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Opinión

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Assange, un mito genial con agenda de políticos autócratas

Detrás de los mitos se esconde un profundo desconocimiento sobre los 360º de trayectoria de un individuo.

En la hermenéutica de Julian Assange se cruzan percepciones sobre su imagen, entre otras, mártir de la libertad de expresión y hacker que arrinconó a Estados Unidos por haber revelado documentos delicados. En realidad, Assange es un megalómano entregado a varios políticos autócratas. Criticó al sistema, pero muy rápido se entregó a los brazos de los antagonistas de Estados Unidos.

Rafael Correa, expresidente de Ecuador, en cuya espalda se encuentra una demanda judicial por asesinato, le abrió las puertas de su embajada en Londres para que sorteara algunas órdenes de aprehensión en su contra. Una de ellas por incitar y colaborar en el hackeo y robo de documentos de agencias de información estadounidenses. Otra demanda: violación sexual.

El chavismo, cuya ética es tan engañosa como hipócrita, y siempre tratando de idiotizar a la población a través de la estrategia orwelliana donde el enemigo se encuentra en el exterior (el imperio estadounidense), ha logrado revertir la imagen de personajes como Assange revistiéndolos de corderitos.

Rafael Correa, quien gobernó Ecuador entre 2007 y 2017, aplicó una ley de azúcar a favor de Assange y una de acero en contra de periodistas ecuatorianos del periódico El Universo. La regla es clara: la ética se aplica a los amigos y la soga a los enemigos.

En febrero de 2012 la “justicia” de Correa impuso una sentencia de tres años de cárcel y US40 millones en contra de tres directivos y del exeditor de Opinión, Emilio Palacio, del diario ecuatoriano. El propio Rafael Correa los demandó porque consideró injurioso uno de los artículos de opinión.

Tal parece que a Correa le gustó el trabajo de Wikileaks, pero no el de periodistas de su país cuando se desempeñaba como presidente.

Otro caso de intolerancia hacia la crítica fue el “Gran Hermano”. Los periodistas Juan Carlos Calderón y Christian Zurita recibieron una sentencia que les ordenaba pagar US2 millones después de que Correa los acusara por daño moral. ¿Su delito? Revelar en su libro El Gran Hermano millonarios contratos entre el entonces Gobierno del presidente Rafael Correa con uno de sus hermanos, Fabricio.

El personaje Assange tiene varias personalidades como etapas en su vida. Saltó a la popularidad internacional cuando reveló un video en el que un helicóptero del ejército de Estados Unidos lanza metralla en contra de civiles durante la invasión a Irak en 2007, matando a 12 de ellos. Wikileaks, el portal de Assange, lo divulgó en 2010 gracias a la participación de Chelsea Manning quien robó 750,000 documentos clasificados. El repudio internacional hacia el gobierno del presidente George W. Bush creció por haber cometido un acto totalmente  intolerable.

Assange nunca quiso borrar nombres de funcionarios cuyas vidas podían correr riesgo al ser descubiertos a través de los documentos. Se trataban de funcionarios de segunda línea jerárquica. De haber eliminado los nombres, no hubiera cambiado el efecto de la revelación.

Después vino una segunda etapa de Assange. Sus posteriores hackeos fueron poco trascendentes. Miles de despachos diplomáticos mostraban, por ejemplo, burlas de Berlusconi a Merkel. Sobre México, comentarios críticos del entonces embajador estadounidense Carlos Pascual en contra del ejército del presidente Felipe Calderón. Los comentarios, hay que insistir, se hicieron a través de despachos diplomáticos.

La tercera etapa duró siete años, el tiempo que duró encerrado en la embajada de Ecuador. Necesita ayuda médica.

El gobierno del presidente López Obrador ha lanzado la oferta de asilo a Assange “porque es un periodista y merece una oportunidad”. Al igual que a Rafael Correa, a AMLO le disgusta la crítica de periodistas mexicanos, pero no las revelaciones de Assange, el mito genial.

@faustopretelin

fausto.pretelin@eleconomista.mx

Fue profesor investigador en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM, publicó el libro Referéndum Twitter y fue editor y colaborador en diversos periódicos como 24 Horas, El Universal, Milenio. Ha publicado en revistas como Foreign Affairs, Le Monde Diplomatique, Life&Style, Chilango y Revuelta. Actualmente es editor y columnista en El Economista.

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