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Opinión

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Biometría conductual y neuroderechos humanos

Si eres de los que olvidan claves bancarias, códigos de acceso a equipos de cómputo, el PIN del trabajo y las contraseñas de determinadas aplicaciones, la biometría conductual podría ser la solución. No solo eso, podría proteger nuestra identidad digital. Se trata de una tecnología que está redefiniendo los paradigmas de la autenticación, diseñada para identificar a los individuos con base en sus patrones de comportamiento mediante el uso de dispositivos digitales —como lo explica la especialista en tecnologías de la información, Nancy N. Salazar— irá dejando atras las huellas dactilares y el reconocimiento facial, debido a que este tipo de biometría es capaz de analizar desde la velocidad de tecleo hasta la forma en que nos movemos, pasando incluso por la manera en que sujetamos el teléfono.

Señala que lo mismo ocurrirá con los tradicionales métodos de autenticación como la contraseñas, los códigos y el PIN, ya por su vulnerabilidad ante ataques de phishing, hacking, ya por el robo de los mismos, o bien, porque suelen olvidarse. Esto último es cada vez más frecuente en una sociedad que padece cierto grado de deterioro cognitivo y demencia digital, padecimientos propios de la aceleración del tiempo cronos a causa del tiempo kairos y de esa interrupción constante de nuestro presente, en términos de Douglas Rushkoff.

La biometría conductual sería pues una opción debido a que es personalizada e intrínseca a cada individuo. Funciona a partir de la combinación de algoritmos avanzados de machine learning e inteligencia artificial, nos dice Salazar, quien explica que se trata de una inteligencia diseñada para aprender y analizar los patrones de comportamiento de un individuo siendo cada vez más predictiva con la interacción y adaptativa a la evolución de su comportamiento.

En el futuro inmediato será necesario, no solo adaptarse al funcionamiento de este tipo de tecnología, sino también vigilar sus alcances, puesto que podría prestarse para perfilar usuarios, en términos del Mattelart, y alimentar otros fines comerciales. En ese sentido, es necesario diseñar en paralelo un marco normativo que garantice una conexión humana con la tecnología, pues si bien este tipo de biométrica conductual ofrece mayor seguridad al superar los falsos positivos, los falsos negativos y la suplantación de identidad de la autenticación biométrica, así como una interacción capaz de prever, adaptarse y anticiparse a nuestras necesidades para servirnos mejor, también podría llevarnos al desuso de nuestra actividad cognitiva.

Ya no sería necesario pensar, memorizar o recordar, bastaría dejarse llevar como hacemos hoy con Waze, Google, Siri, Alexa, etcétera. Aquí es donde entran en juego los neuroderechos humanos al libre albedrío, a la privacidad mental, a la identidad personal, al acceso equitativo a tecnologías de aumento mental y a la protección contra sesgos de algoritmos de inteligencia artificial. De la mano de un marco normativo que adopte la algorética como principio, una ética capaz de ser entendida por la Inteligencia Artificial que producen las máquinas para que los bienes y servicios se ofrezcan de la mejor manera posible. Evitando sesgos cognitivos y controles predictivos, promoviendo una mayor responsabilidad social y visibilizando desarrolladores de software y contenido para tener un progreso tecnológico confiable y seguro en el manejo de datos personales a través de la ética, la educación, el derecho y la transparencia.

En marzo pasado fue presentada en la Cámara de Diputados una iniciativa de ley para la “regulación ética de la inteligencia artificial y la robótica”. Propone normas basadas en principios éticos para el buen uso de la Inteligencia Artificial, regular su uso con fines gubernamentales, económicos, comerciales, administrativos y financieros, así como la creación del Consejo Mexicano de Ética para la Inteligencia Artificial y la robótica. Es necesario dar seguimiento a este tipo de planteamientos, pues se trata de crear una suerte de humanware, entendido como la manera en la que cada individuo utiliza las herramientas que tiene a mano para pensar y trabajar, para disfrutar del ocio y del descanso. El reparto vital del tiempo del que hablaba Roberto Owen, mejor conocido como la Regla de los Tres Ochos.

Si entendemos el software como las instrucciones, algoritmos e interacción digital, en tanto el humanware como las decisiones, la determinación consciente de las personas y la interacción humana no binaria, estaremos de acuerdo en que debe existir un componente humano en el desarrollo tecnológico.

Alguna vez se han preguntado por qué éramos atractivos para los marcatenientes de la red surgidos en la primera década de este siglo. Por nuestra creatividad, fundamentalmente. Ahora preguntémonos por qué somos atractivos para los numerati de los contenidos y desarrolladores de la IA. La respuesta es simple, por nuestros datos. Ya no nos preocupa lo que nos inyectan, dice García Canclini, supongo que aludiendo a la teoría de La Aguja Hipodérmica que se estudiaba en teorías de la comunicación el siglo pasado.

Ahora, dice, lo que nos preocupa es lo que nos sustraen. En efecto, nos sustraen la data para apuntalar una economía que convierte la atención humana en atención comercial. Así las cosas, la innovación y sus consecuencias representan dos de los ejes centrales en los debates que habrán de sentar las bases normativas de la Inteligencia Artificial.

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