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¿Campesinos o agricultores? el éxito del campo mexicano
Es lugar común que los políticos hablen de un supuesto campo mexicano generalizadamente en abandono, pobreza y decadencia. Muchos lo creen. Esto es parte de una leyenda negra en la cual los gobiernos “neoliberales”, diabólicamente, desampararon al campo y lo arrojaron a las garras de un mercado globalizado feroz e implacable. ¿Pero, de quiénes hablamos? ¿De campesinos o de agricultores? Dependiendo de a quiénes nos refiramos, esta leyenda negra puede ser totalmente falsa o simplemente condescendiente. ChatGPT dice que los campesinos cultivan la tierra para subsistencia o para mercados locales, tienen una conexión profunda con ella, llevan a cabo prácticas agrícolas tradicionales combinadas con pequeña ganadería, y poseen, arriendan o usan parcelas relativamente pequeñas. Generalmente, se insertan en núcleos agrarios (ejidos o comunidades), y que gran parte de ellos recurre o recurrió en algún momento a la deforestación de sus propias parcelas o de terrenos de uso común, ubicadas en laderas con pendientes más o menos pronunciadas, fácilmente erosionables, y con una productividad o rendimiento muy bajos. ChatGPT afirma que, por otro lado, los agricultores se abocan a agricultura comercial en explotaciones más grandes, y orientadas a mercados nacionales e internacionales, utilizando tecnologías intensivas modernas de alta productividad y rendimiento. Agregaríamos que, en muchos casos, en México, se trata de agricultura de riego que sobrexplota acuíferos subterráneos, o utiliza aguas superficiales en sistemas de riego por inundación, o bien, tierras de humedad con buen temporal. Y que también, deforesta, recientemente, y, sobre todo, con la destrucción de las selvas de la península de Yucatán. Las diferencias en productividad entre campesinos y agricultores son gigantescas: Por ejemplo, en Sinaloa, Jalisco, Sonora y otros, la productividad promedio de los agricultores en maíz es de más de 12 toneladas por hectárea. En Guerrero, Oaxaca y Chiapas, la productividad de los campesinos promedia menos de 2 toneladas por hectárea. Esta es la matriz de la pobreza.
Dejando por ahora de lado estas graves consideraciones, veamos el desempeño económico de los agricultores, que producen para el mercado, lo cual se registra en las Cuentas Nacionales (PIB Agropecuario). El PIB agropecuario de México creció, después de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (nada más “neoliberal” que eso; TLCAN, ahora, T-MEC), al 1.8% en promedio anual entre 1994 y 2023, llegando el año pasado a más de 544 mil millones de pesos (de 2013), pasando de representar el 2% del PIB total nacional en 1994 al 5% en 2023; algo en sí mismo notable en cualquier economía moderna, en las que la participación del sector primario en el PIB tiende a reducirse históricamente. El campo mexicano (agricultores) se convirtió en un dinámico motor de exportaciones a raíz del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, después de haber sido objeto de un déficit comercial endémico. En 1994 el déficit fue de 427 millones de dólares (corrientes), y de ahí, se transformó en un superávit casi permanente que alcanzó más de 5,400 millones de dólares en 2020. México es hoy la tercera potencia agropecuaria de América Latina (sólo después de Brasil y Argentina), y la doceava del mundo, gracias a una gran diversificación de productos de exportación. Sobresalen aguacate, jitomate, cebolla, pimientos, limón, entre otros. Los estados líderes en esta pujanza del campo mexicano son aquellos donde se arraiga una agricultura moderna y productiva. Sobresalen Jalisco, Michoacán, Sinaloa, Veracruz, Sonora, Guanajuato y Chihuahua. (El éxito se vería mucho más impresionante si incluyéramos las cifras totales de la industria agroalimentaria). A su vez, México importa de Estados Unidos productos para los cuales no hay en nuestro país suficientes condiciones agroecológicas adecuadas ni ventajas comparativas, tales como trigo, maíz amarillo, y soya, además de carne de res y pollo. Las importaciones reflejan claramente la complementariedad entre la agricultura norteamericana y la mexicana. (Por cierto, esta virtuosa relación pretende ser rota por el presidente López en su embestida contra el maíz transgénico de los Estados Unidos, alegando absurdos argumentos contrarios a toda la evidencia científica). El hecho es que los campesinos permanecen al margen del éxito de la agricultura mexicana, dadas sus condiciones agroecológicas, de propiedad de la tierra, sociales, institucionales y culturales. Ahí, ante tierras deforestadas y suelos erosionados, sin riego practicable, y en laderas frágiles e improductivas, se atrinchera la pobreza endémica. No hay escape posible para una improductividad casi insalvable. No existe solución productiva in situ para gran parte de la agricultura campesina. En cuanto a los agricultores, frente a su éxito, y sobre sus cabezas, pende la espada de Damocles del agotamiento acelerado de recursos hídricos subterráneos por sobrexplotación, y de la creciente escasez de agua por el calentamiento global y la sequía extrema. ¿Entonces?
@g_quadri