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Opinión

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Bob Dylan, la millonaria piedra rodante

Foto: Reuters

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Cuando Bob Dylan firmó con Leeds Music en 1962, el joven cantautor recibió un adelanto de 100 dólares contra sus futuras regalías para firmar un contrato discográfico que lo llevaría a las filas de la prestigiosa firma Columbia Records. Aquel día, Dylan visitó el estudio donde Bill Haley & The Comets grabaron “Rock Around the Clock” —una de las primeras canciones de rock ‘n’ roll— y conoció al boxeador Jack Dempsey, quien le deseó buena suerte en su carrera como compositor. “Espero escuchar alguna [de tus canciones] en estos días”, le dijo el pugilista. Dylan reconstruye esta anécdota en su libro de memorias Chronicles y recuerda que aquellos encuentros pasaban a segundo plano, pues él acababa de firmar con una disquera para que le editaran sus canciones: el sueño de todo músico hambriento.

50 años después, el 7 de diciembre pasado, se anunció que Dylan, hoy ganador del Premio Nobel de Literatura y considerado uno de los artistas más importantes de la música contemporánea estadounidense, vendió su catálogo completo a Universal Music Group, en un acuerdo millonario —cuyo monto no fue divulgado — que The New York Times calcula en 300 millones de dólares. La venta incluye las 600 canciones que Robert Allen Zimmerman, el nombre de pila de Dylan, ha editado en los 39 álbumes que, cronológicamente, van desde “Blowin’ the Wind” de The Freewheelin’ Bob Dylan, hasta la épica canción de casi 17 minutos que cierra el Rough and Rowdy Ways, su más reciente trabajo editado en junio del 2020: “Murder Most Foul”. En medio de esta obra están composiciones como “The Times They Are a Changin’”, “Like a Rolling Stone”, “Mr. Tambourine Man”, “Knockin’ on Heaven’s Door”, “All Along the Watchtower” y una larga obra que nos es imposible abarcar en este pequeño espacio.

La venta de Dylan a Universal Music también incluye los derechos de la canción “The Weight” de The Band que, aunque fue escrita por Robbie Robertson, los derechos los poseía Dylan.

Haciendo números, Dylan habría recibido alrededor de 500 dólares o más por cada una de sus canciones. De ahora en adelante Universal Music será el responsable de administrar esta parte de su obra para que pueda licenciarse a futuro o permitir su uso en otros medios audiovisuales como la televisión, el cine o la publicidad. Dylan no ha sido de esos artistas que han escatimado el licenciamiento de su trabajo. Sus canciones han musicalizado escenas de películas como Dazed & Confused, Jerry Maguire, The Big Lebowski, Fear & Loathing in Las Vegas, High Fidelity, Watchmen. También ha aparecido en incontables documentales sobre los sesenta y hasta en comerciales de Pepsi, Apple y Victoria’s Secret.

Dylan no es el único artista que recientemente ha hecho noticia con las ventas de su catálogo. Stevie Nicks anunció recientemente que vendió una participación mayoritaria en su catálogo musical solista y con Fleetwood Mac a la editora Primary Wave por unos 100 millones de dólares. El grupo Hipgnosis Songs Fund ha realizado este año las adquisiciones de los catálogos de artistas como Blondie, Barry Manilow, Nikki Sixx (de Mötley Crüe), L.A. Reid, RZA (de Wu Tang Clan), Chrissie Hynde (de los Pretenders) o Rick James, por los cuales desembolsó 680 millones de dólares.

Pero a diferencia de los artistas previamente mencionados, ninguno recibió los mismos reflectores sobre la transacción que Dylan. La adquisición por parte de Universal Music indicaría que habrá alguien supervisando el legado musical de Dylan una vez que cheque su tarjeta de salida. Esto evitará que existan disputas por su obra, como ha ocurrido con artistas como Prince, que tras su muerte se han comercializado grabaciones inéditas que dejó el geniecillo de Minneapolis en las bóvedas de Paisley Park al por mayor. Probablemente veremos más compilaciones explotando otra vez “Blowing in the wind” o en comerciales de autos, perfumes o el whiskey Heaven’s Door (su marca de bebidas espirituosas) con sus entrañables melodías.

Bob Dylan representa a ese 1% de artistas que hoy puede vender su catálogo en una millonada y no tener que preocuparse por el resto de sus días. En el otro extremo están todos los artistas que reciben una miseria por las reproducciones (streams) que las plataformas de música les pagan y que ahora están sufriendo por la falta de conciertos, su principal fuente de ingresos.

Dylan nos sigue demostrando que es un caso aparte y que quizá aprendió la lección de sus creaciones musicales para no acabar como una piedra rodante.

antonio.becerril@eleconomista.mx

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Coordinador de Operaciones Online. Periodista. Desde el 2019 escribe la columna semanal sobre música “Mixtape” en El Economista. Ha sido reportero de tecnología y negocios, startups, cultura pop, y coeditor del suplemento de The Washington Post y RIPE.

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