Foto EE: Especial

Jorge Ibarguengoita. Foto EE: Especial

La primera novela que escribió Ibargüengoitia y que tituló “Los relámpagos de agosto” –escribió su editor Joaquín Mortiz–, está basada en hechos reales y conocidos, aunque los personajes son imaginarios. Es el reverso humorístico de la novela de la Revolución, fue ganadora del Premio de las Américas en 1964 y presentada como las memorias de un general caído en desgracia, donde se muestra otra cara de la historia mexicana, esta vez, la de los políticos y generales. Mas déjeme agregar, lector querido, que esa cara se parece cada vez más a la historia presencial, pero nos pone de mejor humor. Cheque usted mismo leyendo la página inicial:

“Manejo la espada con más destreza que la pluma, lo sé; lo reconozco. Nunca me hubiera atrevido a escribir estas Memorias si no fuera porque he sido vilipendiado, vituperado y condenado al ostracismo, y menos a intitularlas "Los relámpagos de agosto" (título que me parece verdaderamente soez). El único responsable del libro y del título es Jorge Ibargüengoitia, un individuo que se dice escritor mexicano. Sirva, sin embargo, el cartapacio que esto prologa, para deshacer algunos malentendidos, confundir a algunos calumniadores, y poner los puntos sobre las íes sobre lo que piensan de mí los que hayan leído las “Memorias” del Gordo Artajo, las declaraciones que hizo al Heraldo de Nuevo León el malagradecido de Germán Trenza, y, sobre todo, la nefasta leyenda que acerca de la Revolución del 29 tejió, con lo que se dice ahora muy mala leche, el desgraciado de Vidal Sánchez.”

La trama avanza relatando los hechos de cuando la administración del presidente Vidal Sánchez llega a su fin y el general José Guadalupe Arroyo –narrador y protagonista de la novela– saborea ya las mieles del poder al haber sido nombrado secretario particular del presidente electo, el general Marcos González, que ha muerto súbitamente de apoplejía. A partir de tal momento comienzan enfrentamientos, alianzas, traiciones y conspiraciones.  Los buenos, los malos, los más malos, los astutos y los torpes, todos enfermos de ambición, aparecen en “Los relámpagos de agosto” haciendo gala de una muy divertida incompetencia. Al final –explica la Enciclopedia de la Literatura en México –.”la camarilla de Arroyo termina por sublevarse y dirigir una de las campañas militares más patéticas de la historia mexicana, una campaña en la que, para resumir, todo lo que podía salir mal, sale mal.” Sin embargo, este libro de Ibargüengoitia fue uno de los que le salió mejor y mantiene un éxito incomparable.

Literariamente, muchos opinan que la Historia es la novela de los hechos y que la novela es la Historia en todos los sentidos. Ignacio Manuel Altamirano que de todo esto entendía – porque fue maestro, periodista, vivió en las etapas más interesantes, definitivas y cruciales de la Historia de México, además de ser considerado “padre de la novela nacional” – tiene buena culpa de nuestra educación literario sentimental. Melodrama. En su obra habló de intervenciones, forajidos e invasiones y dejó bien claro quiénes eran los héroes y villanos de entonces. Juraba que la pluma era más efectiva que la espada y estaba a favor de la libertad de acción, de palabra y pensamiento. En sus artículos, novelas y relatos habló del crimen, sus líderes y agrupaciones e hizo la crónica del terror que provocaban.

Su novela El Zarco, escrita entre 1885 y 1888, además de los valores que claramente nos enseña –el hábito no hace al monje, el que la hace la paga y más vale ser bueno que guapo– relata las canallescas actividades de los famosos "Plateados", bandidos nombrados así por los adornos de plata que materialmente cubrían sus vestiduras y sillas de montar y que en aquellos momentos asolaban los pueblos de Tierra Caliente del actual estado de Morelos.

Salteadores y bandidos eran comunes en aquellos tiempos y se reconocían por las características de su atuendo, técnicas de robo y pillaje y fechorías específicas. En el caso de “Los Plateados” era el plagio, el asalto a diligencias y la costumbre de imponer fuertes contribuciones a las haciendas y caseríos que se encontraban.  Más había otros. Organizaciones criminales que se fueron multiplicando, pasaron de la realidad a la ficción y tuvieron a sus propios narradores.

Luis Gonzaga Inclán, por ejemplo, autor de una novela de largo título y explicativo subtítulo: “Astucia, El jefe de los hermanos de la hoja o Los charros contrabandistas de la rama. Novela histórica de costumbres mexicanas con episodios originales” comenzó su narración así:

“No hace mucho que existió la célebre asociación de los Hermanos de la Hoja, compuesta de varios sujetos determinados a afrontar los continuos peligros a que están expuestos los contrabandistas, denominados así porque su comercio lo hacían con la hoja de tabaco, conocidos con este título o el de los Charros Contrabandistas de la Rama”.

Después, tal y como lo hicieron Ibargüengoitia, Riva Palacio, Altamirano y otros muchos, nos describe las fechorías de la banda de Lencho, Pepe El Diablo, El Tapatío, Tacho Reniego, Chepe Botas y El Charro Acambareño.

Otras historias hay. Y también otros libros. Cualquier semejanza con la realidad actual, ya lo sabe usted lector querido, nomás mero antecedente, puro relámpago de agosto. 

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