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Opinión

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Al centro, la persona

Mi generación fracasó en no pocos ámbitos para la vida política. Uno de ellos, sin duda, fue en la construcción de hábitos y costumbres democráticas, que privilegiaran el respeto a las reglas y la construcción de instituciones. Sin embargo, no sólo las reglas escritas, están aquellas otras que el colectivo sanciona como buenas o malas costumbres o comportamientos.

Con cierta nostalgia arribamos a esta segunda década del siglo XXI, con un desprecio muy extendido por el imperio de la ley, las reglas mínimas de acuerdo colectivo, sobre lo que está bien y lo que está mal. Si quieren ustedes, no necesaria o únicamente por las reglas escritas, porque como ya se ha visto, basta con que unos cuantos se pongan de acuerdo, se erijan como mayoría (aunque no lo sean del todo) se sienten en un conclave a modo y las reglas cambian.

Están esas otras reglas que le indican a uno que ciertas cosas, a la luz de la ética colectiva, que serán consideradas correctas, plausibles, edificantes, que abonarían al progreso correcto de la construcción de un andamiaje de una buena convivencia social, grupal o de partido o gremio.

Japón es un buen ejemplo de lo que quiero decir. Un amigo me contó, no hace mucho, que su maestra de japonés después de 5 años de darle clase, le anunció que quería renunciar. Con sorpresa mi amigo le preguntó porqué. Si era un problema de sueldo, él estaría muy dispuesto a renegociar el monto de sus emolumentos. Ella contestó, que ese no era el problema. Ante la insistencia de mi amigo, ella finalmente le respondió. Mire usted viaja mucho a Japón, habla con mucha gente importante y de dinero allá y francamente me daría mucha vergüenza que se enteraran que yo soy su maestra. Con ello dejándole claro que después de 5 años su japonés era lamentable, pero también mostrándole lo que es la vergüenza y el deber bien cumplido para los japoneses.  

En la vida política mexicana hemos perdido del todo la vergüenza. No es que, en el pasado, nos hubiéramos distinguido por la pulcritud inmaculada de ciertos comportamientos. Es cierto que había abusos y equivocaciones, incluso la necedad y el voluntarismo de algunos, se lograba imponer en ocasiones, pero la colectividad tenía muy claro que cosas eran unas y cuales eran las otras.

Mi generación lo tenía claro y sabía de las dos caras de la moneda. A fuerza de justificaciones imprecisas e incluso irresponsables, hoy hemos perdido la brújula sobre lo correcto y lo lamentable más allá de las reglas escritas.

Entonces, hace unos años, nadie en su sano juicio, podría estar culpando a Manlio Fabio Beltrones del prestigio del PRI y sus resultados electorales recientes, porque aparece en las indagatorias del asesinato de Colosio y como no, si fue el primer gobernador en presentarse ante el magnicidio y proponiendo como solución su perpetuación a la dirigencia del PRI, como hace Alito. Nadie en su sano juicio, podría culpar de los malos resultados del PAN en las pasadas elecciones, a Calderón por su deficiente lucha contra el narcotráfico y proponiendo como solución su permanencia en la dirigencia del PAN, como hace Marko Cortés. Nadie en su sano juicio y a propósito de su responsabilidad pública, estaría proponiendo la elección de jueces, magistrados y ministros del poder federal, cuando el problema, lo sabemos muchos, está en la justicia local y los tortuosos procedimientos para que las personas accedan a la justicia.

Hemos perdido una visión ética colectiva y, sobre todo compartida, para privilegiar salidas o soluciones basadas en la permanencia de una persona o un proyecto al frente de todos nuestros problemas. Mi generación falló, sobre todo, en enraizar una concepción sobre lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, lo útil y aquello que sabemos que nos llevará al despeñadero o sencillamente al fracaso. Nada más, pero nada menos, también.

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Ensayista e interesado en temas legales y de justicia. actualmente profesor de la facultad de derecho de la UNAM.

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