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Atentado contra la democracia
La violencia política ha marcado la historia de América Latina desde las guerras de independencia hasta los regímenes autoritarios del siglo XX. Lamentablemente, los demonios siguen sueltos con asesinatos, secuestros, amenazas y atentados.
El sábado 13 de julio pasado, el expresidente Donald Trump fue herido de bala en una oreja durante un mitin. Un joven de 20 años, identificado como Thomas Matthew Crooks, disparó desde un tejado cercano al evento político y fue abatido por el Servicio Secreto de Estados Unidos.
El intento de asesinato ha conmocionado al mundo y ha reavivado el debate sobre la violencia política. Nadie puede ignorar que, desde hace varios años, los ciudadanos de la Unión Americana viven en una espiral de odio e intolerancia.
En enero de 2021, miles de simpatizantes de Trump irrumpieron violentamente en el Capitolio de Estados Unidos para intentar detener la confirmación de Joe Biden como presidente electo. El saldo del asalto al Capitolio fueron nueve personas muertas y más de 150 personas heridas.
Este incidente violento e infame no justifica el atentado contra la vida del republicano. Y hay que agregar que la historia de esa nación está repleta de magnicidios y atentados frustrados. Entre los casos más notables se encuentran el asesinato de Abraham Lincoln en 1865 y John F. Kennedy en 1963; así como el intento de asesinato de Ronald Reagan en 1981.
En América Latina, la violencia política también ha cobrado la vida de numerosos líderes políticos, incluyendo a presidentes, candidatos y activistas.
Algunos ejemplos destacados son el asesinato del presidente chileno Salvador Allende, en 1973, durante el golpe de estado de Augusto Pinochet; el asesinato del candidato presidencial colombiano Luis Carlos Galán en 1989; y el magnicidio del mexicano Luis Donaldo Colosio, en 1994.
Más allá de especulaciones irresponsables y las teorías conspiracionistas, los expertos internacionalistas advirtieron desde semanas atrás que el declive en la popularidad del presidente demócrata estadounidense, Joe Biden, era irremontable. Pero ahora, tras el intento frustrado de asesinato, Donald Trump avanza como caballo en hacienda.
El candidato presidencial republicano cuenta ya con una nueva bandera propagandística y, aseguran, el atentado de Pensilvania ya es considerado un punto de inflexión en la campaña presidencial, que concluirá con la elección del próximo martes 5 de noviembre.
Lo que va más allá de las anécdotas es el clima polarizado que prevalece en Estados Unidos. Resulta por de más preocupante que además de la proliferación de noticias falsas, la multiplicación de teorías de la conspiración y protestas crecientes, los estadounidenses tienen al alcance de su mano la compra de armas de fuego y de sus municiones.
Con una cultura armamentista, que tiene su mayor expresión en la Segunda Enmienda de su Constitución, Estados Unidos es el único país del mundo con más armas que civiles.
Según la organización suiza Small Arms Survey (SAS), hay 120 armas de fuego por cada 100 estadounidenses. Es decir, más del 44 por ciento de los adultos estadounidense viven en un hogar con al menos un arma en su poder.
Demasiada capacidad letal que se ha traducido en la tasa de homicidios con armas de fuego más alta del mundo desarrollado.
Si en Estados Unidos no logran detener la violencia política y la virulencia verbal, la presencia de las armas se convierte en un factor de alto riesgo para el desarrollo de la contienda presidencial y para la estabilidad social de esa nación.